Read in English | Escuchar una conversación con Juan S. González en The Americas Quarterly Podcast
Nota del editor: En enero de 2021, el Presidente-electo Joe Biden nombró a Gonzalez director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional. Gonzalez opinó sobre las prioridades de Biden para América Latina en este ensayo en julio de 2020.
Estamos a menos de cuatro meses de las elecciones más importantes de la historia moderna de los Estados Unidos. Lo que está en juego puede ser casi tan importante para el futuro de la democracia, la estabilidad y el crecimiento de América Latina y el Caribe.
El resultado dependerá de una serie de intereses económicos y de seguridad nacional fundamentales para los Estados Unidos. En las Américas, éstos incluyen la fuerza de los valores compartidos y la cooperación necesaria para sostener a los Estados Unidos y a sus socios hemisféricos a la hora de atravesar crisis tan urgentes como la pandemia del COVID-19 junto con muchos otros desafíos que se avecinan en un mundo más competitivo que se está reordenando rápidamente.
La imagen de los dos candidatos debatiendo sobre Venezuela, Cuba y la inmigración es una caricatura de dos enfoques sorprendentemente diferentes sobre las relaciones de los Estados Unidos en el hemisferio. Merece la pena examinar más de cerca esos enfoques, ya que dicen mucho acerca de qué tan diferente ven las dos partes el futuro en general, o incluso cómo entienden los intereses de América.
El enfoque de esta administración hacia Latinoamérica pasa por Miami y sus políticas se entienden mejor a través del prisma distorsionado de la política del Sur de la Florida. Donald Trump no puede ganar la reelección sin el estado de Florida, y su administración cree que puede capitalizar políticamente la ira y el sufrimiento de los votantes cubanos y venezolanos sin tener en cuenta los resultados en ninguno de los dos países. Al presidente le gusta hablar con dureza y lanzar sanciones con fanfarronería. Pero su negativa a conceder el Estatus de Protección Temporal (o TPS, por sus siglas en inglés) a los venezolanos, la incapacidad para responder a la enorme crisis humanitaria de ese país y las medidas restrictivas para aumentar el sufrimiento del pueblo cubano ponen al descubierto una cruda verdad. La “agenda” de Trump es sobre él mismo —bravuconería, lágrimas de cocodrilo y cualquier gesto que pueda ayudar a su reelección—, no sobre América, o sus socios en el hemisferio. Mientras tanto, su demonización de los inmigrantes, en especial los procedentes de América Latina, es un mensaje para una minoría de estadounidenses que temen perder su lugar en un Estados Unidos cada vez más diverso.
La visión de Joe Biden para la región está basada en la creencia fundamental de que la promoción de un “hemisferio seguro, de clase media y democrático” es de enorme interés para la economía y la seguridad nacional de los Estados Unidos. Que los Estados Unidos deben trabajar en colaboración con sus vecinos si quieren ganar la lucha contra la pandemia del COVID-19 y reconstruir la economía estadounidense de una mejor manera que en el pasado. Que en tiempos de gran crisis, el liderazgo democrático y de principios —anclado en el estado de derecho— une a las naciones hacia un propósito común. Que las instituciones multilaterales, bajo el liderazgo adecuado, otorgan a todos una participación en nuestro futuro. Es esa visión, cimentada en la empatía por los que sufren, y una comprensión cabal de los intereses de los Estados Unidos, la que inspirará el enfoque de la administración Biden con respecto a las Américas. No hay necesidad de asumir esto basándose en la fe: existe un extenso historial que señala los valores, ideas e intereses que estarán en el centro de la política de la administración Biden en el hemisferio occidental.
La tarea inmediata de reparar el daño causado en casa por la administración Trump orientará la política exterior de los Estados Unidos hacia América del Norte. El plan de Biden para combatir la pandemia del COVID-19 presenta una oportunidad convincente para revitalizar y aprovechar el Plan de América del Norte para los animales y la influenza pandémica puesto en marcha en 2012 por la administración Obama-Biden, especialmente en las áreas de preparación y resiliencia de la cadena de suministro.
