En la Buenos Aires que todos conocen, la Buenos Aires de teatros de ópera, bifes de chorizo y “boliches” que ni sueñan con abrir antes de la 1 am, casi es posible olvidarte de que hay recesión.
Las parrillas están llenas, los rosedales florecidos y en las grandes avenidas resuenan los icónicos taxis negros y amarillos de la ciudad. En las tardes de primavera puedes sentarte a tomar un old fashioned en un café en la vereda ,mientras sientes el aroma de los tilos en flor en el aire y ves algunos aficionados pasar apurados en su ropa de yoga. No todo está bien aquí: casi dos mil negocios cerraron en 2016 y la tasa de desempleo de la ciudad subió hasta casi el 10 por ciento. Aún así, algunos sectores, particularmente los de tecnología, turismo y finanzas están creciendo. Y hasta el porteño más huraño tendría que admitir a regañadientes que la ciudad se ve mejor y que está siendo administrada como nunca en 20 años, o inclusive en mástiempo.
Esto es un logro impresionante. La Buenos Aires que conocí, cuando viví allí entre 2000 y 2004, era lamentable. Viejas mansiones habían sido abandonadas y tomadas por ocupantes ilegales. Los cafés estaban vacíos. Miles de desempleados convertidos en cartoneros recogían basura por la noche, buscando cosas para reciclar o restos de comida, muchas veces junto a sus pequeños hijos, subidos a precarias carretas de madera, entre pilas de cartón y láminas de metal. Este fue el período al que los argentinos todavía se refieren sombríamente como “la crisis”, una implosión histórica en la que el producto bruto interno (PBI) se contrajo en un 20 por ciento y en el que un tercio de la fuerza laboral se quedó sin empleo, generando tanta indignación popular que, en 2001, hubo cinco presidentes en el transcurso de dos semanas.
La recuperación de Buenos Aires no comenzó realmente hasta 2007, cuando Mauricio Macri, expresidente de Boca Juniors (el equipo de fútbol predilecto de la clase trabajadora de la ciudad), se convirtió en su intendente. Macri se propuso pragmáticamente curar las heridas de la crisis y modernizar una ciudad notoriamente obsesionada con la gloria pasada de su belle époque, un siglo atrás. Construyó nuevos carriles para bicicletas y buses; removió la basura y los graffitis; inauguró programas de nutrición escolar; e instaló “estaciones de salud” en los parques. Macri fue tan exitoso que, a pesar de su estilo patricio, que incluso sus seguidores describen como un poco distante (suele llevar deliberadamente un suéter sobre los hombros, típico look informal de la clase alta argentina), fue elegido presidente en octubre de 2015. La promesa fue que Macri trasladaría el estilo ordenado y tecnocrático de Buenos Aires a la Argentina en general.
Ésta Buenos Aires, el centro político y financiero de la Argentina, también es conocida como Capital Federal. Tiene una población de tres millones de personas y un PBI per cápita de aproximadamente 25 mil dólares, muy similar al de Portugal. Pero también hay otra Buenos Aires: la provincia que rodea la ciudad y que comparte el mismo nombre pero es mucho más grande y mucho más pobre. La Provincia de Buenos Aires, conocida como PBA, tiene una población de 15,6 millones de personas y un PBI per cápita más parecido al de Jamaica o Filipinas. Por décadas, la PBA ha sido hogar de buena parte de la peor pobreza y el peor crimen de Argentina. Y aquí, desafortunadamente, es como si “la crisis” nunca hubiera terminado.
Buenos Aires (izquierda) y la ciudad de Lomas de Zamora, a sólo 20 kilómetros de distancia.
