Para María Ghersi, con solidaridad.
No hay una crisis humanitaria más grave hoy en América Latina, y quizás en el mundo, que la que enfrenta Venezuela. Nicolás Maduro se aferra al poder, minando todas las libertades, acosando y encerrando a la oposición, mandando al exilio o a la búsqueda de asilo político a millones de venezolanos. Está cada vez más aislado del mundo. Venezuela vive hoy momentos de dolor e incertidumbre y parece haber una confusión sobre cuál es el papel de México en la crisis. Para muchos, México tiene una postura lamentable y ambigua frente al conflicto, una que en ocasiones parece neutral y en otras una complicidad con Maduro. Lo cierto es que México no apoya a Maduro, pero tampoco apoya una intervención armada, ni mucho menos un golpe de Estado.
La crisis de Venezuela toca fibras muy sensibles. Nicolás Maduro es el espejo en el que ningún líder latinoamericano quiere reflejarse hoy. Hay que dejarlo claro: Maduro no es Chávez. Maduro destruyó los avances de la llamada Revolución Bolivariana como la innegable reducción de la pobreza de 1999 a 2012 en 20 puntos porcentuales. Venezuela fue el país de América Latina donde más se redujo la pobreza en el 2012 (una reducción del 5.6%), de acuerdo con un estudio de la CEPAL. Las Misiones chavistas para reducir la inequidad son reconocidas en la región, y en ese periodo la UNESCO decretó a Venezuela como un país libre de analfabetismo. Por esas razones, y por su carisma, Chávez mantuvo una popularidad por encima del 50% durante los 14 años de su gobierno. Ganó además 13 de 14 comicios a los que se enfrentó y lo hizo con observadores internacionales.
En contraste, Maduro destruye rápidamente el legado chavista. En las elecciones presidenciales del 2013, Maduro ganó por apenas 1.49 % frente a Henrique Capriles; en las de 2018 arrasó por más del 47%, pero en unos comicios carentes de legitimidad y de equidad en la contienda. Desde entonces, Maduro se ha radicalizado y ha convertido a Venezuela en un régimen autoritario. Hoy el control de Maduro es insostenible, pero las diferencias de fondo radican en cómo deba irse.
México nunca ha sabido qué hacer con Venezuela. La alternancia democrática del 2000 significó un viraje en nuestra política exterior. El bono democrático de Vicente Fox hizo que su primer canciller, Jorge Castañeda, viera el momento necesario para que México asumiera nuevos compromisos globales, incluído el de la activa promoción de los derechos humanos en el mundo. Durante tres años, México dejó de guardar silencio ante los abusos a los derechos humanos en Cuba. Vicente Fox distanció a México de la relación especial que tuvimos con los Castro y con Cuba durante décadas y con ello dañó la relación con Venezuela. En noviembre de 2005, Chávez llamó a Fox “cachorro del Imperio” y con ello se tensó la relación bilateral. Los embajadores de ambos países fueron retirados.
Chávez no tenía razón. Por el contrario, México se distanció fuertemente de EU en el mandato de Fox. La aventura intervencionista de George W. Bush en Irak fue uno de los momentos más difíciles para la diplomacia mexicana. A pesar de las divisiones internas en el equipo de política exterior de Fox, México hizo un llamado a respetar el derecho internacional y en el Consejo de Seguridad de la ONU se sumó a Francia para condenar la invasión de Irak. México no avaló la guerra de Bush mientras éste derrocó a Saddam Hussein. Por ello, Chávez decía que la ONU olía a azufre, en referencia a Bush, pero México definitivamente actuó de manera responsable, cuidando el sistema internacional, aunque ello causara problemas con EU, nuestro principal socio comercial.
Felipe Calderón hizo todo lo posible por normalizar la relación con Cuba y con Venezuela. Chávez había sido tema de política interna en México durante la elección presidencial del 2006. La campaña electoral de Calderón utilizó la imagen de Chávez, y el desconocimiento generalizado en México del éxito del gobierno chavista, para generar una campaña del miedo y asociar a López Obrador con el venezolano. Calderón armó la campaña sucia de “López Obrador, un peligro para México”.
