CIUDAD DE MÉXICO – México y Estados Unidos se encuentran en la antesala de un inusual cambio de poderes en Washington D.C., un cambio que ha puesto el futuro de la relación bilateral en duda. México tuvo que sortear cuatro años de la administración estadounidense más antimexicana que se recuerde y por ello la llegada al poder del demócrata Joe Biden representa una oportunidad única para ambos países para resetear la relación y abordar sus temas principales: comercio, migración y seguridad desde una perspectiva nueva, enterrando el funesto legado de Trump. Sin embargo, el Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha enviado mensajes difíciles de entender en el equipo de Biden. Ambos lados necesitan serenarse y evitar un desastre.
López Obrador es un pragmático que entiende la relevancia de la relación bilateral con Estados Unidos para México. Por ello, al inicio de su gobierno en 2018 decidió mantener la cooperación del gobierno de Peña Nieto con el de Trump al endurecer su postura migratoria y abrazar la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Para la opinión pública AMLO terminó siendo más cercano y suave con Trump de lo que él mismo prometía en su libro Oye Trump. Ambos presidentes tenían más química personal de lo que hubiesen esperado pero los analistas internacionales que dicen que a AMLO le gustaba el enfoque en “soberanía” nacional parecen haber olvidado la manera en que amenazó a México con tarifas y otras medidas punitivas en numerosas ocasiones. Decir que AMLO va a “extrañar” a Trump es ciertamente una exageración. No, AMLO no va a extrañar a Trump, pero tendrá que trabajar para obtener la confianza de Biden.
Biden ofrece una oportunidad para una relación más alineada con intereses mexicanos. Por ello, la tardanza en reconocer el triunfo de Joe Biden es vista como un acto de torpeza diplomática, una que generó ruido en ambos lados de la frontera y fue un rudo comienzo a la relación personal. A pesar de que el presidente mexicano ya sostuvo una llamada telefónica con Biden, AMLO necesita buscar un encuentro presencial con el demócrata cuanto antes para acercar posturas, encender la química y sentar el espíritu de un borrón y cuenta nueva para la relación entre mandatarios.
Aún con todos estos gestos, en el tema de la seguridad hay nubarrones por despejar. Primero, para sorpresa de Washington y de muchos en México, AMLO le ofreció asilo político a Julian Assange. La oferta es principalmente simbólica – Assange no puede llegar a México en la práctica – y es mejor entendido como un guiño a la izquierda latinoamericana, para quien Assange es como un héroe. La decisión del presidente ecuatoriano Lenín Moreno de entregar al fundador de WikiLeaks a la justicia británica fue vista como una traición por el grupo anti-imperialista y anti-yanqui que permea en un gran sector de la población latinoamericana. En un momento cuando las credenciales izquierdistas de AMLO han sido cuestionadas por diversas políticas, esta fue una oportunidad de reafirmarse en el contexto regional.
El reciente debacle relacionado al ex Secretario de Defensa mexicano, el General Salvador Cienfuegos, es aún más candente y complejo. A pocos días de que termine el gobierno de Trump, el Departamento de Justicia estadounidense reclamó al gobierno mexicano la publicación del expediente armado por la DEA (Drug Enforcement Agency) contra el General Cienfuegos. Esto sienta un precedente de alcances aún por determinar en el futuro inmediato de la cooperación en materia de inteligencia entre ambos países. A su vez, el presidente López Obrador ha acusado a la DEA de fabricar los delitos al general mexicano y por ello la Fiscalía General mexicana dejó sin efectos las acusaciones al militar.
Los gobiernos de México y Estados Unidos han tenido que sortear una larga relación de desconfianza mutua en materia de seguridad e inteligencia. Para cualquier país del mundo, la vecindad con la que aún sigue siendo la potencia militar y económica más poderosa del mundo representa riesgos y retos, tanto como oportunidades. La captura del General Cienfuegos en el aeropuerto de Los Angeles, en octubre pasado y sin avisarle al gobierno mexicano, así como la publicación de las más de 700 cuartillas del expediente de la DEA sobre el general por parte del gobierno mexicano, evidencian lo compleja que es la relación entre ambos gobiernos y entre las múltiples agencias y departamentos gubernamentales que tienen que ver con la relación bilateral. Ambos gobiernos violaron tratados bilaterales en este caso. Ambos defienden su idea de interés nacional y soberanía. Ambos necesitan cambiar radicalmente de opinión.
