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SÃO PAULO — Cuando Luiz Inácio Lula da Silva tomó posesión de su cargo el día de Año Nuevo, uno de sus problemas más complejos era qué hacer con los militares de Brasil. Muchos de los 350.000 integrantes de la Fuerza Armada no sólo apoyaron a Jair Bolsonaro en las elecciones de 2022, sino que coquetearon con numerosos complots para anular el resultado. Se mantuvieron al margen durante un tiempo sospechosamente largo cuando alborotadores asaltaron el palacio presidencial, el Congreso y el Tribunal Supremo en un intento fallido de insurrección el 8 de enero. Dos semanas después, Lula destituyó al jefe del Ejército.
Ante el espectro de la inestabilidad permanente, Lula reaccionó como ha hecho a menudo a lo largo de su dilatada carrera: Esparciendo dinero sobre sus potenciales adversarios. Al presentar este mes el programa de infraestructura “PAC”, de cuatro años de duración y 75.000 millones de dólares, destinó 10.000 millones de dólares a proyectos de defensa, como un submarino nuclear y aviones de última generación de la Fuerza Aérea. Lula ha adoptado un enfoque similar para gestionar el poderoso bloque Centrão en el Congreso, gastando 2.400 millones de dólares sólo en julio en enmiendas parlamentarias, los proyectos favoritos de los legisladores, un nuevo récord mensual para cualquier gobierno, según Estado de S.Paulo.
¿Cínico? Tal vez. Pero todo parece funcionar, al menos por ahora. El índice de aprobación de Lula se sitúa en 60%, nueve puntos más que en abril, de acuerdo a un reciente sondeo de Quaest. Un porcentaje similar de brasileños espera que la economía siga mejorando en el próximo año. Los economistas tienden a estar de acuerdo, con una previsión media de crecimiento de 2,2% para este año, que si bien dista de ser excelente no obstante triplica las0 expectativas de principios de año. Mientras tanto, la democracia brasileña, que parecía tan frágil hace sólo seis meses, lo que provocó las advertencias de muchos observadores, incluido este autor, puede estar disfrutando ahora de su mejor momento de estabilidad institucional desde que las protestas callejeras de 2013 sumieron al país en una prolongada crisis. La generosidad de Lula con el erario ha ayudado, pero no es toda la historia.
La abrupta caída en desgracia de Bolsonaro ha sido un factor importante. Tras perder las elecciones con el 49% de los votos en octubre, algunos esperaban que liderara una oposición fuerte en un país que sigue siendo mucho más conservador que durante la primera presidencia de Lula hace 20 años. Pero varios escándalos, especialmente la supuesta trama de Bolsonaro para vender ilegalmente joyas regaladas por gobiernos extranjeros y embolsarse el dinero, han dejado al ex presidente y a su movimiento aturdidos hasta casi el silencio. Bolsonaro, que niega haber actuado mal, fue inhabilitado para presentarse en elecciones hasta 2030 por otro caso. Según sus aliados, Bolsonaro cree que él y su familia aún pueden evitar la cárcel si se abstienen de atacar a las autoridades brasileñas. Sus críticas a Lula han sido infrecuentes y silenciadas, al menos para sus estándares. De todos modos, muchos creen que su encarcelamiento es inminente.
Con la derecha y su poderosa maquinaria de medios sociales relativamente sometida, ha ocurrido algo curioso: La política brasileña vuelve a parecer casi normal. El Brasil que conocí hace 20 años era un país en el que la mayoría no prestaba mucha atención a la política; en contraste con, por ejemplo, Argentina o Colombia, era mucho más probable que hablaran de fútbol o novelas. Hace poco pasé varios días en São Paulo, donde el Partido de los Trabajadores de Lula ha luchado históricamente por ganar las elecciones, y aunque ninguna de las personas con quien hablé estaba feliz con la situación actual, pocos parecían especialmente agraviados. Las encuestas lo confirman: Incluso los cristianos evangélicos, la base de Bolsonaro, aprueban ahora el gobierno de Lula por un pequeño margen. Dada la opción, alrededor de un tercio de los brasileños describe su actuación como ni buena ni mala, sino regular, lo que puede traducirse como “OK”.
Una dinámica similar se ha impuesto en el mundo empresarial, gracias en parte a la buena suerte. Una cosecha realmente fantástica, y un contexto exterior favorable, dieron a la economía brasileña un buen impulso justo cuando Lula tomaba posesión de su cargo. La inflación anual se ha reducido del 10% hace un año a cerca del 4% en la actualidad, gracias en gran parte a un banco central de línea dura que Lula ha pasado gran parte de su presidencia criticando. Hasta ahora, el Ministro de Hacienda, Fernando Haddad, ha sorprendido positivamente al mercado. Si bien un indicador clave como la confianza empresarial se mantiene en niveles bajos de los últimos años, la aguda preocupación que escuchamos a principios de año ha amainado. Y este mes, el banco central empezó a recortar su tasa de interés de referencia. “En resumidas cuentas, no veo mucha preocupación por el presidente Lula ahora mismo en el mercado”, dijo Ernesto Revilla, economista jefe de Citi para América Latina, en el Podcast del Americas Quarterly este mes.
Finalmente, el propio Lula se siente más… sólido. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con sus políticas, y especialmente en asuntos exteriores, algunos temen que esté llevando a Brasil en la dirección equivocada. Pero ha logrado proyectar cierta calma institucional, dialogando con diferentes sectores del gobierno y la sociedad como ningún presidente brasileño lo ha hecho desde, bueno, Lula. La inesperada y rápida disminución de la deforestación amazónica, un 43% menos en lo que va de 2023, y la aprobación parcial de una reforma fiscal “histórica” son el tipo de logros complejos que sólo se alcanzan con una cuidadosa coordinación; gente que sabe gobernar.
Si fuimos demasiado alarmistas en enero, ¿Somos ahora muy complacientes? Teniendo en cuenta los inquietantes -y nada coincidentes- paralelismos entre Brasil y Estados Unidos en los últimos años, observemos que Joe Biden también disfrutó de un saludable apoyo durante unos seis meses, y ahora aquí estamos, con Donald Trump a punto de remontar en el escenario general. El propio Lula seguía en prisión y se consideraba acabado en política hace sólo cuatro años, lo que demuestra lo rápido que pueden cambiar los vientos en Brasilia. Merece la pena seguir de cerca los recientes problemas económicos de China. Con tanto dinero cambiando de manos con el Centrão y otros, a algunos les preocupa que un nuevo escándalo de corrupción sea como la kriptonita para Lula, dado su historial anterior.
Pero, por ahora, parece al Brasil de antaño: Estable, no espectacular, creciendo sólo un 1% o 2%. Podría ser mejor, podría ser peor. Más o menos. Después del tumulto incesante de los últimos años, para muchos brasileños es suficiente. Al menos por el momento.