Lejos de la selva, y de la imagen de la silla vacía que el expresidente Andrés Pastrana miraba de reojo aquel día en que el fallecido comandante de las FARC Manuel Marulanda—alias Tirofijo—no se apareció a instalar los diálogos de paz, gobierno y Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) vuelven a sentarse en una mesa.
Esta vez a las afueras de Oslo, Noruega, en un ambiente con aire diplomático, encorbatados, llegando a un epílogo de una serie de conversaciones y encuentros que se hicieron con la discresión de la que se careció años atrás. Con un acuerdo ya firmado sobre los temas a tratar en la negociación, con el rol definido y clave de los garantes (Cuba y Noruega) y de los acompañantes (Venezuela y Chile), y con voceros únicos.
Y a pesar de toda la filigrana, válida y necesaria, lo que pasó este jueves en Oslo demostró lo que la sociedad tiene que entender a la hora de opinar sobre el proceso. En la mesa están sentadas dos visiones de país, dos enemigos, que literalmente se han dado bala por siglos, uno de los cuales se alzó en armas frente al otro con una idea de rebelión marxista que culminó en 50 años de lucha, alimentada por el terror, el secuestro y el narcotráfico, mientras el otro le respondía desde la legalidad con su aparato armado, y también con sumas de ejércitos ilegales que exterminaron a la Unión Patriótica cuando las FARC quisieron hacer política.
Y es por esa diferencia y esa enemistad, que lo importante para una parte puede no serlo para la otra, y que el éxito en la negociación está en manejar las declaraciones y las respuestas con cautela sobre todo ante los medios de comunicación.
La negociación tendrá tres fases: la exploratoria que ya surtió efectos con la firma de un primer acuerdo; la segunda que comenzó ayer para avanzar en los temas contenidos en ese primer acuerdo; y la tercera de implementación de lo negociado.
Para el negociador del gobierno Humberto De la Calle—luego del discurso ideológico y cargado de denuncias que pronunció Iván Márquez—Colombia es un país que ha vivido cambios positivos, con una constitución garantista de los derechos y unas instituciones fuertes, que vive un auge económico importante, con una democracia que garantiza que las fuerzas de izquierda gobiernen y que cuenta con lo que llamó una “riqueza de iniciativas legales,” como las leyes de Desarrollo Rural, de Restitución de Tierras y de Víctimas En su intervención De la Calle hizo hincapié en que la clave de todo es la confidencialidad. Reiteradas veces destacó que el gobierno le dará a las FARC plenas garantías para su transformación en una fuerza política desarmada que ayude a transformar la realidad social del país sin dejar su condición de contraparte.
El vocero de las FARC, Iván Márquez, en cambio, aprovechó los micrófonos para demostrar que ellos viven en otro país diferente al que vive De La calle: el tercer más desigual del mundo; con más de 30 millones de colombianos en la pobreza; 12 millones en la indigencia; 6 millones de desplazados; con solo 5 millones de hectáreas destinadas a la agricultura mientras más de 50 se usan para la exploración petrolera y minera y están en manos de multinacionales.
Un discurso profundamente ideológico cargado de reclamos que son los que las FARC han hecho por siglos y seria lógico que trajeren a colación en un escenario mediático. Por supuesto la artillería verbal no podría dejar de atacar a quien nunca les abrió las puertas del diálogo y los enfrentó sin aspavientos. A ese gran enemigo Uribe y su “terrorismo de Estado”, a sus hijos (a quienes llamo filibusteros terratenientes), a su vicepresidente Francisco Santos (el supuesto gestor del paramilitar bloque capital), a la herencia de sus políticas (Plan Colombia, bases militares).
“El alzamiento armado contra la opresión es un derecho universal que asiste a todos los pueblos del mundo”, se justificó el guerrillero para explicar que ellos son consecuencia y no causa de toda la violencia que vive el país. “Se equivocan quienes creen que estamos derrotadas. Confunden nuestra intención de paz con debilidad”, apuntó. Las FARC también dejaron claro que los plazos de la negociación no son “express”, tema que el gobierno quiere circunscribir a poco más de un año, y que su prioridad es una reforma rural hoy contemplada como primer punto de la negociación. Ya en la rueda de prensa insistieron en que Simón Trinidad (preso en Estados Unidos por narcotráfico) participe como negociador, y que Noruega promueva su expulsión de la lista de organizaciones terroristas de la Unión Europea. Ambas partes coincidieron en que los acuerdos deben ser refrendados por la veeduría ciudadana.
Así culminó el primer encuentro público de los que se espera sean pocos, con un comunicado conjunto de cuatro puntos del que trasciende que se reunirán en la Habana el próximo 5 de noviembre. En el camino habrán todas las divergencias posibles: habrán marchas como la de los familiares de secuestrados, desaparecidos y reclutados forzosos, todos víctimas de las FARC, o como la del nuevo movimiento de indignados que reclama partipación en la mesa y cuya manifestación terminó la semana pasada con un saldo de 71 detenidos y doce heridos.
Habrá pronunciamientos airados, voces contrarias, exacerbaciones de la violencia (no hay cese al fuego y no será discutido por ahora), discusiones parlamentarias. Se conversa sobre los destinos de una nación que sigue en conflicto y que de acuerdo con el PNUD es la tercera más desigual del mundo. Eso sin contar que en la mesa están sentadas dos visiones del país. El camino es largo y culebrero, pero no por eso hay que dejar de andarlo.
*Jenny Manrique is a contributing blogger to AQ Online. She is a Colombian journalist and editor of Semana.com. Her Twitter account is @JennyManriqueC.