El gobierno de Joe Biden necesita cambiar el eje y tono de la relación en materia de seguridad, reconociendo que la guerra contra las drogas ha fracasado y que el paradigma incluso comienza a cambiar en la práctica, a pesar de que decirlo en voz alta sigue siendo tabú en algunos sectores. El paradigma prohibicionista se está derrumbando vertiginosamente a nivel estatal y local en Estados Unidos y está siendo suplantado por la regulación del mercado. Esta primavera del 2021 se espera que México haga lo mismo para el mercado del cannabis y con ello el prohibicionismo empieza a derrumbarse también del lado mexicano. Insistir en decomisos, en detención de capos, en reactivar la Iniciativa Mérida, en lugar de reformar radicalmente este enfoque solo nos condenaría a más muertes, más violencia y más militarización del lado mexicano y a que sigan llegando drogas de manera ilegal y de dudosa calidad al mercado estadounidense. En México ya la opinión pública favorece la regulación de la marihuana, lo cual sugiere algún tipo de cambio.
Respecto al tema migratorio hay una enorme oportunidad para ambos países. El sistema migratorio estadounidense está roto y no se ha reformado de manera integral desde hace casi cuatro décadas. La Ley de Control y Reforma Migratoria (IRCA por sus siglas en inglés) de 1986 fue tal vez el último retoque intensivo del sistema y desde entonces todos los esfuerzos bipartidistas por impulsar una reforma migratoria integral han fracasado. En la administración de Obama-Biden incluso se registraron más deportaciones que en el gobierno de George W. Bush. Barack Obama falló a su promesa de mejorar el sistema. El voto latino adquiere cada vez más peso en el sistema electoral y desde hace décadas favorece a los demócratas.
Con el Congreso bajo control de los Demócratas, el presidente Biden tiene la oportunidad de presentar una reforma migratoria integral. Ahora es posible terminar con el programa Remain in Mexico, dejar de separar a las familias de inmigrantes, y continuar con esfuerzos legislativos para asegurar que los llamados Dreamers no estén a una orden ejecutiva de perder su estatus. Hay optimismo en ese sentido. Representantes hispanos como Chuy García, legisladores locales como Cesar Chavez, líderes de organizaciones migrantes como Manuel Martínez y muchos más ven una oportunidad para reformar el sistema. Biden debe oprimir el botón de reset y enterrar los cuatro años de políticas antiinmigrantes de Trump. La narrativa del muro debe cambiar por la de la cooperación para el desarrollo de Centroamérica, la prosperidad compartida de América del Norte y la migración ordenada y segura. En esto el gobierno de AMLO y el de Biden podrán entenderse bien y trabajar juntos.
Finalmente, en el verano del año pasado entró en vigor el nuevo acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá. El periodo de la renegociación involucró a dos gobiernos mexicanos y demostró el conocimiento y la profesionalización de los negociadores mexicanos. El gobierno de López Obrador despejó las dudas de si favorece el modelo de desarrollo económico del libre comercio al apostar mucho de su capital político con las izquierdas mexicanas al defender la renegociación y no abandonar el modelo de apertura económica que ha convertido a México en una potencia comercial y en uno de los dos principales socios comerciales de Estados Unidos.
Sin embargo, hay al menos dos obstáculos en términos de comercio. La política energética de AMLO, además de estar basada en hidrocarburos en lugar de enérgicas limpias, privilegia a los los monopolios estatales en lugar de promover la competencia. La desconfianza del presidente de organismos autónomos en materia de telecomunicaciones es también causa de alarma, y el gobierno mexicano no solo podría ahuyentar inversionistas sino además acumular demandas legales por incumplimiento del Tratado entre Mexico, Estados Unidos y Canada (T-MEC). AMLO necesita oprimir el botón de reset de su política energética, abrazar las energías limpias y respetar la letra del tratado comercial más importante para México.
En el año 2009, la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton y su homólogo ruso Sergey Lavrov se tomaron sonrientes una fotografía juntos, los dos sonriendo al lado de un botón rojo, símbolo de su intención de resetear la relación bilateral. La historia mejor conocida por el desatino en la traducción del botón que Clinton le llevó a Lavrov, pero el mismo Joe Bien reconoció como vicepresidente que el reseteo de la relación funcionó hasta que Rusia invadió Crimea en 2014.
Hoy el Canciller Marcelo Ebrard podría llevarle a su homólogo Antony Blinken un botón rojo para resetear la relación y los presidentes Biden y López Obrador podrían sentarse juntos y despejar las dudas de si tendrán una relación de cordialidad. AMLO es un pragmático y entiende la vital importancia de la relación de Estados Unidos con México. Por más que Biden quiera voltear a ver el mundo y recomponer las relaciones transatlánticas y transpacíficas de su país, México no solo es su vecino y socio comercial más importante, sino que además nos encontrará en el Consejo de Seguridad de la ONU y no habrá un control de la pandemia de COVID-19 si México y EU no actúan de forma coordinada entre ambos países.
El camino alternativo seria continuar en el camino hacia el desastre, donde la relación México – Estados Unidos regresa a la acritud y desconfianza que caracterizo décadas anteriores a 1980. Nadie quiere eso, ni AMLO ni Biden ni los ciudadanos de ambos países. Este es el camino para enterrar la era Trump y construir un nuevo futuro juntos entre México y Estados Unidos.