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Multilateralism

La compleja tarea de revitalizar las relaciones multilaterales en América Latina

El renacimiento de la cooperación regional tendrá que ser paulatina —y evitar la polarización.
Directora general del Fondo Monetario Internacional Kristalina Georgieva y presidente del Banco Mundial David Malpass.Samuel Corum/Gettty Images
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SÃO PAULO – Todos hemos sido testigos de cómo la pandemia agravó la mezcla tóxica de desigualdad extrema y servicios públicos deficientes en América Latina. Aunque en toda la región se llevaron a cabo programas de transferencia de efectivo y medidas de distanciamiento social para combatir la pandemia, la polarización y el riesgo de inestabilidad económica y política siguen siendo considerables.

A primera vista, este escenario ofrece una oportunidad única para que las instituciones multilaterales, tales como la Organización de Estados Americanos (OEA), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), muestren su capacidad para proveer bienes públicos regionales y ayudar a los países a mitigar los daños causados por la pandemia. De hecho, reconociendo la importancia de la cooperación regional para hacer frente a las secuelas de la pandemia, muchos países de la región ya han empezado a explorar posibles medios para solicitar el apoyo del BID y del Banco Mundial en sus programas de vacunación. Por otra parte, tras cuatro años de la política America First de Donald Trump, la elección de un presidente estadounidense comprometido con el multilateralismo y las reglas y normas internacionales parece presentar un momento ideal para fortalecer las instituciones regionales.

Y, sin embargo, se interponen formidables obstáculos en el camino. Para empezar, puede que Trump haya abandonado la Casa Blanca, pero los líderes del segundo y del tercer país mas grandes del hemisferio mantienen una visión profundamente trumpiana sobre los asuntos mundiales. Tanto el brasileño Jair Bolsonaro como el mexicano Andrés Manuel López Obrador son profundamente escépticos con respecto a las instituciones que limitan la soberanía de sus países, y ninguno de los dos ha articulado una visión coherente para el futuro de América Latina o para la cooperación hemisférica. A menos que les convenga para sus fines políticos internos, es poco probable que México y Brasil contribuyan a un debate significativo sobre cómo instituciones tales como la OEA u otras instituciones regionales pueden desempeñar un papel estabilizador. Como dejó claro el ministro de Relaciones Exteriores de Brasil anti-globalista, Ernesto Araújo, días antes de la toma de posesión de Joe Biden, el trumpismo vive en Brasil. Este escenario, por definición, crea un enorme vacío de liderazgo en la región, que se verá agravado por los enormes desafíos internos que esperan a los líderes en los próximos años, que los distraerán de la necesidad de articular una política exterior más sólida. 

En segundo lugar, los altos niveles de polarización política amenazan con desbaratar los intentos de cooperación. Las crisis políticas que sacudieron a Chile, Ecuador y Bolivia en 2019 demostraron que el compromiso regional, en lugar de reducir las tensiones, avivó aún más las llamas de la polarización. Nicolás Maduro, de Venezuela, denunció lo que llamó un golpe militar en Bolivia y dijo, sin aportar pruebas, que Estados Unidos podría haber estado involucrado; funcionarios ecuatorianos y chilenos sugirieron que operativos venezolanos y cubanos estaban fomentando la inestabilidad política en sus países, también sin aportar ninguna prueba creíble. El hecho de que incluso el secretario general de la OEA, Luis Almagro, adoptara esta controversial teoría sólo reflejó hasta qué punto la organización había sucumbido a la polarización generalizada de la región, una tendencia que antecede al mandato de Almagro. Independientemente de dónde se produzcan las próximas protestas masivas — y la lista de posibles candidatos es larga e incluye países gobernados por presidentes de todo el espectro ideológico — parece poco probable que la OEA, o cualquiera de las otras organizaciones que han aparecido y desaparecido, como los ya extintos bloques UNASUR o Prosur, cuenten con el apoyo regional necesario para mediar eficazmente y reducir las tensiones.

Por último, está el regreso de la política de las grandes potencias a América Latina. Esta tendencia, quizá más visible en el contexto de la construcción de las redes 5G de la región, se propagará inevitablemente a otros ámbitos. La creciente tensión entre Estados Unidos y China se ha convertido en la dinámica geopolítica dominante en la región, que complica los esfuerzos de Estados Unidos por fortalecer los foros multilaterales. En este contexto, es poco probable que la OEA recupere su relevancia política: el proceso de toma de decisiones de la organización exige unanimidad o grandes consensos, lo que la deja fácilmente paralizada debido a la polarización. El BID y el Banco Mundial, instituciones capaces de generar impactos positivos incluso en medio de tensiones políticas, probablemente se adapten mejor a este nuevo escenario. Aun así, la controvertida elección del ex asesor de Trump, Mauricio Claver-Carone, como presidente del BID hará más difícil para Biden pasar la página. 

En este desafiante escenario regional, destacan cinco principios rectores en la búsqueda de la reactivación de las instituciones multilaterales en el continente americano.

En primer lugar, dados los altos niveles de polarización, cuanto más se pueda mantener la cooperación a nivel burocrático y técnico, mejor. Los intentos de colaboración deben estar protegidos de los populistas que quieran utilizarlos con fines políticos. El BID y el Banco Mundial son, de nuevo, más adecuados para esta tarea, ya que la OEA y el FMI tradicionalmente despiertan fuertes emociones.

En segundo lugar, en esta misma línea, hay que pedir apoyo a los agentes subnacionales, por ejemplo a los gobernadores y a los alcaldes. Suelen ser mucho menos vulnerables a la polarización política o estar menos interesados en ella, por lo que son interlocutores más eficaces.

En tercer lugar, especialmente cuando lo impulsa Estados Unidos, el fortalecimiento del multilateralismo en el continente americano no debe tratarse en público como un medio para contener la influencia de China en América Latina. Este tipo de etiquetas no hace más que reforzar a quienes pretenden despreciar las instituciones regionales como marionetas de Estados Unidos, en lugar de reconocerlas como instituciones que trabajan por el bienestar humano en todo el continente americano.

En cuarto lugar, aunque es poco probable que Biden reemplace a Claver-Carone como presidente del BID, la administración estadounidense entrante debería dejar claro que se compromete a retomar la tradición de la institución de elegir a un latinoamericano como su presidente. Lo ideal sería que la administración apoyara la candidatura de una sucesora latinoamericana.

En quinto lugar, los esfuerzos por relanzar la cooperación multilateral deberían comenzar por cuestiones menos controvertidas, como la energía limpia, la coordinación en torno a la distribución de vacunas o el apoyo a los migrantes de Venezuela y Centroamérica. Asuntos como la crisis política de Caracas es mejor posponerlos hasta que las instituciones regionales recuperen un mínimo de confianza pública.

Estos pasos podrían sentar, contra todo pronóstico, las bases para un renacimiento del multilateralismo en el continente americano, ayudando a mitigar el impacto corrosivo de la ideología populista en toda la región. Mientras los gobiernos latinoamericanos asumen los daños duraderos causados por la COVID-19, una cooperación regional efectiva nunca ha sido más importante.

ABOUT THE AUTHOR

Reading Time: 4 minutesStuenkel is a contributing columnist for Americas Quarterly and Visiting Scholar at the Carnegie Endowment for International Peace in Washington. He teaches International Relations at the Getulio Vargas Foundation in São Paulo.

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Tags: Biden, IDB, IMF, multilateral organizations, OAS, World Bank
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