Este artículo es parte del reportaje especial de AQ sobre alcaldes latinoamericanos | Read in English
A medida que América Latina entra en el proceso de recuperación, está claro que los alcaldes liderarán el camino. Con una política nacional a menudo plagada de partidismos radicales, muchos países de la región sufren tanto de parálisis política como de una imprevisible elaboración de políticas públicas. Ante el vacío de liderazgo resultante, la región debería examinar más de cerca el poder de las ciudades y de sus líderes locales. Si bien las ciudades siempre han sido imanes para la concentración de personas, ideas, innovación y actividad económica, en los últimos tiempos América Latina ha acelerando su transformación hacia una época más descentralizada y urbana, donde los alcaldes están llamados a desempeñar el papel protagónico.
Según datos recientes publicados por el Banco Mundial, el 80% de la población de América Latina vive en zonas urbanas. Se trata de la tasa de urbanización más alta del mundo en vías de desarrollo, superando a Asia (51%) y al África subsahariana (43%), y significativamente más alta que la media mundial del 56%.
Y la región seguirá urbanizándose. Aunque es demasiado pronto para predecir si la pandemia provocará un cambio demográfico a largo plazo, hoy podemos pronosticar con seguridad que en la próxima década la urbanización seguirá aumentando. Antes asociada con las mayores metrópolis, como São Paulo, Ciudad de México o Buenos Aires, la expansión urbana se produce ahora en ciudades de tamaño medio repartidas por toda la región. Esto tendrá profundas implicaciones para la vivienda, el agua y la higiene, el transporte público, el consumo de energía, la cohesión social y el cambio climático.
Las migraciones internas e internacionales han contribuido en gran medida al crecimiento de las ciudades, ya sea del campo a la ciudad dentro de un mismo país, o mediante la llegada de migrantes internacionales, transformando las zonas urbanas en espacios heterogéneos, multiculturales y a menudo multilingües. Un ejemplo es el barrio de Baek-ku en Buenos Aires, poblado por una mayoría de inmigrantes surcoreanos desde 1965; o más recientemente el barrio de El Paraíso en Bogotá, donde aproximadamente la mitad de la población estudiantil de las escuelas primarias procede de Venezuela. Asimismo, pequeños municipios como Turbo, situado en Colombia próximo a la frontera con Panamá, han visto aumentar drásticamente en los últimos años el número de inmigrantes asiáticos y africanos. Turbo ha sido un punto de encuentro para srilankeses, angoleños y congoleños que tratan de llegar a Centroamérica en su camino hacia Estados Unidos. Aunque muchos han tenido éxito en su cometido, otros no, y acaban instalándose allí.
No se puede exagerar la importancia de las ciudades en la economía mundial. Las economías urbanas son el motor de las economías nacionales, ya que las ciudades generan más del 70% del PIB mundial. Datos del Banco Interamericano de Desarrollo muestran que en América Latina sólo 10 ciudades representaron el 30% del PIB de la región durante 2019. Según el último Informe sobre las Ciudades del Mundo 2020, el cumplimiento de la dimensión urbana de los Objetivos de Desarrollo Sostenible costará 38 billones de dólares y los alcaldes desempeñarán un papel fundamental a la hora de garantizar que estas inversiones lleguen a donde más se necesitan.
En América Latina, desde el regreso de la democracia a la mayor parte de la región en la década de 1980, se ha puesto en marcha un proceso de descentralización, que consiste en devolver los recursos políticos y fiscales al nivel municipal. Hoy en día, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU, los gobiernos locales representan en promedio el 19% del gasto público y el 23% de los ingresos públicos. Las ciudades también desempeñan un papel importante en la inversión pública (39%, aunque con grandes variaciones entre países y ciudades). Cabe señalar que esta tendencia es desigual; en algunos países como Panamá, Nicaragua o Perú, la descentralización ha sido lenta o intermitente, mientras que en otros como Cuba o Venezuela ha sido inexistente o meramente simbólica.
A pesar del inmenso poder que reside en las ciudades, históricamente los alcaldes han sido vistos en un nivel inferior en la jerarquía de gobierno en comparación con los políticos a nivel nacional y provincial, principalmente porque los alcaldes se centran en los problemas locales, que a su vez son considerados, por muchos, de menor importancia que los nacionales.
Durante la pandemia de la COVID-19, la necesidad de una respuesta coordinada y decisiva trajo consigo nuevas tendencias hacia la recentralización. Pero los alcaldes tuvieron que reaccionar y actuar con urgencia, innovando con recursos cada vez más limitados y aportando en tiempo récord soluciones creativas para situaciones que afectan la vida cotidiana de los ciudadanos en ámbitos nunca antes imaginados.
Una evolución pandémica
Las ciudades latinoamericanas fueron las más afectadas en sus llamados “puntos débiles” urbanos, caracterizados por una alta densidad de población, una conectividad limitada o deficiente debido a la falta de medios de transporte adecuados y unas condiciones de riesgo extremas en lugares vulnerables como las llanuras aluviales, las riberas de los ríos o las laderas. Los alcaldes se vieron obligados a innovar en infinidad de frentes, tales como la regulación del uso de los espacios públicos, el transporte público, la continuidad de los negocios, el cierre de escuelas y la educación a distancia, la gestión de residuos peligrosos infectados por el virus y los riesgos sanitarios en los barrios pobres y en los asentamientos informales, entre otras cuestiones urgentes.
