Cada vez que nuevos anuncios emergen de la mesa de conversaciones que el gobierno mantiene con las FARC en Cuba, el presidente Juan Manuel Santos califica el proceso de ‘irreversible’, ‘cerca del fin’ o de ingresar a ‘una etapa definitiva’. Cierto es que tras 33 rondas de conversaciones y pese al hermetismo de las primeras, mucho se ha avanzado en temas duros como el reconocimiento de las víctimas y las responsabilidades en el negocio del narcotráfico que alimenta el conflicto.
Ahora el cese de bombardeos por un mes contra los campamentos de las FARC, decidido unilateralmente por el presidente Juan Manuel Santos, ha levantado una polvareda de opiniones por cuanto para unos, como el procurador general, es un cese bilateral disfrazado y viola la constitución, y para el gobierno, es una respuesta al cese al fuego decretado por las FARC desde diciembre pasado.
No menos revelador resulta el hecho, como lo publicó la Revista Semana, de que el Ejército haya reducido sustancialmente sus actividades militares, pero no solo desde el comienzo de las negociaciones sino incluso desde los años en que el ex presidente Álvaro Uribe, enconado contradictor del proceso, dirigía el país con sus políticas de mano dura y seguridad democrática . En suma, es una realidad que el conflicto ha ido desescalando en el terreno militar, y que aunque mantener arriba la moral de las tropas, es una muletilla bastante popular en el cuerpo castrense, por lo cual sin su participación pacífica, no hay negociación que avance.
Es imposible hablar de un cese al fuego bilateral si no se hubieran sentado cinco generales activos y un almirante en la Subcomisión Técnica del Fin del Conflicto, a discutir el tema. Si soldados y guerrilleros no fueran parte del equipo que se conformó para la tarea titánica de desactivar las minas antipersonales regadas por la geografía de 688 municipios del país, no habría forma de aliviar a estas comunidades.
Si la discusión sobre los modelos de justicia transicional para llegar a un estado de posconflicto contemplara solo cuánta cárcel pagarán los guerrilleros, sin tener en cuenta cómo los militares van a rendir cuentas a la justicia, una pata de la mesa estaría coja.
La multiplicidad de sectores que se van sumando a estos diálogos, tales como las mesas de víctimas, marchas por la vida, comisiones asesoras con representantes de todos los partidos, expertos internacionales como Kofi Annan y ahora EEUU con su enviado especial Bernard Aronson, hacen pensar que estamos en un punto irreversible.
Es improbable que las partes se levanten. Es improbable que los bloques disidentes dentro de las FARC tiren por la borda los esfuerzos de sus negociadores en La Habana. Es improbable que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) no se sume al tren de la paz, pues es la guerrilla más diezmada con cerca de 2.500 hombres y es en su territorio a donde se está llevando todo el accionar militar del Estado.
Y aún así, lo más agudo es lo que se viene: conocer y enfrentar la Verdad. La Comisión de la Verdad, que todavía se encuentra en el debate de lo que se trata de fondo y de forma, tendrá la tarea de discutir temas sobre los que las FARC no han dicho mucho, o han hecho caso omiso, pero que innegablemente son crímenes cometidos por sus filas: la violencia sexual, el reclutamiento de menores y la desaparición de personas.
Sí, el proceso de paz es irreversible. Lo que es indeterminable es la firma de la paz. En eso, los cálculos siempre serán inciertos.