Este artículo ha sido adaptado del informe especial de AQ sobre la crisis educativa | Read in English | Ler em português
En toda América Latina, una nueva generación de líderes de izquierda, como Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú y Xiomara Castro en Honduras, ha sido elegida para hacer frente a la pobreza y la desigualdad, que se han agravado durante la pandemia. Pero es válido decir que nada de lo que hagan los políticos importará si no abordan la grave crisis que el COVID-19 ha ocasionado en las escuelas de toda la región. No habrá justicia social en la década de 2020, y muy probablemente tampoco después, si no se presta atención inmediata a la educación.
Respiren hondo, porque los datos son desoladores. Aunque el panorama varía entre los distintos países, las escuelas latinoamericanas estuvieron cerradas total o parcialmente durante más de 230 días, más que en cualquier otra parte del mundo. Durante la pandemia, hasta la mitad de los alumnos no participaron en el proceso de aprendizaje ni tuvieron ningún contacto con los profesores, según un nuevo estudio del BID. Actualmente algunos estiman que la tasa de abandono escolar volverá a niveles vistos por última vez en la década de 1980. Y, por supuesto, estas tendencias son aún más pronunciadas entre los pobres, las jóvenes y otros grupos históricamente desfavorecidos.
¿Qué hacer? Nuestro informe especial señala varias posibilidades. Los políticos y los educadores deberían colaborar para mejorar tanto la tecnología como los planes de estudio después de la pandemia, escribe Fernando Reimers, de la Universidad de Harvard. Asimismo, parece que merece la pena emular un programa en Argentina que involucra y retiene a los potenciales desertores escolares. Estas iniciativas suelen requerir más voluntad política y coordinación que presupuesto. Todas son mejores que la estrategia actual en muchos países, que consiste en reanudar las clases y prácticamente hacer como si nada hubiera pasado.
Como señala Reimers, América Latina es una región en la que, incluso antes de la pandemia, el 30% de los empleadores mencionaban las escuelas deficientes como un obstáculo importante para el crecimiento, por encima del 20% de la media mundial. Aceptar los retrocesos en materia de educación equivale a aceptar otra década, o dos, o tres, de crecimiento lento, aumento de la desigualdad y una generación de jóvenes perdida. Es una materia que nadie quiere reprobar.