En algunas áreas de la PBA, sólo uno de cada tres adultos tienen un empleo formal, los demás están desempleados o trabajan en el mercado negro. Muchas carreteras están sin pavimentar. Las inundaciones son frecuentes y mortales. Barrios enteros son controlados por pandillas de narcotraficantes, los asaltos y los “secuestros exprés” son comunes, y la miseria es comparable a la de las peores favelas de Brasil o comunas de Colombia. Al escuchar esto, muchos extranjeros se muestran escépticos: ¿Cómo puede un lugar a apenas 24 kilómetros de la antigua “París Sudamericana” estar tan mal? Pero deberían considerar esto: en Quilmes, la ciudad que le da su nombre a la cerveza más popular de Argentina, menos de un cuarto de los hogares está conectado al sistema de alcantarillado, mientras que solo cerca de la mitad tiene agua potable. En general, en las áreas más pobladas de la PBA, alrededor del 30 por ciento de los hogares no cuenta con servicios básicos, comparado con solo el 1,6 por ciento en Capital Federal. La desnutrición, la pobreza, y las tasas de mortalidad infantil y de homicidio son mucho más altas.
La tarea que le espera a Macri aquí es formidable y probablemente determinará el éxito de su gobierno. La PBA concentra, de lejos, la mayor cantidad de votos de Argentina, con cerca del 40 por ciento del total nacional, e históricamente se ha inclinado hacia la izquierda. Macri llegó a la presidencia en 2015 con apenas los votos justos en la Provincia, gracias a la sed de cambio que los votantes tenían tras 12 años de gobierno de la dupla peronista de Néstor y Cristina Kirchner. Pero ahora han aumentado las expectativas y, si Macri no logra el mismo progreso que logró en la capital, el kirchnerismo o algo parecido podría regresar en 2019. Arreglar la PBA “es la verdadera prueba de Macri”, asegura Carlos Pagni, un profesor de historia y columnista de La Nación.
La Provincia es un problema difícil de descifrar para alguien como Macri, un empresario dquien a sus veinticortos estaba ayudando a su familia a hacer negocios con Donald Trump. La buena noticia es que, en su búsqueda por reformar la PBA, Macri encontró a la aliada perfecta, una audaz mujer de 43 años, madre de tres hijos, que habla claro y sin rodeos, y es hoy una de las figuras más singulares de la política latinoamericana: María Eugenia Vidal, la nueva gobernadora de la Provincia.
Un improbable ascenso al poder
En primer lugar, nadie creía que ella pudiera ganarse el puesto.
Vidal ni siquiera es de la PBA; nació y creció en Capital y es, de muchas maneras, un producto clásico de la clase media porteña. Su padre era cardiólogo y su madre trabajaba en un banco. Durante las vacaciones familiares, viajaban en un aparatoso Fiat amarillo sin aire acondicionado hacia destinos playeros como Villa Gesell o Camboriú, en Brasil (un viaje de 22 horas), mientras escuchaban cassettes de Fito Páez o Roberto Carlos. La Otra Hechicera, una biografía escrita por el periodista Ezequiel Spillman, describe a una niña que creció jugando al volley y tomando mate compulsivamente, que cursó en la Universidad Católica Argentina (UCA) y se casó con su novio de la universidad. Si les preguntas a los argentinos qué les gusta de Vidal, muchos la describirán como una “chica de barrio”.
Fuertemente influenciada por su abuela, una inmigrante italiana que nunca terminó la primaria y que limpiaba casas para llegar a fin de mes, Vidal mostró desde temprano signos de tener conciencia social. Pero en vez de seguir el camino de las protestas callejeras y el activismo partidista común entre la izquierda argentina, Vidal tomó la ruta para convertirse en una experta en políticas públicas y estudió ciencias políticas en la UCA. A mediados de sus veintes, era la directora ejecutiva de un think-tank que estaba intentando armar un plan de centro-derecha para salir de “la crisis”. Macri, que para entonces estaba preparando su primera campaña a la intendencia de Capital, asistió a un evento y allí vio exactamente el tipo de joven tecnócrata que necesitaba para crear su nuevo partido político, la Propuesta Republicana (PRO).
Un canal de drenaje contaminado en Lomas de Zamora, en PBA.
Con un gran encanto, un espíritu de trabajo incansable y mucha lealtad, Vidal ascendió rápidamente y se convirtió en la ministra de Desarrollo Social de Capital y luego en su vicejefe de Gobierno. Sin embargo, todavía había pocos motivos para esperar algo más grande.