Su iniciativa Build Back Better (Reconstruir mejor) dedica 2 billones de dólares en cuatro años a hacer frente a las debilidades y desigualdades estructurales de la economía estadounidense mediante la construcción de una infraestructura moderna y sostenible, la revitalización de la industria manufacturera estadounidense y una movilización de investigación y el desarrollo (I+D) no vista desde la Segunda Guerra Mundial para nuevas tecnologías como la biotecnología, la energía limpia y la inteligencia artificial. También busca modernizar la industria automotriz de los Estados Unidos para competir de mejor manera con China en cuanto a vehículos eléctricos.
A medida que las cadenas de suministro se contraen y el poder económico de China crece, Canadá y México son socios indispensables para los Estados Unidos en su empeño por restablecer una base competitiva a nivel mundial. El profundo compromiso de Biden con esas relaciones es una fuerte señal de la prioridad que les dará como presidente. Las protecciones laborales que aseguraron el apoyo demócrata a la ratificación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, que actualizó al TLCAN a muchas de las normas del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica que Trump abandonó, son muy importantes en este contexto, al igual que la transparencia y la competencia leal.
En cuanto a América Central, cabe esperar que el presidente Biden establezca una cooperación mucho más estrecha, incluso con México, en una inversión considerable para ayudar a abordar los problemas económicos y sociales que fomentan la migración ilegal, entre ellos la extendida corrupción. Cabe recordar que la misma semana en que Donald Trump anunció su campaña presidencial en 2015 calificando a los mexicanos de “violadores”, Joe Biden se preparaba para una reunión con los miembros de la Comisión de Asignaciones del Senado a fin de negociar el apoyo bipartidista a una estrategia ambiciosa para abordar las causas profundas de la migración procedente de Guatemala, El Salvador y Honduras. La iniciativa comenzó como una reunión en junio de 2014 sobre el aumento de la seguridad fronteriza con México y los líderes del Triángulo del Norte, pero el vicepresidente Biden invirtió innumerables horas durante nueve meses para lograr un consenso a favor de un esfuerzo más integral para enfrentar la pobreza y la inseguridad que conducen a la migración hacia los Estados Unidos. El plan estaba funcionando hasta que la administración Trump lo desmanteló.
Los países del Caribe han sido golpeados por desafíos únicos que abarcan eventos naturales devastadores, desarticulación económica y crimen internacional. Compartimos un interés en ayudar a esos países a que respondan exitosamente. Como vicepresidente, Biden rechazó una larga tradición de ver a los países del Caribe como un conjunto de países que tenían que ser cortejados episódicamente para obtener votos en las Naciones Unidas o en la Organización de los Estados Americanos, y en su lugar defendió una serie de esfuerzos específicos y pragmáticos, vinculados a abordar necesidades urgentes. Un buen ejemplo es la Iniciativa de Seguridad Energética del Caribe, lanzada en 2014 para promover la seguridad energética a medida que el esquema de financiamiento petrolero de Petrocaribe de Venezuela declinó. Biden vio la oportunidad de socavar la influencia corruptora de Venezuela al ofrecer al Caribe alternativas viables que brindaban asesoramiento técnico, reunían a la comunidad internacional y aprovechaban la Corporación para Inversiones Privadas en el Extranjero para impulsar la inversión privada. El Caribe seguirá siendo una prioridad para una Administración Biden a través de iniciativas como la Iniciativa de Exportación de Energía Limpia e Inversión Climática, cuyo enfoque inicial será proporcionar financiamiento de bajo costo a los pequeños estados insulares del Pacífico y del Caribe que estén listos para demostrar liderazgo en el problema del cambio climático.
Colombia no tiene un socio más grande en los Estados Unidos que Joe Biden, un país al que regularmente se refiere como la “piedra angular” de la región. Estuvo presente en la creación del Plan Colombia, asegurando el apoyo del Senado a los esfuerzos de la Administración Clinton para financiar la iniciativa. También apoyó los esfuerzos de Colombia para negociar la paz, confió en las instituciones del país para lograr un resultado respaldado por el pueblo colombiano, y comunicó cualquier inquietud en privado para evitar distraerse en un debate político que en última instancia los colombianos debían resolver. Mientras que Trump ha vuelto a narcotizar la relación bilateral, la visión de Biden es más ambiciosa. Él busca apostar por las décadas de cooperación y los miles de millones de dólares invertidos en una asociación estratégica con implicaciones regionales y globales positivas, y que puede promover los derechos humanos como una causa común en nuestros países. Para ayudar a hacer realidad esa visión, un presidente Biden apoyaría a Colombia mientras gestiona el éxodo masivo de venezolanos hacia el país, para combatir la pandemia del COVID-19 y abordar la deteriorada situación de seguridad del país.
