Este artículo ha sido adaptado del informe especial de AQ sobre las razones para un cauteloso optimismo en América Latina | Read in English | Ler em português
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Este artículo fue actualizado el 27 de noviembre.
Si hay un símbolo del actual momento cautelosamente esperanzador que vive América Latina, probablemente sea el oleoducto Néstor Kirchner en Argentina. No obstante, si bien las cosas mejoran no hay que dejarse llevar por la euforia.
El gasoducto, de 2.700 millones de dólares y 536 kilometros de longitud, se inauguró con bombos y platillos en julio, conectando el yacimiento de Vaca Muerta con el centro del país. De un plumazo, puso fin a la colosal dependencia de Argentina de la importación de gas, ahorrando a la economía, golpeada por la crisis, unos 4.000 millones de dólares anuales de reservas.
Como tantas otras cosas en América Latina y el Caribe (ALC) hoy en día, la realidad podría ser mucho mejor. Por ahora, el gasoducto solo permite a Argentina suministrar más gas internamente; serán necesarias nuevas ampliaciones antes de que pueda exportar a vecinos como Brasil y Bolivia, y no digamos ya abastecer al mercado europeo, hambriento de energía en medio de la guerra de Ucrania. Aunque Vaca Muerta es la segunda mayor reserva de gas de lutita o shale gas del mundo, y empresas como Shell, YPF y Exxon han hecho grandes apuestas en ella, el yacimiento sólo produce quizá un tercio de su potencial debido a los controles de capital, la insuficiencia de infraestructuras y la inestabilidad política de Argentina.
Pero aún así, es un claro paso adelante.
A pesar de la mala política.
A pesar del pesimismo de los últimos años.
En efecto, tras una “década perdida” en la que las economías se estancaron en toda América Latina y el Caribe, un nuevo optimismo parece afianzarse en algunas zonas. Es desigual y se concentra en determinados países (especialmente Brasil y México) y sectores (energía, agroindustria y “nearshoring”, entre otros). Pero el balance final todavía se ve en el modesto aumento del crecimiento, y una oportunidad para que los inversionistas y muchos de los 660 millones de ciudadanos de ALC vivan tiempos mejores.
¿Escéptico? Francamente, todo el mundo lo está. Pero muchos apuestan de todos modos. La inversión extranjera directa en ALC se disparó un 55% en 2022, hasta alcanzar el récord de 224.000 millones de dólares, en un año en el que los flujos de IED a escala mundial se redujeron 12%. Este año, las divisas de Colombia, México y Brasil, han sido las de major desempeño de los mercados emergentes, seguidas de cerca por Perú, gracias a la influjo de capital global. México superó a China en julio y se convirtió en el principal socio comercial de Estados Unidos por primera vez en 20 años. Detrás de todo esto subyace la idea de que, en una época de rápidos cambios en el comercio mundial y en los flujos de capital, América Latina tiene mucho de lo que el mundo necesita: materias primas estratégicas, fuentes de energía renovables, trabajadores cualificados cerca del mercado estadounidense y mucho más.
“No sólo veo optimismo, sino acción”, me dijo Ilan Goldfajn, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo. “La gente se da cuenta de que hay retos globales para los que América Latina está en una posición única para formar parte de la solución”.
Nadie está “tirando manteca al techo”, por utilizar un viejo dicho argentino para hablar de las épocas de bonanza. Las tasas de crecimiento de la región siguen por debajo de su potencial, por detrás de otros mercados emergentes en África y Asia Oriental. Sin embargo, 2023 será el tercer año consecutivo en que el Fondo Monetario Internacional y otros organismos se vean obligados a elevar sus previsiones de crecimiento para ALC por resultar demasiado pesimistas. El pesimismo que envolvió a la región tras la COVID-19 parece haber sido exagerado. Incluso el crecimiento del PIB del 2,3% previsto para 2023 y 2024 duplicaría la tasa media de ALC en los cinco años anteriores a la pandemia.