Para 2013, cuando Macri estaba definiendo el candidato del PRO para la gobernación, los kirchneristas parecían debilitados a nivel nacional aunque sin riesgos de perder la provincia que consideraban su base natural. Ya para ese entonces Vidal se había mudado a una pequeña casa en Morón, una ciudad en la PBA donde su esposo también era una figura política en ascenso. Sin embargo, los peronistas venían gobernado la provincia ininterrumpidamente desde hacía 28 años. Desde su creación en 1882, ninguna mujer había sido gobernadora de Buenos Aires. Su campaña comenzó con tan poca financiación que Vidal se pasó los primeros meses simplemente caminando, hablando y escuchando a la gente.
Luego, un caso clásico de exceso de confianza cambió todo. Cristina Kirchner escogió como su candidato a la gobernación de la PBA a Aníbal Fernández, una figura turbia de bigote que el biógrafo de Vidal describió como “el ingrediente perfecto que ella necesitaba para hacer historia”. Fernández, famoso por haber dicho una vez que Argentina tenía “menos pobres que Alemania”, también había sido acusado de estar involucrado en el tráfico de narcóticos (lo que él niega rotundamente). Esto fue detonante en una provincia que es el centro de la epidemia del consumo de cocaína en la Argentina. Según Daniel Bilotta, un periodista basado en la PBA, la Iglesia Católica y Evangélica han estado compitiendo para mostrar quién tiene una posición más dura contra las drogas y el crimen organizado x. Obispos y pastores “estaban escandalizados por Aníbal”, cuenta Bilotta, “y comenzaron a promocionar a Vidal los domingos”.
Vidal se comprometió a acabar con las mafias, concentrándose no solo en las drogas, sino también en la Bonaerense, la notablemente corrupta fuerza policial de la PBA. También habló sin tapujos de sus propios encuentros con el crimen, incluyendo un aterrador incidente cerca a su casa en el que dos mujeres armadas intentaron sacar a su hijo menor, quien en ese entonces tenía una semana de nacido, de su cochecito. Vidal logró salvar a su hijo gritando y lanzándose sobre él. Al compartir estas historias personales, Vidal logró responder a una sed global por un tipo de político nuevo y más auténtico. Los argentinos tienen una bien ganada reputación de ser una de las naciones más cínicas de América Latina, en particular en política, pero hay algo de Vidal que los hace derretirse. “Ella es muy atractiva, pero también muy dura”, describe maravillado el empresario Juan Manuel Torres. ÉEsta es una cita que yo normalmente dudaría en publicar, pero la escuché literalmente de boca de decenas de hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Otro típico comentario: “Ella es como yo”.
Eventualmente, en octubre de 2015, Vidal venció a Fernández por cinco puntos porcentuales. Le dedicó su victoria a su abuela, llamándola “la mujer más sabia que he conocido”, e inmediatamente comenzó a trabajar. Sacó del sistema carcelario provincial (otra de las organizaciones más corruptas de la PBA) a 132 altos funcionarios y puso a cargo a un antiguo fiscal federal. También se intervino la división de Asuntos Internos de la Bonaerense. Cuando las inevitables amenazas de muerte llegaron y sus guardaespaldas le advirtieron que su casa en Morón era demasiado modesta y estaba demasiado expuesta para protegerla apropiadamente, Vidal empacó junto a sus hijos (se había separado de su esposo poco después de las elecciones) y juntos se mudaron a una nueva residencia en una base militar, desde donde viaja diariamente a su oficina desde hace un año.
A pesar de todo eso, Vidal ha mantenido, de alguna forma, su toque fresco y coloquial. La semana que estuve en Argentina, una foto de Vidal (izquierda) comiendo ensalada y hablando por celular en McDonald’s, a donde había llevado a su hijo a almorzar, se volvió viral. La primera vez que entré a su oficina, Vidal se estaba tomando la pantorrilla, haciendo muecas de dolor mientras se reía, tras accidentarse inexplicablemente esa mañana en una cinta de correr que había puesto junto a su cama. “Ya me harté de esa cosa”, dijo con furia burlona. “Ahora sólo la voy a usar para (colgar) mi ropa”.
