Este artículo ha sido adaptado del informe especial de AQ sobre COP30 | Read in English | Ler em português
BELÉM, BRASIL—El mundo no está cumpliendo con los esfuerzos necesarios para frenar el cambio climático, y se están perdiendo las posibilidades de mantenerse por debajo de los umbrales clave de 1,5 °C o incluso 2,0 °. De hecho, las emisiones globales de gases de efecto invernadero han seguido aumentando desde que se firmó el Acuerdo de París en 2015, y pasaron de 49 gigatoneladas de CO2 equivalente (CO2e) a 53 gigatoneladas en 2023. Si bien las cumbres anuales de las Naciones Unidas sobre el clima, conocida como la Conferencia de las Partes o COP, han creado importantes marcos de acción, no han avanzado con la rapidez ni amplitud necesaria. La transición a una economía baja en carbono ha resultado difícil debido a los elevados costos económicos y los retos políticos.
En este contexto, la próxima reunión de la COP30 en noviembre, a tener lugar en Belém, en el corazón de la Amazonía brasileña, podría marcar un punto de inflexión. Brasil se encuentra en una posición única para ayudar a cambiar la forma en que se tratan los bosques tropicales como parte del esfuerzo climático global: no solo como víctimas de la deforestación y las emisiones de carbono, sino como activos vitales en la lucha contra el cambio climático. La Amazonía, que representa la mitad de las selvas tropicales del mundo, desempeña un papel fundamental en la absorción de dióxido de carbono, la regulación de los patrones climáticos y la preservación de la biodiversidad mundial. Su salud no es solo una preocupación regional, sino una prioridad global.
La urgencia es evidente. Para alcanzar una solución climática eficaz, es esencial llevar a cabo dos acciones importantes. Primero, el mundo debe reducir drásticamente las nuevas emisiones y mantenerse en marcha hacia las emisiones netas cero para 2050. Lamentablemente, las emisiones siguen aumentando. Segundo, aunque las emisiones se reduzcan casi a cero, tendremos que eliminar las enormes cantidades de carbono que ya se encuentran en la atmósfera.
Se espera que más de 40,000 participantes de casi 200 países asistan a la COP30 y a los eventos relacionados en Belém, por lo que no faltarán buenas ideas. Sin embargo, hay una propuesta que está lista para aprovechar al máximo la ubicación única del evento, así como el apoyo del gobierno anfitrión del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Belém es una oportunidad única para aumentar la atención global sobre la restauración de los bosques tropicales como el Amazonas, ya sea plantando árboles o permitiendo que la naturaleza se regenere.
Brasil se encuentra en una posición única para ayudar a cambiar la forma en que se tratan los bosques tropicales; SON activos vitales en la lucha contra el cambio climático.
Esta propuesta destaca una forma inmediata, rentable y políticamente viable para eliminar el carbono de la atmósfera. A diferencia de las tecnologías de captura de carbono, las cuales son costosas y tienen poca evidencia de éxito, la regeneración forestal es asequible, escalable y está lista para implementarse. Además, enfocarse en la restauración forestal también aporta otros beneficios: protege la biodiversidad, conserva el agua y apoya servicios ecosistémicos saludables. La selva amazónica alberga una reserva de carbono comparable al total de las emisiones históricas de Estados Unidos.
Necesitamos un nuevo enfoque, uno que reconozca la relación bidireccional entre los bosques y el clima. Los bosques tropicales pueden absorber enormes cantidades de carbono si se restauran, y las políticas climáticas pueden ayudar a dirigir el dinero y los recursos para proteger y hacer crecer estos bosques. En lugar de quedar marginados, los bosques deben convertirse en el centro de la solución climática.
Dos prioridades para la acción forestal
Para aprovechar el potencial climático de los bosques tropicales, se tienen que abordar dos temas al mismo tiempo: detener la deforestación y restaurar las tierras degradadas.