El populismo y otros -ismos aún podrían sofocar la recuperación. Gran parte del escenario más optimista depende de la economía mundial, y la salud tanto de Estados Unidos como de China son grandes interrogantes. El oleoducto argentino incompleto muestra hasta qué punto será fundamental seguir ampliando las infraestructuras en el futuro. La persistencia de elevados niveles de pobreza y hambre, herencia de la década perdida, significa que aún podrían pasar años antes de que los ciudadanos perciban una mejora significativa en sus vidas.
No obstante, todavía hay argumentos relativamente optimistas para América Latina y el Caribe en los años venideros. En este artículo, me centraré en cinco razones fundamentales para el optimismo, basadas en entrevistas con líderes empresariales, políticos, analistas y gente común que fueron lo suficientemente valientes como para expresar al menos cierta esperanza.
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América Latina está lejos.
Hace unos años, el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso me dijo en una conversación al hablar sobre la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China: “Creo que tenemos que aprovechar nuestro mayor activo estratégico: Brasil está lejos”.
Explicó con una sonrisa irónica que, en una nueva y volátil era de competencia entre grandes potencias, la mera distancia geográfica que separa a Brasil de focos de tensión como Ucrania, Israel y Gaza o Taiwán era una ventaja infravalorada. Si su país y otros de América Latina pudieran mantener cierta neutralidad, serían considerados un refugio seguro para que todos invirtieran, incluso en un mundo en fragmentación. Tal vez, dijo Cardoso, incluso podrían beneficiarse de una especie de guerra de ofertas, ya que Washington, Beijing y otras potencias compiten por la influencia y los recursos naturales.
Eso es exactamente lo que parece estar ocurriendo en ALC en 2023. La moralidad y la sabiduría estratégica a largo plazo de la neutralidad, o “no alineación”, son discutibles. Sin embargo, por el momento, en los vestíbulos de los hoteles de negocios de São Paulo, Santiago, Ciudad de Panamá y Bogotá, se escucha una asombrosa variedad de chino, inglés, árabe y francés mientras se cierran acuerdos.
En julio, la Comisión Europea anunció inversiones por 48.000 millones de dólares en cinco años en toda la región, en áreas como el hidrógeno verde. Ese mismo mes, más de 100 funcionarios y empresarios de Arabia Saudí visitaron Brasil y firmaron 26 acuerdos bilaterales de inversión enfocados en la minería y la agroindustria. Los chinos están realizando una de sus mayores inversiones estratégicas en un nuevo puerto de aguas profundas de 1.300 millones de dólares al norte de Lima, que podría reducir el tiempo promedio de transporte marítimo a Asia de 45 a 35 días. Estados Unidos sigue siendo el mayor inversionista en ALC, con casi el 40% de la IED.
El hilo conductor de muchos acuerdos es la agroindustria: América Latina es el mayor exportador neto de alimentos del mundo, un factor crítico en un momento en que se prevé que la clase media mundial se duplique en las próximas tres décadas, hasta alcanzar la cifra de 3.000 millones de personas. Brasil ha sido el principal beneficiario hasta ahora, pero Argentina está a punto de sumarse si, como se espera, 2024 trae mejores condiciones meteorológicas (tras su peor sequía en 40 años) y políticas (tras las elecciones de este octubre).
A diferencia del boom de las materias primas de la década de 2000, este ciclo “no es fundamentalmente un boom de precios. Se trata más bien de un boom de la inversión” que podría aumentar los rendimientos y la eficiencia, me comentó Goldfajn. Como tal, no será tan drástico, pero puede resultar más sostenible.
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América Latina está cerca.
Al mismo tiempo, muchos países están aprovechando mejor su proximidad con Estados Unidos, a medida que las empresas acercan la fabricación a su país tras la pandemia y el aumento de las tensiones con China. La tendencia al “nearshoring” ha sido más lucrativa de lo que algunos predijeron, sobre todo (aunque no exclusivamente) en México, donde la IED ha aumentado un 40% este año, ayudando a la economía a crecer a un ritmo del 3% después de años de estancamiento.