Me presenté y le dije que había pasado los últimos días viajando por la PBA. Ahí fue cuando Vidal hizo otra cosa inusual en un político moderno. “Esperá un momento”, me interrumpió. “Decime, ¿qué viste?”. Y luego se sentó de nuevo y me escuchó.
Un largo y lento declive
Manejando por la Provincia, lo primero que me impactó fueron las escenas que parecían de hace un siglo, cuando las exportaciones de carne refrigerada hacia Europa llevaron al Banco Central de Argentina rebalsar de oro. La ciudad más grande de la PBA, con una población de 1,7 millones de personas, se llama La Matanza pues era allí donde el ganado era históricamente sacrificado.. Muchos pueblos echaron raíces alrededor de ferrocarriles construidos por los británicos y tienen nombres como Hurlingham o Banfield. Mi mejor amigo argentino es de Temperley, y he pasado largas tardes tomando cerveza Quilmes y jugando al tenis entre sus casas de estilo Tudor y sus inmensos eucaliptos. Más allá de Capital, en la PBA hay una tierra agrícola y próspera.
Algunos países tienen años duros. Argentina ha tenido ocho décadas duras. Incluso en las partes “buenas” de la PBA se puede sentir la decadencia. Durante la década de los 90, Pilar, a 56 kilómetros al oeste de Capital, se convirtió en un destino popular para casas de fin de semana en comunidades cerradas (lo que los argentinos llaman countries), que están separadas de las villas por muros de tres metros y alambre de púas. “Tenemos las mejores canchas de golf que te puedas imaginar, pero no tenemos espacios verdes para la mayoría de nuestros ciudadanos, y nuestros hospitales y escuelas eran un desastre”, me dijo Nicolás Ducoté, el intendente de Pilar. Él culpa de esto al colapso de la industria manufacturera argentina y a un largo período en el que el Estado simplemente no invirtió en infraestructura básica. Más del 70 por ciento de los hogares de Pilar no cuenta con agua potable, dijo. La Matanza es tan peligrosa que tres taxistas se rehusaron a llevarme allí. La familia de mi amigo vendió su casa en Temperley después de un robo traumático.
Un mercado en el barrio 2 de Abril en Lomas de Zamora
Durante los años posteriores a “la crisis”, los gobiernos de los Kirchner intentaron aliviar la situación a través de programas sociales, con un esquema de entrega de efectivo similar a Bolsa Família en Brasil. Éstos daban a las familias un ingreso de unos 50 dólares por niño, y ayudaron a reducir la desnutrición y la desigualdad en la PBA y en otras partes del país. Sin embargo, a una década del comienzo de los programas, pocos trabajos reales se han materializado para reemplazarlos.
Pasé una mañana en 2 de Abril, un barrio de Lomas de Zamora en donde, cuando llueve, las calles sin pavimentar son intransitables para los colectivos y las ambulancias, y donde los adictos y los ladrones dominan el paisaje cuando oscurece. Mónica Díaz, una activista comunitaria, me dijo que la mayoría del trabajo honesto está en un mercado informal cerca de donde hablábamos, o en un edificio común en el que el gobierno pone máquinas de coser y las trabajadoras (todas mujeres) llevan telas para hacer camisas. “Dependemos del gobierno”, me dijo, “y no tenemos miedo de protestar si no nos abren las puertas”.
Héctor Aguer, el Arzobispo católico de la PBA, dijo que a veces se encuentra con personas que nunca han tenido un trabajo pero tienen pantallas de televisión inmensas bajo sus techos de chapa. “Los gobiernos anteriores repartieron regalos para disfrazar la falta de creación de empleo”, me dijo. “Confundieron el consumo con el desarrollo”. Estas palabras pueden sonar como las de un extranjero quejoso, pero es la misma opinión de mucha gente de clase trabajadora en lugares como Merlo, otra ciudad empobrecida. “Recuerdo cuando aquí había empleo”, comenta Ricardo Anaya, de 65 años. “Pero mis hijos nunca conocieron ese mundo”.
