La literatura boliviana vive un gran momento a nivel internacional. En abril, la revista Zoetrope, de Francis Ford Coppola, incluyó un cuento de Rodrigo Hasbún en el número que le dedicó a los autores latinoamericanos con más futuro. Este mes, la editorial española Bartleby publica el libro de cuentos Niñas y detectives, de Giovanna Rivero, quien también apareció el año pasado en la antología latinoamericana de relatos El futuro no es nuestro. Y en los próximos meses, Maximiliano Barrientos publicará el libro de cuentos Primeras canciones en la editorial Periférica, también de España.
Curiosamente, ninguno de los autores aborda de forma directa los cambios sociales de Bolivia en sus libros, pese a que, como nunca antes, el país está en la mira del resto del mundo gracias a las movidas políticas de Evo Morales. En otras épocas, los autores bolivianos sentían la obligación de retratar los conflictos del país. El ejemplo más emblemático fue el de la guerra del Chaco (1932 a 1935), que dio lugar a una generación de escritores que produjeron obras clásicas retratando la complejidad de la guerra (Sangre de mestizos, de Augusto Céspedes; Aluvión de Fuego, de Óscar Cerruto) e influyeron en el ideario del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), partido que llevaría a cabo la revolución de 1952 y embarcaría al país en un profundo proceso de transformación social.
Pero todas las tradiciones se convierten en una carga pesada cuando son vividas como obligaciones. La generación que está cruzando fronteras prefiere desmarcarse y explorar la individualidad. Que no haya correlato entre el hecho histórico y su expresión literaria puede ser algo positivo, liberador. Para Rivero, “el hecho de no escribir explícitamente sobre la situación política actual no significa que estés haciendo literatura del escapismo. Yo creo que la tematización literaria de los conflictos políticos de un país toma su tiempo. En Argentina, por ejemplo, los de la ‘joven guardia’ han esperado algunos años para narrar la euforia del menemismo y su terrible decepción de manera explícita”.
Barrientos cree que “en las nuevas generaciones de escritores bolivianos se siente el cansancio del compromiso político. Con esto me refiero a que ya no hay la necesidad de explicar al país, una preocupación de primer orden para escritores de hace veinte o treinta años.”
La nueva generación está convencida de que su moneda de cambio no es el tema, sino la calidad. “Durante años, a la literatura boliviana se le exigió que retratara los cambios políticos, lo que provocó que haya un descuido de la emoción. De la privacidad. De la intimidad de los personajes. Afortunadamente, hay un redescubrimiento de este espacio, lo que no quiere decir necesariamente que ese escenario grande, el marco histórico, quede abolido definitivamente”, dice Barrientos.
¿Habrán cuentos, novelas y poemas sobre Evo? Seguro que sí. Ya hay películas y biografías, y no falta la mirada rabiosamente crítica a su gobierno (Ciudadano X, del escritor Emilio Martínez, va por la quinta edición). En este momento de libertad temática y formal que vive la literatura boliviana, todo es posible. Es cuestión de tiempo.