Las políticas alrededor de nearshoring podrían ser mucho mejores. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene una relación difícil con las empresas, y 2024 podría ver el regreso de Donald Trump, que amenazó sistemáticamente a México con cerrar la frontera durante su primera presidencia. El suministro irregular de electricidad y agua, los cuellos de botella en las infraestructuras y la inseguridad son obstáculos. La oferta inmobiliaria en zonas manufactureras como Monterrey es tan escasa que algunos polígonos industriales exigen un compromiso de 10 años a los inquilinos.
Aún así, las inversiones siguen llegando: Tesla anunció en marzo su primera incursión en México, una “gigafactoría” de 5.000 millones de dólares que le ayudará a cumplir el objetivo de reducir a la mitad los costes de fabricación de sus vehículos eléctricos. (La Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos permite créditos fiscales para los vehículos eléctricos aunque se fabriquen en México, debido a su acuerdo comercial). Mientras tanto, las empresas no estadounidenses también están ansiosas por afianzarse en Norteamérica: el fabricante taiwanés de productos electrónicos Quanta Computer anunció en mayo una inversión de 1.000 millones de dólares en México. Para el conjunto de ALC, el nearshoring tiene el potencial de sumar 78.000 millones de dólares anuales a las exportaciones de la región, según el BID.
Según el banco, más de la mitad del potencial adicional del nearshoring se encuentra fuera de México. Intel declaró en agosto que invertiría 1.200 millones de dólares en Costa Rica, después de que Washington acordara incluir a este país en los esfuerzos de Estados Unidos por impulsar la fabricación de semiconductores. Otros países de la cuenca del Caribe, como Honduras (1.000 millones de dólares en exportaciones potenciales añadidas), Trinidad y Tobago (480 millones de dólares) y Jamaica (140 millones de dólares) podrían sumarse, según el BID.
Es una época emocionante. “Honestamente, nunca esperamos ver semiconductores fabricándose en México, o coches eléctricos o cosas así”, me dijo Marcelo Claure, el boliviano-estadounidense, quien fue CEO de Sprint y Softbank International, y ahora dirige un fondo de inversión enfocado en América Latina. “Piensa en lo lejos que hemos llegado, y te darás cuenta de lo que aún podría estar por venir”.
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Es una potencia energética.
La palabra “potencial” es importante. Se ha hablado mucho del litio, por ejemplo; América Latina posee cerca del 60% de las reservas identificadas en el mundo. Sin embargo, la producción ha sido insuficiente, ya que los gobiernos de Chile y Bolivia, en particular, han promulgado leyes que obligan al Estado a desempeñar un papel importante en la explotación. El reciente descubrimiento de un yacimiento de litio aparentemente gigantesco en la frontera entre Nevada y Oregón plantea la cuestión de si, para cuando los países hayan logrado una combinación de políticas adecuada, el mundo habrá pasado a otra cosa.
ALC atrajo sólo 20.000 millones de dólares en inversiones en energías renovables durante 2022, lo que representa sólo el 4% del total mundial. Esto significa que la región no está dando lo mejor de sí en la economía mundial, a pesar del claro potencial que tienen las energías solar, eólica e hidráulica. “Aprovecharlas exigirá una mayor integración en la economía mundial. Sin embargo, paradójicamente, frente a estas oportunidades, ALC se está integrando cada vez menos”, afirma un reciente estudio dirigido por el economista en jefe del Banco Mundial, William Maloney.
Algunos aconsejan paciencia, argumentando que los abundantes recursos de la región y las necesidades de la transición energética mundial acabarán imponiéndose. Más de una cuarta parte de la energía primaria de ALC procede ya de fuentes renovables, el doble de la media mundial. La industria eólica de Brasil ha duplicado su capacidad desde 2018, lo que podría situar al país en la fila para ser el cuarto mayor productor mundial en 2027, pdetrás de China, Estados Unidos y Alemania, según un organismo de la industria local. En junio, Uruguay anunció una inversión de 4.000 millones de dólares en nuevos proyectos de energías renovables, la mitad de ellos centrados en el hidrógeno verde, un ámbito en el que Chile y otros países también tienen un gran potencial.