Primero, es urgente detener la deforestación. Aunque han habido avances en la productividad agrícola, la pérdida de bosques tropicales sigue siendo elevada. Estos ecosistemas, a veces ignorados en los mecanismos financieros forestales, son aún más delicados de lo que algunos observadores piensan. Si no logramos una deforestación cercana a cero para 2030, corremos el riesgo de perder una de las herramientas para absorber carbono más importantes del planeta. Los bosques ayudan a estabilizar el clima, no solo al secuestrar carbono, sino también al regular las precipitaciones, prevenir la erosión del suelo y apoyar la agricultura. La preservación de los bosques también ayuda a prevenir la propagación de enfermedades zoonóticas, muchas de las cuales se originan en hábitats silvestres que han sido alterados. Su destrucción acelera la pérdida de biodiversidad y dificulta que las comunidades locales mantengan sus formas de vida tradicionales. Por lo tanto, es vital proteger los bosques de alta integridad que actualmente enfrentan baja presión de deforestación.
Segundo, la restauración forestal es una forma eficaz de eliminar el carbono del aire. Solo en Brasil, la deforestación excesiva ha dejado una zona vasta —equivalente al tamaño de Texas— de terreno vacío y mal utilizado. Estas tierras ofrecen una gran oportunidad para restaurar la cubierta forestal, impulsar la biodiversidad y recuperar servicios ecosistémicos cruciales. A pesar de las barreras financieras e institucionales que han ralentizado el progreso, la restauración puede lograrse plantando especies autóctonas, fomentando el rebrote natural e integrando la reforestación con medios de vida sostenibles para las poblaciones locales.
Una estrategia forestal inteligente debe abordar ambos frentes: la protección y la restauración. El equilibrio adecuado variará entre los países tropicales, dependiendo de las condiciones e instituciones locales. Por eso, cualquier estrategia forestal global debe ser adaptable y estar arraigada en contextos del mundo real.
Brasil y otros países tropicales han probado políticas para reducir la deforestación, pero la inestabilidad política ha hecho que esos avances se reviertan con el tiempo. Para que las soluciones enfocadas en bosques tengan éxito, deben estar diseñadas para resistir los cambios políticos. La creación de marcos resilientes que dependan menos de las políticas de cualquier administración será clave para el éxito a largo plazo.
Eso es lo que hace que la COP30 sea tan importante. Es una oportunidad para pasar de programas piloto dispersos a un marco global unificado que trate a los bosques como una infraestructura esencial para la estabilidad climática. Con los ojos del mundo puestos en Belém, hay una oportunidad para enviar una señal clara sobre los bosques tropicales: no son solo una preocupación para los ecologistas, sino un elemento fundamental para la seguridad climática y la prosperidad mundial.

Un nuevo modelo financiero para los bosques
Para apoyar este cambio, necesitamos un modelo financiero diseñado para la magnitud de la oportunidad y la complejidad del desafío. Una idea prometedora consiste en un marco con dos sistemas de pago complementarios: uno para recompensar a las regiones que cultiven nuevos bosques y eliminen carbono, y otro para recompensar la protección de los bosques existentes.
El primer modelo se basa en mecanismos de compensación de carbono, ya sea a través de mercados de carbono regulados u otros marcos. En este sistema, los países, los sectores con altas emisiones, o las grandes empresas deben compensar sus emisiones de gases de efecto invernadero como parte de su transición hacia la neutralidad en carbono. Según este enfoque, estos actores comprarían compensaciones de carbono basadas en los bosques pagando a las regiones tropicales en función de su balance neto de carbono, es decir, la diferencia entre el carbono absorbido mediante la restauración forestal y el carbono liberado por la deforestación. Los pagos se destinarían a fondos regionales que apoyan una serie de actividades relacionadas con los bosques: aplicación de la ley, derechos de propiedad de la tierra, territorios indígenas e incentivos para los propietarios de tierras que permiten la regeneración de los bosques. Esta financiación también puede ayudar a resolver conflictos territoriales de larga duración y mejorar las oportunidades económicas en zonas remotas.