Calderón fue declarado presidente de México pese a unos comicios llenos de irregularidades y en donde apenas obtuvo un .56% de diferencia en el voto. Ya en la presidencia de México, Calderón hizo todo lo posible por normalizar la relación con Venezuela. Para agosto de 2007, se volvieron a instalar embajadores, con lo que Chávez directamente tomó postura y reconoció a Calderón como presidente de México. El principal líder de la izquierda latinoamericana dejó de ser una piedra en el zapato del cuestionado Calderón, quien metió a México en una profunda crisis de derechos humanos con su guerra contra el narco. Dicho de otro modo, a Calderón nunca le importó Venezuela. Le importaba que Chávez no se sumara a las críticas a su presidencia.
Enrique Peña Nieto ganó la elección del 2012 con 7 puntos de diferencia. Eso le dio un mandato para lanzar sus llamadas reformas estructurales. El regreso del PRI a la presidencia vino acompañado de una sacudida monumental en varios de los arreglos que los dos presidentes del PAN no se metieron, uno de ellos el sector educativo, otro el sector energético, uno más en la política exterior de México con Venezuela. Los tres cancilleres de Peña fueron subiéndole el nivel a la distancia con el gobierno de Maduro a partir del 2016. Ese año, Claudia Ruiz Massieu recibió a Lilian Tintori en Ciudad de México y a partir de ese momento hubo un cambio de postura. Luis Videgaray, el último Canciller de Peña reorientó la postura mexicana con Maduro y comenzó a codirigir las posturas institucionales de la OEA hacia Caracas. Con Videgaray nuestra política exterior fue negociar con EU el futuro de nuestra relación comercial, rechazar tajantemente el muro de Trump, pero cooperar en lo migratorio, en seguridad y especialmente un reacomodo con respecto a Venezuela. Videgaray hizo todo lo posible por quedar bien con Trump.
En resumen, la política mexicana con respecto a Venezuela ha sido nutrida por la política interna de México. Con Fox fue de confrontación por una nueva interpretación de la política exterior, con Calderón fue un hipócrita instrumento de legitimidad interna, con Peña fue complacencia con EU. Así recibieron López Obrador y su Canciller Marcelo Ebrard la historia de México con Venezuela de sus predecesores.
López Obrador ha tenido que sacudirse el nombre y las asociaciones con Chávez y con Maduro al menos desde el 2003. En sus tres campañas por la presidencia (2006-2012-2018) la figura de Venezuela ha sido un referente para las campañas obradoristas. Por ello, muchos pensamos que desde la presidencia de México, AMLO continuaría con la política de endurecimiento de Peña Nieto. Debido a la profundización de la crisis venezolana, muchos originalmente pensamos que la postura de México debía ser la de la condena y el llamado a elecciones. Debido a que una política exterior de izquierda no debe dudar en condenar los abusos a derechos humanos, especialmente los cometidos por otros gobiernos de izquierda, varios pensamos que Ebrard continuaría apoyando los esfuerzos del Grupo de Lima de la OEA y elevando las críticas a Maduro, pero esto no pasó.
En los pocos más de 2 meses que lleva dirigiendo la política exterior de México, Marcelo Ebrard revivió una interpretación conservadora de los principios de nuestra diplomacia. México no se debe meter en los asuntos internos y soberanos de otros países y tampoco debe reconocer ni desconocer a gobiernos. Las doctrinas Carranza y Estrada regresaron al centro de la diplomacia mexicana. Estos son dos principios que fueron reinterpretados desde que a fines de los 90, la canciller Rosario Green se reuniera, por órdenes del presidente Ernesto Zedillo, con opositores cubanos en La Habana, abriendo una primera distancia entre México y Cuba.