El anticuado sector del petróleo y el gas de América Latina también ofrece aún algunas oportunidades. La producción total de petróleo de la región ha caído un 20% en la última década, hasta los 7,8 millones de barriles diarios, sobre todo debido al descenso de la producción de México y Venezuela. Sin embargo, según un estudio de la Universidad de Columbia, Brasil y Guyana podrían representar juntos la mitad de la producción petrolera de ALC a finales de esta década.
Hay un gran potencial en otros lugares, aunque la reacción contra el petróleo y las actividades extractivistas en general se evidenció en agosto, cuando el 59% de los ecuatorianos votaron a favor de poner fin a la producción de petróleo en un parque nacional de la Amazonia, renunciando a unos ingresos previstos de hasta 13.000 millones de dólares en los próximos 20 años. Los votantes de la provincia argentina de Neuquén están cada vez más molestos por el aumento de la delincuencia, la escasez de viviendas y la desigualdad asociadas al desarrollo del cercano yacimiento de Vaca Muerta, según declaró recientemente en el podcast de Americas Quarterly la profesora y analista política local María Esperanza Casullo.
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La política no está tan mal como crees.
Le pregunté a Claure, veterano CEO de empresas globales, si existía el riesgo de que la política saboteara el momento más prometedor de América Latina.
“¿Qué pasa con la política en Estados Unidos? ¿O en Europa?” replicó Claure. “No estoy seguro de que en América Latina sea peor, la verdad”.
No es exactamente una aprobación contundente, pero tiene razón. En esta era de polarización y redes sociales, corremos el riesgo de obsesionarnos tanto con las disfunciones cotidianas que nos perdemos los momentos en que los funcionarios realmente cumplen. Por ejemplo, los bancos centrales de América Latina comprendieron, posiblemente más rápido que en ninguna otra región del mundo, que la inflación de la época de la pandemia no era “transitoria” y que era necesario subir los tipos de interés. Como resultado, la inflación se está ralentizando en casi todas partes menos en Argentina y Venezuela, y los bancos de Brasil, Chile y Uruguay están recortando los tipos de interés, a pesar de que siguen subiendo en algunas partes del mundo desarrollado.
No cabe duda de que las políticas populistas en toda la región siguen suprimiendo el crecimiento económico. Pero la actual “nueva marea rosa” de presidentes de izquierda, como el colombiano Gustavo Petro, el chileno Gabriel Boric, el mexicano Andrés Manuel López Obrador y el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, por lo general, han desafiado las predicciones catastrofistas manteniendo una mano firme en la gestión fiscal. Los temores de los votantes de “convertirse en la próxima Venezuela” son a menudo exagerados, pero en la práctica el espectro de repetir esa tragedia probablemente ha limitado las ambiciones de toda una generación de líderes de izquierda en América Latina.
Para bien y para mal, ésta también es una época en la que es difícil que un político adquiera demasiado poder. De las últimas 22 elecciones presidenciales libres y justas en América Latina, un partido de la oposición ha ganado en 20 de ellas. Esto es el resultado, parcialmente, de una disfunción: La pobreza, el desempleo y la inseguridad alimentaria estaban aumentando en la región incluso antes del advenimiento de la pandemia. En términos generales, bajo este entorno, los líderes políticos no han cumplido con las expectativas de la población y perdido popularidad poco después de asumir sus cargos.
En ese entorno, la erosión democrática sigue siendo una preocupación real. Pero cuando los presidentes intentan mantenerse en el poder interfiriendo en las elecciones, persiguiendo a sus opositores o acaparando ilegalmente el poder para sí mismos, como ocurrió en Brasil, Guatemala y Perú el año pasado, las instituciones han resistido. “Lo más emocionante en América Latina en este momento es la fortaleza de las democracias”, afirmó Susan Segal, Directora General de Americas Society y Council of the Americas, las organizaciones que publican AQ. “Es una sorpresa para todos, y contrario a la forma en que solían funcionar las cosas en la región”.
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La historia digital es realmente fantástica.