Después de que le comenté todo esto, Vidal respiró profundamente y advirtió: “Nuestra misión es cambiar el sistema político, económico y social de los últimos 30 años. Pero pensar que lo podemos hacer en cuatro años sería subestimar la realidad”. “Estamos cambiando- o comenzando a cambiar – las reglas del juego. Pero hemos empezado algunas batallas que no seremos capaces de terminar”.
La pelea contra el crimen organizado es fundamental no solo para la calidad de vida, sino también para la creación de empleo, dijo Vidal. “Si la gente ve ladrones en su barrio, o en el gobierno, no va a invertir a futuro”, dijo. Luego le pregunté por las amenazas que la han obligado a mudarse y se encogió de hombros. “Mirá, estamos hablando de grandes negocios y yo les estoy golpeando el bolsillo”. Luego añadió con una sonrisa irónica: “en la Provincia no suelen dejar pasar esas cosas”.
Todavía esperando a la economía
La valentía es importante, pero a algunos les preocupa que pueda ser en vano si Macri, Vidal y el PRO no logran revertir la economía. Y, hacia fines de 2016, la situación no era esperanzadora.
Macri se ha concentrado en ordenar las finanzas públicas, una tarea tan difícil que cada presidente argentino no-peronista desde 1928 ha visto su gobierno interrumpido por un golpe de estado o una revuelta popular. La receta actual involucra austeridad, incluyendo un aumento de hasta un 500 por ciento en las facturas de electricidad. La inflación se ha intensificado y, como resultado, la tasa de pobreza nacional creció 5 puntos porcentuales, llegando al34 por ciento para la mitad de 2016. Macri promete que una economía más sana atraerá más inversión, por lo que en septiembre organizó una llamativa cumbre “mini-Davos” en Capital para 1600 ejecutivos locales y extranjeros. No obstante, para el final del año, la hemorragia aún no había parado. Solo en octubre, la industria de la construcción, clave para la economía de la PBA, se contrajo un 17 por ciento, destruyendo 51 mil puestos de trabajos adicionales.
Una vendedora espera detrás de barras protectoras. La alta delincuencia es una preocupación constante en muchas partes de la PBA.
Hablé con varios inversionistas que asistieron a la cumbre, y la mayoría de los que no pertenecen al sector energético dijeron que todavía no están del todo listos para hacer grandes apuestas en Argentina. Su principal preocupación: que la economía lleve a los votantes a castigar a Macri en las elecciones legislativas de 2017 y que un gobierno de izquierda, quizás Cristina Kirchner misma, vuelva después de eso.
Aun así, tras pasar varias semanas escribiendo este artículo, me pregunto si esos inversionistas están subestimando el deseo de cambio de los argentinos y su confianza en sus nuevos líderes. Incluso en medio de la recesión, el índice de aprobación de Macri se ha mantenido relativamente fuerte en un 55 por ciento, mientras que el de Vidal está en un 61 por ciento. “La gente sabe que mañana será difícil, pero está dispuesta a sacrificarse si resultará en algo mejor para sus niños”, me dijo Vidal. Seguramente ese sentimiento no durará por siempre, pero puede que dure lo suficiente. Alberto Kahale, el presidente de la asociación principal de pequeñas empresas de la PBA, me dijo que esperaba que la recuperación se empiece a sentir en abril, cuando las tasas de interés hayan comenzado a bajar. Para entonces también se espera una buena cosecha, que históricamente ha aliviado hasta los peores males de la Argentina.
La última señal de esperanza vino de un desayuno que tuve en Nueva York con tres legisladores provinciales, uno del PRO, uno del kirchnerismo y otro de un tercer grupo. El ambiente fue animado y los legisladores se dijeron “boludo” (el término argentino semi vulgar para insultar o llamar a alguien cariñosamente) en broma unos a otros mientras debatían el futuro de su país (y del mío). Estaban tajantemente en desacuerdo sobre Macri y el legado de los Kirchner. Pero coincidían en el hecho de que una nueva y más constructiva forma de hacer política se estaba afianzando en Argentina a pesar de la recesión y la austeridad.
“Vidal ofrece una ruptura con todo eso”, dijo el legislador kirchnerista Hernán Doval, mientras que sus colegas asentían. “Tengo que admitirlo: ella es una figura que genera expectativas”.