Hoy el gobierno de México intenta el diálogo entre opositores y Maduro. México conformó el llamado Mecanismo de Montevideo en donde, junto a Uruguay, ha buscado una salida pacífica a la crisis venezolana, mediante el diálogo. El Mecanismo fue un buen intento de la diplomacia mexicana, uno que tomó en cuenta la larga historia de intervenciones estadounidenses en América Latina, así como el cambio político en la región. La ola de gobiernos de izquierda que mayoritariamente gobernaron Sudamérica ya no existe. Hoy en el vecindario latinoamericano dominan los gobiernos de derecha y especialmente en las principales economías sudamericanas. Por el tamaño de su economía, por su peso global y por la legitimidad que a AMLO le dan 30 millones de votos, México es hoy el fiel de la balanza ideológica en América Latina.
La postura mexicana por eso ha sido neutral y no lo que muchos esperábamos. AMLO y Ebrard también responden a la política interna en nuestra postura hacia Venezuela. La elección presidencial mexicana del 2018 dejó pulverizada a la oposición y producirá un cambio al sistema de partidos en México que aún no terminamos de ver. Hoy Felipe Calderón busca convertirse en el principal opositor a AMLO en México. Por ello simula estar preocupado por los derechos humanos en Venezuela, porque eso revive las pugnas que ha tenido con AMLO desde hace 16 años.
Hoy el gobierno de AMLO se resiste al llamado de Donald Trump, Mike Pompeo, Marco Rubio, John Bolton y demás halcones de la política exterior estadounidense, así como a las demandas de Jair Bolsonaro, Mauricio Macri e Iván Duque, los tres presidentes de derecha más importantes de la región, para reconocer a Juan Guaidó como presidente y llamar claramente a elecciones libres en Venezuela. La postura mexicana ha sido de resistencia, de cordura frente a los llamados golpistas y de intervención militar en Venezuela. El ex embajador Arturo Sarukhán ya escribió un buen texto sobre por qué a Trump le interesa Venezuela y es por una tema electoral en Florida y el 2020. La Unión Europea ha también mostrado vaivenes en su postura.
Lamentablemente, además de la violencia, la escasez de alimentos y medicinas y la crisis humanitaria que viven los venezolanos, en el plano multilateral lo peor de la crisis venezolana es que a nadie le importa el principio de la responsabilidad de proteger. Todos están tomando posturas en torno a su política interna. En el caso mexicano, la pregunta es hasta cuándo. EU presiona demasiado a México. Para Ebrard el apoyo económico de EU a su estrategia para desarrollar Centroamérica es fundamental y para Trump el apoyo de México en su postura venezolana es cada vez más importante. Trump además tiene las cartas de la ratificación del nuevo acuerdo comercial y el tema migratorio. La postura de México de resistencia podría cambiar pronto, especialmente debido a que Uruguay no ha jugado limpio con México y lo mismo apoya el Mecanismo de Montevideo que el Grupo de Contacto (la otra iniciativa multilateral para la crisis venezolana que lidera la Unión Europea junto a varios países latinoamericanos). México se ha ido quedando solo.
Desde el 2012 he ido escuchando las voces de varios actores de la oposición venezolana, entre ellos Leopoldo López, así como congresistas y alcaldes opositores que han visitado México y a quienes he podido entrevistar. El dolor de Venezuela es conocido en México. Tan solo hay que ver los números de solicitudes de asilo político de venezolanos. De acuerdo con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) en 2013 solo una persona venezolana solicitó asilo a México. En 2017 fueron 4.024 y seguramente que en 2018 ese número fue mayor.
Al final en México parece ir creciendo el consenso de que Maduro es indefendible y que se tiene que ir. El mismo Ebrard se ha ido distanciando y recientemente dijo “nosotros no defendemos a Maduro ni a su régimen”. México en efecto está haciendo lo que todos los países involucrados en el conflicto: viendo su política interna y ajustándola para su externa. Mientras tanto, el gobierno de López Obrador bien podría revivir la generosa política de asilo que hemos tenido y aceptar las solicitudes de los miles de venezolanos que quieren escapar del régimen de Maduro. Tal vez eso ayudaría más que reconocer a Guaidó o desconocer a Maduro y en eso tal vez no haya diferencias entre las diversas izquierdas mexicanas.
México ha tenido distintas posturas en torno a Venezuela. Tal vez ha llegado el momento de quedarnos con una. De lo que no debería quedar duda es que Maduro debe irse, la diferencia entre México y los demás radica en cómo.