La pandemia fue indiscutiblemente terrible en América Latina y el Caribe, donde se produjo quizá un tercio de las muertes a escala mundial a pesar de tener sólo el 8% de la población global. Pero aceleró la transición hacia una economía más digital, a medida que la población relativamente joven de la región, que tiene una de las tasas de uso de teléfonos inteligentes más elevadas del mundo, adoptó el comercio electrónico, la tecnología financiera y otros segmentos.
La velocidad de la expansión ha sido asombrosa. Mercado Libre, la mayor empresa de comercio electrónico de la región, declaró en abril que contrataría a 13.000 personas más, con lo que su plantilla total ascendería a 53.000 empleados, frente a los 10.000 que tenía a finales de 2019. Más del 80% de las nuevas contrataciones de la empresa se producirán en Brasil y México. En general, se espera que el comercio electrónico represente casi una quinta parte de las compras minoristas en ALC para 2026, según un estudio de Morgan Stanley.
Las nuevas tecnologías están permitiendo a las clases trabajadoras de América Latina, muchas de las cuales trabajan en el sector informal y nunca han tenido una cuenta bancaria, acceder al crédito por primera vez. Según el FMI, el valor de las transacciones en bancos digitales totalmente en línea o “fintechs” se disparó hasta los 123.000 millones de dólares en 2021, en comparación con solo 17.000 millones cuatro años antes. El valor de los pagos digitales también se ha duplicado en ese tiempo, hasta 215.000 millones de dólares, a menudo utilizando nuevas plataformas innovadoras como la mexicana CoDi, la costarricense SINPE Móvil o la brasileña Pix.
Nubank, el líder tecnológico de la región, tiene ahora más de 85 millones de clientes, suficientes para situarse entre las mayores empresas financieras de América Latina, según informó Bloomberg en agosto. Sin embargo, David Vélez, CEO y fundador de la empresa, de origen colombiano, me dijo: “Los bancos tradicionales siguen teniendo más del 85% de “cada una de las verticales”, incluidos los seguros y el crédito a las pequeñas empresas.
De cara al futuro, Vélez afirma que la inteligencia artificial “va a ser una tecnología horizontal que podría revolucionar realmente el acceso a la educación y la sanidad”. Es probable que parte de esa innovación proceda de empresas tecnológicas latinoamericanas, que tradicionalmente se han destacado por encima de sus competidores. “Estamos asistiendo a la segunda o tercera generación de emprendedores tecnológicos en América Latina”, afirma Segal. “Han creado esta comunidad en red en la que los líderes de éxito financian y tutelan a muchos de los más jóvenes”.
Reflexiones finales
“Siempre es fácil y más seguro ser negativo con respecto a América Latina”, me dijo una vez Michael Reid, quien por muchos años fuese el editor regional de The Economist. Al sombrío balance de la última década, cabe añadir otras advertencias: El cambio climático y El Niño seguirán causando estragos en las economías de la región. La aparentemente interminable expansión del crimen organizado, alimentada por la demanda de drogas de Estados Unidos y Europa, está causando estragos —y desestabilizando la política— en países que antes apenas tenían problemas, como Chile y Ecuador. La vida sigue siendo lo bastante difícil para la gente común como para que un número récord de emigrantes de ALC crucen la frontera estadounidense. La corrupción, la desigualdad y la mala gestión política pueden impedir que los avances mejoren la vida de las clases trabajadoras.
Pero la conclusión es básicamente ésta: El contexto exterior de ALC es ahora tan favorable, en diversos frentes, que está superando otras dificultades. Si la combinación de políticas públicas fuera mejor, la región podría crecer 4% o un 5% al año. Pero un 2,3%, o quizá un poco más, sigue pareciendo progreso. Ese crecimiento, sumado a las inversiones que se están realizando, podría bastar para crear un poco más de bienestar entre los ciudadanos de la región, lo que a su vez podría contribuir a que la política mejore.
En otras palabras, parece el comienzo de un círculo virtuoso, no abrumadoramente positivo, pero mejor que la situación actual. “En general, soy optimista”, afirma Claure. Y no es el único.
José Enrique Arrioja y Emilie Sweigart también colaboraron en el reportaje.
Este artículo fue actualizado para incluir información sobre las elecciones presidenciales en Ecuador y Argentina.