En nombre de la Revolución Bolivariana, Hugo Chávez le dio una prioridad nunca antes vista a la política exterior venezolana. Ni en el periodo de la Doctrina Betancourt—diseñada para aislar a los regímenes autoritarios de las Américas—ni en el del Tercermundismo de primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, tuvo Caracas un protagonismo internacional como el que experimentó bajo la revolucionaria y sobredimensionada Doctrina Chávez.
Es por ello que la tímida y defensiva posición diplomática de Venezuela en el primer año de Maduro llama la atención y genera cambios en la dinámica política hemisférica. ¿Qué pasó con la política exterior venezolana? El precio de un barril de petróleo sigue alrededor de los US $100, y Chávez parece haber dejado instrucciones precisas. Las principales piezas gabinete de gobierno son hombres de confianza de “El Comandante,” pero la política exterior venezolana es irreconocible.
Como política pública, la exterior es compleja, porque conecta a los sistemas políticos doméstico e internacional, es decir, que está sujeta a variables internas y externas. Las variables del sistema internacional—salvo graves crisis—suelen moverse de manera lenta. Aun los cambios más espectaculares requieren de meses o años de maduración antes de ocurrir. La política doméstica puede ser más volátil, sobre todo en países en los que la institucionalidad ha sido degradada sistemáticamente. Esto genera una interacción de sistemas que van a distinta velocidad. Por esta razón, el caso de la contracción de la política exterior venezolana debe ser coyunturalmente analizado a partir de factores de política doméstica.
De los factores a analizar podemos destacar dos íntimamente vinculados: la desprofesionalización diplomática y la ausencia del líder fuerte. Ambos corresponden al proceso de desinstitucionalización propio del personalismo político. El primero es responsabilidad directa del mismo Chávez. Contrario al resto de las potencias regionales y potencias medias—y buena parte de las menores—latinoamericanas, Venezuela partidizó su academia diplomática y en la práctica abolió la carrera del servicio exterior. Este proceso fortaleció al presidente, a su partido, pero debilitó al Estado en su conjunto. La muerte de Chávez pone en evidencia a una política exterior altamente dependiente de la discrecionalidad, sin que existan instituciones que permitan darle continuidad, ni siquiera a la propia promoción revolucionaria en el exterior.
La actual inestabilidad política en Venezuela es producto de una crisis de gobernabilidad causada por las fallas estructurales de un petro-Estado, que han sido agravadas por un agresivo proceso de centralización económica. La baja capacidad del Estado venezolano para hacer cumplir la ley y el orden de forma pacífica y democrática, junto a la impunidad judicial, ha reducido peligrosamente la poca cohesión de una sociedad largamente expuesta a la polarización política. El crecimiento de la oposición ha estado paradójicamente acompañado por su división en sectores leales y desleales al régimen chavista, lo que también supone baja cohesión de las élites. Bajo estas condiciones, la posibilidades reales de despliegue de una política exterior consistente—sea o no revolucionaria—son marginales.
Una política exterior ambiciosa es un lujo para cualquier país. Es por ello que una política de poderío e influencia es resultado de superávits y no de déficits. Con la crisis del liderazgo chavista, se ha hecho evidente la grave crisis económica venezolana, por lo que la política exterior de la Revolución Bolivariana pasó de ser una prioridad a ser una distracción.
Las recientes protestas y su represión han hecho que la atención internacional sobre Venezuela se concentre en la fragilidad de la democracia venezolana, en lugar de hacerlo en la hiperbólica promoción revolucionaria. Esto condujo a Maduro a anunciar la creación de un ministerio de Estado “para la comunicación internacional”, también llamado “Ministerio para Defensa Mundial de Venezuela.”
Desde inicios de la década anterior, Venezuela ha tratado de limitar la influencia que pudiese tener el sistema interamericano sobre su política interna. Debilitar a la OEA y atacar frontalmente al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), así como promover la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) fueron imperativos en la Doctrina Chávez.
Esta línea se coronó con la salida de Venezuela de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, resultado que heredó Maduro. Por su parte, la deuda que el Estado ha adquirido con las aerolíneas extrajeras, por causa del control de cambio, y señales como la temporal suspensión de envíos internacionales por parte de la empresa estatal de correos, apuntan a aislar cada vez más a la propia sociedad venezolana. Podemos esperar es que Venezuela pierda más influencia externa, pero que se compense con una agresiva campaña de propaganda, voluntario aislamiento internacional y limitaciones en la movilidad y las comunicaciones de la sociedad con el exterior.
La Doctrina Maduro de la política exterior de Venezuela puede resumirse como el cambio de una configuración proactiva de influencia, a una reactiva. De un agresivo proceso de internacionalización revolucionaria, se está pasando a un atrincheramiento en el que el aislamiento cumple una función central. La diplomacia se convierte en este modelo en un apéndice exterior del aparato de propaganda, al servicio de la llamada “hegemonía comunicacional.” Este proceso podría asociarse con el declive del chavismo, pero no necesariamente con un pronto colapso. Es la configuración que demanda el agotamiento del chavismo en su fase post-carismática y deficitaria.