Durante años, ejercer periodismo o entrar en la arena política venezolana implicaba aceptar el hecho de que, al tocar las cuerdas erradas, conversaciones telefónicas o trechos de la rutina diaria podían ser expuestos en televisión nacional—en loop o cámara lenta, estudiados con marcas y detalles como una jugada de fútbol—para delirio de adversarios.
Fue así como los programas más famosos de la estatal Venezolana de Televisión ganaron una audiencia sólida de espectadores que ansiaban ver a oponentes “pillados” en situaciones vulnerables. Mario Silva, un personaje desconocido hasta mediados de la década pasada, hizo de su incipiente programa, La Hojilla, una especie de big brother bolivariano que atemorizaba a periodistas y políticos contrarios a la “revolución bonita”. Con el aval del fallecido presidente, Hugo Chávez, Silva exhibía extractos de grabaciones obtenidas en edificios de Gobierno, así como pedazos de conversaciones telefónicas para exponer o ridiculizar a toda aquella figura pública que no comulgara con la doctrina socialista.
De forma irónica, La Hojilla y Mario Silva salieron del aire gracias a una grabación hecha por él, en la cual cuestionaba corrupción y tramas palaciegas dentro de la esfera más alta del chavismo. La cinta fue divulgada por la dirigencia opositora, y su legitimidad no fue investigada.
Paradójicamente, ésa es la administración que ofrece amparo a Edward Snowden, el ex analista de la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, que puso su vida en vilo al denunciar el espionaje sistemático como política nacional e internacional de la Casa Blanca. “Decidí ofrecer asilo humanitario al joven americano Edward Snowden, para que, así, en la tierra natal de Bolívar y de Chávez, él pueda venir y verse libre de la persecución del imperio norteamericano,” anunció el presidente venezolano, Nicolás Maduro a comienzos de mes.
Unos días después, Snowden, desde el aeropuerto Sheremetyevo en Moscú, incluyó unas palabras de agradecimiento a Maduro en un comunicado oficial, y ensalzó la decisión de países como Venezuela que “fueron los primeros en hacer frente a las violaciones de derechos humanos ejecutadas por los poderosos contra quienes no detentan poder. Por no comprometer sus principios frente a la intimidación, ellos han ganado respeto mundial.”
Lo cierto es que mientras los titulares anunciaban la solidaridad y empatía de Maduro con el ex analista, las informaciones domésticas pasaban por debajo de la mesa. Reportes como el del Banco Central de Venezuela, que calculó en cerca de 40 por ciento el aumento de precios en el último año, o el asesinato de una madre y dos hijas a manos de efectivos de la Guardia Nacional durante un operativo, fueron apenas dos de las noticias—en economía y seguridad, los rubros más críticos del país—que no tuvieron la repercusión del asilo ofrecido por el presidente venezolano.
Como todo en Venezuela, en las últimas semanas se han invertido horas y kilos de papel para analizar y opinar sobre “el caso Snowden”. En cuanto eso, los venezolanos siguen haciendo colas para comprar papel higiénico, y se preguntan cuándo vendrá la devaluación que inevitablemente deberá intentar sincerar, por lo menos de forma leve, la moneda nacional.
Ahora que Snowden decidió solicitar un asilo temporal en Rusia, alegando problemas logísticos para llegar a la nación bolivariana, como era de esperarse, Miraflores ha centrado su mira en otro tema internacional: las relaciones con Washington. Declaraciones de Samantha Power, la embajadora nominada de Estados Unidos a la Organización de las Naciones Unidas, en las que señaló que desde su cargo luchará “contra la represión en Venezuela y Cuba,” fueron suficientes para levantar la indignación revolucionaria y dar fin al proceso de diálogo abierto a comienzos de año entre las cancillerías de ambos países.
El Ejecutivo venezolano respondió con fuerza y altivez a lo que consideran una afronta por parte de la funcionaria. Fuerza y altivez que falta para enfrentar la deteriorada situación económica nacional o combatir la inseguridad que tiene a la población rehén del miedo. No es novedad pues, durante años, Hugo Chávez buscó enemigos externos para llenar con discursos patrióticos los vacíos reales del país.
“Pero tenemos patria,” la nueva consigna del Ejecutivo, es la coletilla predilecta de quienes adversan al Gobierno para ironizar con los problemas básicos de Venezuela. “No hay papel higiénico, pero tenemos patria”, “Cuatro heridos deja tiroteo en cárcel de Vista Hermosa, pero tenemos patria”, “Sólo en Caracas: 392 personas ingresaron a la Morgue de Bello Monte en marzo, 422 en abril y 478 en mayo, pero tenemos patria”.
Mientras algunos venezolanos se inflan de orgullo al ver a su Presidente recordarle a la Casa Blanca que Venezuela es un país soberano, muchos otros se preguntan porque Snowden agradece el apoyo de un país que vulnera los ideales por los cuales él lucha. Ambos grupos podrán discutir a voluntad sus inquietudes: los temas están en la palestra. Para quienes tengan cuestiones más domésticas sobre cuándo serán sincerados problemas como la crisis carcelaria, control de precios, inflación, tasa de homicidios, robo y desabastecimiento, por los momentos no hay respuestas ni condiciones para el debate, pero tenemos patria.