Más ampliamente en América del Sur, Biden vio el progreso de la Alianza del Pacífico como una oportunidad para construir sobre los cimientos de los acuerdos comerciales existentes de Estados Unidos que se extienden desde Canadá hasta Chile. También creía que el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, diseñado para fortalecer y modernizar un conjunto mucho más amplio de relaciones comerciales con mejores estándares laborales y ambientales, crearía incentivos para que el Mercosur reoriente su modelo económico y coloque barreras para la inversión china en las Américas.
Para mover el Mercosur, Biden creía que los Estados Unidos tenía que involucrar a Brasil de la misma manera que otras potencias emergentes desarrollando una agenda sólida para la cooperación económica y un plan para una asociación verdaderamente estratégica al capitalizar áreas de interés superpuestas que eran de naturaleza cada vez más global. Éstas incluyen el cambio climático, donde Brasil se posicionó para servir como puente entre las economías del G20 y las del G77. La relación entre los Estados Unidos y Brasil tiene un enorme potencial bajo una administración Biden, cuyas agendas climáticas y económicas irán de la mano. La pregunta para Brasil es si su liderazgo actual está preparado para abordar los desafíos monumentales de nuestro tiempo.
Cuando se trata de Cuba y Venezuela, la diferencia entre Joe Biden y Donald Trump es una cuestión de valores e intereses nacionales. Según toda métrica, la campaña de Trump para incentivar el voto en el Sur de la Florida le ha fallado al pueblo cubano y venezolano, en el país y en el extranjero. El objetivo primordial de los Estados Unidos en ambos países debe ser presionar para lograr un cambio democrático. Es por eso que un presidente Biden otorgaría estatus de protección temporal (TPS, por sus siglas en inglés) a los venezolanos en los Estados Unidos, tomaría medidas serias para abordar la situación humanitaria, ayudaría a recuperar cada centavo robado al pueblo venezolano y desplegaría sanciones inteligentes como parte de una estrategia internacional más amplia para restaurar la democracia. En Cuba, el compromiso no es un regalo para un régimen represivo. Es un acto subversivo para promover la causa de los derechos humanos y empoderar al pueblo cubano como protagonistas de su propio futuro.
Los países del hemisferio están en un punto de inflexión. La pandemia del COVID-19 ha puesto al descubierto las debilidades estructurales en nuestras economías, así como las persistentes desigualdades e injusticias en nuestras sociedades. También ha sido un recordatorio doloroso de que nos necesitamos unos a otros: las pandemias y los impactos del calentamiento global no respetan las fronteras. Donald Trump ha demostrado no estar calificado para liderar a los Estados Unidos, y mucho menos ser un ejemplo para la región en su búsqueda por abordar desafíos monumentales. Su visión del mundo se burla de los logros de nuestro hemisferio y del Sistema Interamericano de los últimos treinta años, y socava el interés estadounidense en países exitosos, libres e impulsados por el mercado que pueden satisfacer las necesidades de sus pueblos.
La gran visibilidad de los Estados Unidos nos hace un ejemplo a lo largo de todo el mundo, para bien o para mal. Cuando estamos a la altura de nuestros ideales como nación, fortalece a los líderes de mentalidad cívica en otros lugares. Pero cuando nuestros líderes niegan los hechos y son modelos de comportamientos corruptos, alientan a los actores que son anatemas al progreso democrático y al avance social de nuestro hemisferio. La tarea de reconstruir mejor requiere que encontremos una causa común en nuestra prosperidad compartida, una alianza renovada sobre el cambio climático, una resolución para garantizar la seguridad de nuestros ciudadanos y un sentido de urgencia para lograr una visión compartida de un hemisferio que sea seguro, de clase media y democrático.
—
Gonzalez es un director en JSG Strategy y anteriormente fue consejero del Vice Presidente Joe Biden. Las opiniones expresadas en este artículo son opiniones propias y no representan las de ninguna institución ni campaña.