Luego de superar el único intento de golpe de Estado registrado en los últimos 15 años, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ordenó la detención de Henrique Capriles Radonski—un joven alcalde opositor—quien debía manejar la seguridad de la Embajada de Cuba en medio de la crisis política nacional.
El confuso incidente—Capriles afirma que intentaba mediar entre opositores y los diplomáticos de La Habana, mientras que el gobierno lo acusaba de poner en peligro a la delegación—nunca fue esclarecido. Capriles, siendo alcalde electo del municipio Baruta, permaneció cuatro meses detenido en la sede de la dirección de inteligencia sin un proceso judicial. Los cargos fueron descartados en 2006.
En 2014, Nicolás Maduro, heredero político de Chávez, y Leopoldo López, el exalcalde de Chacao, repitieron el capítulo de 2002. López, un joven economista egresado de Harvard, fue compañero de partido de Capriles durante algunos años y se convirtieron en la nueva cara de la política venezolana. Jóvenes, exitosos y con aparente ambición política, han sido blancos constantes de la “revolución bolivariana.” El año pasado el gobierno ordenó la detención de López, quien el 12 de febrero había liderado una protesta estudiantil demandando la renuncia de Maduro. Después de entregarse voluntariamente, López ha permanecido recluido en una cárcel militar, sin derecho a visitas, por un año. ¿La acusación? Golpismo.
Este jueves 19 de febrero, el jefe de Estado pidió cárcel para el alcalde mayor de Caracas, Antonio Ledezma, quien luego fue detenido por la policía política en un operativo poco claro. Doce horas después del arresto, ninguna información oficial ha sido divulgada, excepto el “Ledezma va a ser procesado” que Maduro esbozó la misma noche del jueves.
Maduro lleva al paroxismo la estrategia de antagonizar—quitando la vista de la dramática situación económica y social del país. En menos de dos años de gobierno ha denunciado más de una docena de intentos de golpe de Estado, sin presentar ni una prueba.
En discursos eternos y carentes de coherencia o contenido—mientras Washington y La Habana trabajan en el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas—Maduro lanza dardos contra Estados Unidos y su política “imperialista” sobre América Latina y felicita al pueblo cubano por su resistencia y dignidad.
Como si estuviese absolutamente enajenado de la realidad, el mandatario repite consignas y defiende el concepto, cada vez más abstracto, de la “soberanía” venezolana. Reparte insultos a granel para quien sea que él crea “atenta” contra el proyecto político que cada vez revela peores resultados.
Según el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), Venezuela registró un incremento en su índice de pobreza de 6,7 puntos, pasando de 25,4% a 32,1% entre 2012 y 2013. Fue el peor balance de la región, según el reporte.
El indicador era uno de los que solía ensalzar el presidente Chávez. Los programas sociales que impulsó el mandatario en sus primeros años de gobierno—financiados gracias a la bonanza petrolera—permitieron a Venezuela reducir la pobreza de 30,5% en 2003, a 23,4% en 2006.
La elevada inflación, que a enero de 2015 ronda un 64%, la devaluación de la moneda nacional, que se comercializa en 171,35 bolívares—más de 30 veces el valor de la tasa oficial para productos básicos—y la caída de los precios del petróleo en más de 70% sumieron a Venezuela en una aguda crisis económica.
El salario mínimo nacional de BsF 5.622,48 equivale, al cambio libre, a 32,8 dólares. Como si fuera poco, la pronunciada escasez de alimentos, productos básicos y medicinas ha constituido las colas y el sobreprecio como hechos naturales y constantes de la vida diaria en la primera reserva petrolera del mundo.
Venezuela, en recesión por tres trimestres consecutivos, campea en la región en violencia y otros indicadores sociales como embarazo adolescente, todos hechos sustentados en estadísticas oficiales.
La región, a través de bloques como Mercosur, parece decidida a ignorar la insistencia del gobierno nacional en negar la realidad para centrarse en amenazas fantasmas, y su autoritarismo ciego que solo profundiza la fosa que el país lleva años cavando.