Este artículo está adaptado de la edición impresa de AQ sobre China y América Latina | Read in English | Ler em português
Las tres capitales globales más alejadas de Pekín son Santiago (19,048 kilómetros), Montevideo (19,143) y Buenos Aires (19,254). Si se tienen en cuenta estas distancias y la relativa falta de vínculos históricos y culturales, la expansión de China en América Latina en las últimas dos décadas parece aún más extraordinaria.
Este número de AQ traza un retrato amplio y matizado de la relación chino-latinoamericana. China es ahora el segundo socio comercial más grande de América Latina después de Estados Unidos. Para muchos países, ha sido el número uno durante años. Pekín no sólo compra petróleo colombiano y mineral de hierro brasileño, sino que invierte en represas, ferrocarriles y redes eléctricas. Los teléfonos celulares chinos y las SUV se han vuelto populares. Miles de latinoamericanos estudian ahora en China; a muchos les gusta lo suficiente para quedarse y se destacan en áreas como la tecnología y las artes, construyendo una base para lazos aún más estrechos en los próximos años.
Muchos gobiernos están igualmente encantados. Pero también hay signos de una reacción. Líderes en Brasil, Ecuador y El Salvador están pidiendo cambios, preocupados por todo, desde préstamos predatorios hasta adquisiciones de tierras y minerales estratégicos de China, como el litio. En los círculos diplomáticos latinoamericanos se está hablando cada vez más de formar un frente común para presionar a China por mejores términos en materia de comercio e inversión. Por otro lado, el continuo apoyo de Pekín a la dictadura venezolana también molesta a muchos.
Quizás algo de esto era inevitable. Los poderes ascendentes siempre pasan por un proceso de aprendizaje. Pero sería prudente que todas las partes logren una versión 2.0 actualizada de la relación China-América Latina. Para Pekín, eso significa darse cuenta de que no puede hacer negocios como lo ha hecho en partes de África y Asia: deben respetarse las leyes de propiedad intelectual, medioambientales y laborales, junto con la democracia misma. Para América Latina, significa no dar por garantizada la relación con China y trabajar para mejorar el clima de negocios. El comercio y la inversión chinos se han estancado silenciosamente en los últimos años ya que Pekín se está centrando en mercados más dinámicos en otros lugares.
El gobierno de Trump parece estar animado por estas recientes tensiones y espera obtener nuevos aliados en su competencia global con China. Pero como lo muestra esta edición de AQ, los lazos económicos y políticos son ya tan profundos que la mayoría de los gobiernos, incluso aquellos como el de Jair Bolsonaro en Brasil, no estarán dispuestos a golpear demasiado fuerte a Pekín. Un reinicio, en lugar de una ruptura, parece ser el camino más probable en el futuro. Todo indica que China está en América Latina para quedarse.