En la Amazonía brasileña, donde gran parte de la deforestación se debe al pastoreo de ganado, el cual produce bajos ingresos, pagos modestos por el carbono podrían significar una transformación. Esta región podría pasar de ser un importante emisor de carbono a un importante sumidero de carbono, eliminando hasta 18 gigatoneladas de carbono en 30 años. La mayor parte de esto se conseguiría dejando que las tierras ya degradadas vuelvan a crecer de forma natural. Los pagos por carbono crean poderosos incentivos para que los agricultores pasen de la ganadería de baja productividad a la restauración forestal, al tiempo que motivan a los gobiernos a reforzar los controles de la deforestación y promover la recuperación de los ecosistemas en las tierras públicas. El potencial es inmenso, especialmente si se compara con las costosas soluciones de ingeniería que pueden tardar años en ampliarse.
El segundo modelo, basado en la propuesta Tropical Forest Forever Facility (TFFF), ofrecería pagos anuales a los países por cada hectárea de bosque preservado. La propuesta sugiere $4 por hectárea al año, con fuertes sanciones por cualquier deforestación, un sistema que, en la práctica, paga a los países por mantener los bosques en pie. Aunque no está vinculado a los créditos de carbono, la lógica es sencilla: recompensar la gestión responsable y penalizar la pérdida de bosques. Este enfoque trata a los bosques como infraestructuras, dignas de financiación para su mantenimiento, al igual que las carreteras o las redes eléctricas.
Juntos, estos mecanismos forman una estrategia integral. Uno apoya la eliminación activa de carbono; el otro garantiza la conservación forestal a largo plazo. Si se implementan en conjunto, podrían convertir los bosques tropicales de una preocupación periférica a la clave de la política climática. Los bosques ya no serían simplemente un telón de fondo para la acción climática: se convertirían en el escenario principal.

Lograr que funcione
Para lograr el éxito, este sistema necesita financiación masiva y coordinación global. Las herramientas actuales de financiación climática no están a la altura de la tarea. Un paso clave es establecer un precio global unificado para el carbono. En este momento, los mercados de carbono están fragmentados y son ineficientes. Un precio común permitiría a los países trabajar juntos y reducir el costo total de la acción climática. Una fijación de precios coordinada también indicaría a los inversores y a las empresas que las soluciones basadas en la naturaleza son una parte confiable y esencial de la economía futura.
También es esencial realizar un seguimiento preciso y asequible del carbono forestal. Afortunadamente, la tecnología satelital y el análisis de datos lo hacen posible. Un sistema global para verificar los cambios en el carbono generaría confianza en los resultados y mejoraría la transparencia. Los datos abiertos y en tiempo real permitirían a la sociedad civil, las comunidades locales y los inversores realizar un seguimiento de los progresos y exigir responsabilidad a las instituciones.
Además, es importante que el sistema sea sencillo. En lugar de financiar proyectos individuales, los pagos se destinarían a regiones o países enteros en función de los resultados, lo que daría a los gobiernos locales la libertad de utilizar los fondos según sus necesidades, y los haría responsables de los resultados. Este enfoque evita la burocracia y respeta la soberanía nacional. Los países serían recompensados por aportar beneficios medioambientales cuantificables, independientemente de las herramientas políticas que decidieran utilizar.

De vuelta a Belém
La COP30 no es solo una cumbre más. Es una oportunidad para replantearnos cómo concebimos los bosques como parte de la estrategia climática. La antigua visión, según la cual los bosques son meras víctimas o actores secundarios, ya no es válida. Los bosques tropicales pueden ser fundamentales para resolver la crisis climática. Su protección y restauración también pueden reportar beneficios económicos, especialmente a medida que las economías rurales evolucionan y las herramientas digitales conectan incluso las zonas remotas con los mercados mundiales.
Con el apoyo adecuado, los ingresos de carbono pueden ayudar a construir infraestructuras y servicios en ciudades emergentes, vinculando la protección del medio ambiente con el crecimiento económico. La inversión en la naturaleza puede ir de la mano del desarrollo social. De hecho, debe ser así. El camino a seguir no consiste en elegir entre el medio ambiente y la prosperidad, sino en diseñar soluciones que garanticen ambos.
El camino está claro. La pregunta ahora es si la COP30 puede llevar a cabo las acciones necesarias. El futuro de los bosques tropicales, y del sistema climático mundial, puede depender de ello.