Uno de los grandes retos fue la circulación de personas, ya que la COVID-19 paralizó casi todas las ciudades. Los patrones cambiaron drásticamente y la demanda de viajes se redujo en respuesta directa a los cierres y al trabajo a distancia. Las ciudades experimentaron un cambio sin precedentes hacia la movilidad no motorizada, como la bicicleta y los desplazamientos a pie, mientras que el uso del transporte público disminuyó. Según un informe de ONU-Hábitat del año 2021 sobre las ciudades y las pandemias, la demanda de transporte público de marzo a mayo de 2020 alcanzó unos índices de reducción alucinantes de menos 92% en Lima, menos 86% en Bogotá, menos 83% en la Ciudad de México y menos 80% en Santiago de Chile.
Muchos alcaldes reaccionaron de forma rápida e innovadora. En Quito, se construyeron unos 65 kilómetros de nuevos carriles para bicicletas, con un incremento del 734% en el número de viajes en bicicleta en el mismo periodo. Otras ciudades fueron creativas a la hora de reutilizar los espacios públicos para adaptarlos para apoyar a los servicios de emergencia, estableciendo hospitales temporales en almacenes y otras instalaciones para aumentar su capacidad de respuesta. En Viña del Mar (Chile), por ejemplo, las autoridades de la ciudad convirtieron en pocas semanas el Hotel O’Higgins, que tiene 90 años de antigüedad, en un centro de aislamiento para pacientes de bajo riesgo.
Lo que en un principio comenzó como medidas temporales, incluyendo la conversión de calles en vías peatonales y en carriles para bicicletas, ha encontrado un amplio apoyo y con suerte conducirá a cambios permanentes. A medida que la pandemia transforma casi todos los aspectos de la vida urbana, los alcaldes se están dando cuenta de que ésta podría ser una oportunidad que se da una sola vez en una generación para lograr una transformación más resiliente a largo plazo.
Mientras que muchos presidentes latinoamericanos han visto disminuir su popularidad durante la pandemia, algunos alcaldes han visto aumentar la suya. Al estar anclados localmente, cerca de la gente, arraigados en su territorio, los alcaldes han demostrado que a menudo están mejor situados para entender las prioridades de la gente, articular los esfuerzos para hacer frente a las emergencias públicas, defender la innovación social para luchar contra la desigualdad y la discriminación, o garantizar el acceso equitativo a servicios básicos confiables.
Un énfasis en el desarrollo verde
¿Significa esto que hay que darle la vuelta al concepto de Estado-nación? No necesariamente.
Apostar por los alcaldes es volver a lo básico. Después de todo, el mundo se organizó en ciudades mucho antes de la creación de los estados-nación. El concepto de desarrollo territorial no es nuevo. Durante décadas, las instituciones internacionales de desarrollo, las organizaciones de la sociedad civil, los investigadores y los académicos han reconocido la importancia del desarrollo local como una política pública basada en el territorio y dirigida por la comunidad, que se beneficia del efecto virtuoso del llamado enfoque “ascendente”. El mundo posterior a la COVID-19 ofrece la oportunidad de otorgar a los alcaldes mayores atribuciones en aspectos clave de la gobernanza local, tales como la atención sanitaria preventiva, la educación, la inclusión digital y la autonomía fiscal, temas que aún se mantienen celosamente bajo el férreo control de la mayoría de los gobiernos centrales. Los alcaldes también están mejor posicionados para abordar la desigualdad y la exclusión, que se encuentran en el fondo de gran parte de la inestabilidad política y la inseguridad de la región, desde las recientes protestas en Colombia y Chile hasta el sorprendente resultado electoral en Perú.
A su vez, los alcaldes tendrán que redoblar sus esfuerzos para sacar el máximo partido a la recuperación, aprovechando las lecciones aprendidas y la oportunidad de reconstruir mejor. En América Latina, los alcaldes tendrán que centrarse en una recuperación más verde y justa, mediante el cambio de las inversiones privadas y públicas de las infraestructuras con alto contenido de carbono a opciones más sostenibles como el transporte público no contaminante, los edificios energéticamente eficientes, las tecnologías limpias y la economía circular que tiene como objetivo el residuo cero.
Dado que la urbanización sigue siendo el motor del crecimiento económico en América Latina, está claro que los alcaldes serán clave en los años y décadas venideras para encaminar a la región hacia un futuro más respetuoso con el medio ambiente. Una descentralización eficaz requerirá la colaboración de los gobiernos centrales y una mayor colaboración entre los alcaldes, el sector privado y la sociedad civil. Sólo así se podrá garantizar que la urbanización en América Latina se transforme en un vehículo para lograr un crecimiento más resiliente, más verde y más equitativo, con los alcaldes sentados al volante.