Reading Time: 4 minutesEs la tercera vez en cinco años que el Presidente Venezolano Hugo Chavéz mete en el congelador las relaciones con Colombia. Por eso la palabra crisis en esta frontera binacional ya no es nueva. Retiro de embajadores y personal diplomático, amenaza de expropiaciones a empresas colombianas en Venezuela, suspensión de importaciones (10.000 carros que no rodarán en tierras venecas), tímido cierre de fronteras y una verborrea de avanzada militar hacia ellas. Un libreto repetido, que no por serlo, le quita a esta pelea su gravedad. Aunque en la explosión diplomática no faltó el ingrediente del supuesto apoyo por parte del gobierno de Chávez a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), esta vez por el hallazgo en poder de esa guerrilla de lanzacohetes suecos vendidos a militares venezolanos hace más de dos décadas, el verdadero combustible de esta ruptura tiene nombre propio: Estados Unidos.
No es un secreto que el gobierno colombiano tiene una relación visceral con Estados Unidos desde los tiempos de la administración de Bill Clinton cuando se firmó el Plan Colombia. El paquete multibillonario de ayuda militar para enfrentar el narcotráfico pronto se convirtió en una estrategia antiinsurgente, cuya cooperación quiere extenderse hoy al aumento de la presencia de personal militar y civil estadounidense en siete bases militares del país hasta 2019. El anuncio derivó en los ya consabidos calificativos que usa el presidente Chávez: “El gobierno de Colombia no tiene el más mínimo respeto por sus vecinos […]. Ya comenzaron a llegar tropas yanquis aquí. Es sin duda una agresión contra Venezuela […]. Es un gobierno entregado al imperio norteamericano, es vergonzoso. […]. “Ante el fracaso histórico de construir un país viable (la élite colombiana) ha tomado la deshonrosa decisión de entregarlo en comodato a los Estados Unidos…” […] “Vamos a comprar varios batallones de tanques rusos”, amenazó Chávez.
La respuesta de Uribe fue una gira por Latinoamérica para convencer al resto de la región que la presencia norteamericana no es una amenaza para el vecindario. Si bien consiguió un par de espaldarazos de los gobiernos de Brasil, Chile, Uruguay y Paraguay, que se mostraron respetuosos basados en el principio de la no intervención en las decisiones soberanas de un país, Bolivia y Argentina no ocultaron su rechazo. El fugaz viaje de dos días de Uribe no obstante pareció más una escapada a los gritos que mantiene con sus inmediatos vecinos, en donde reside el verdadero problema. Desde marzo de 2008, después del bombardeo al campamento de Raúl Reyes en Angostura en la frontera con Ecuador, que acabó con la muerte del líder guerrillero, el gobierno de Rafael Correa también rompió relaciones con Colombia y su más severo castigo hasta ahora ha sido el alza de aranceles a los productos colombianos. No hace poco un video incautado a la guerrilla en el que el “Mono Jojoy”, miembro del secretariado de las FARC, menciona un aporte económico a la campaña electoral de Correa, atisbó los ánimos de nuevo.
Las consecuencias ya se ven en términos comerciales. Analistas estiman que ante la nueva tensión bilateral el comercio con Venezuela caería un 10 por ciento y con Ecuador en un 24 por ciento. Un escenario propicio, dicen, para impulsar la aprobación del TLC que los demócratas han rechazado insistentemente por violaciones a derechos humanos en el país.
Lo paradójico es que entre los múltiples cruces de acusaciones, la sustancia del acuerdo Colombia-Estados Unidos aún se desconoce. Lo que se sabe por boca del Ministerio de Defensa colombiano es que cerca de 339 contratistas del gobierno estadounidense ya tienen presencia en las bases militares de Bogotá, Tolemaida, Larandia, Apiay, Cali, Cartagena, Rionegro, La Macarena y Coveñas. Y que estos bastiones operacionales no serán un enclave de los norteamericanos, sino que tendrán una limitación de personal extranjero y de operaciones circunscritas a las fronteras nacionales.
En términos de geopolítica, Norteamérica solo tiene bases en países como Honduras, El Salvador y Aruba donde no hay un conflicto armado como el nuestro que pueda ser un riesgo para los vecinos. La preocupación de Venezuela no es gratuita si se tiene en cuenta que un informe del Comité de Relaciones Exteriores del Senado Estadounidense describe al vecino país nada menos que como un “narcoestado” al convertirse en el mayor centro de distribución y puerto de embarque de la cocaína colombiana, cuyo destino final es precisamente Estados Unidos.
“Un alto nivel de corrupción dentro del gobierno venezolano, del ejército y de otras fuerza del orden y de seguridad ha contribuido a la creación de este clima de permisividad”, sostiene el informe.
En 2004 la cocaína colombiana que usó como país de tránsito a Venezuela se calculaba en 60 toneladas por año mientras en 2007, ya eran 260. Estas cifras son sin embargo, controversiales pues la ayuda norteamericana para la lucha contra las droga en Venezuela fue de menos de dos millones de dólares en 2008 y la Agencia Antidroga de EEUU (DEA) ya no trabaja en ese país desde que el mismo Hugo Chávez la expulsó a fines del año pasado.
El cruce de gritos no obstante, ha acallado una pregunta que muy sabiamente se hizo el canciller Celso Amorim en una entrevista concedida a Folha de São Paulo, ¿si las FARC supuestamente vinculadas con el narcotráfico, están aniquiladas, para qué justificar una presencia norteamericana más fuerte en Colombia? Veremos si en este episodio, triunfa finalmente la diplomacia muda.
*Jenny Manrique es una bloguera invitada a americasquarterly.org. Ella es una periodista Colombiana y un fellow en la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios (IWMF) y en el Dart Center for Journalism & Trauma.
ABOUT THE AUTHOR
Jenny Manrique es una bloguera contribuidora para AQ Online. Ella es una periodista colombiana que ha escrito para medios como Semana, Votebien.com, El Espectador, Latinamerican Press y Folha de São Paulo. Actualmente trabaja como periodista freelance. Su cuenta de Twitter es: @JennyManriqueC.
Tags: Colombia,
diplomacia,
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