La Televisión del Sur, o Telesur, nació en Venezuela como una utopía: un proyecto comunicacional que pudiera informar a América Latina desde sus entrañas, y disputar la sintonía a colosos como CNN o la BBC, en sus versiones hispanas. Sin pautas publicitarias, la apuesta del entonces presidente Hugo Chávez, sólo fue posible gracias al financiamiento petrolero. Con los años, el sueño tocó el techo de la realidad, y el canal se abrió como una vitrina política de la revolución. En una entrevista, su más alto directivo, Andrés Izarra, explicaría que “en Venezuela no estamos en situaciones normales, estamos en una guerra, por lo tanto los medios no podemos responder con los roles tradicionales.”
Y Venezuela no estaba en una situación normal. A finales de los años 90, las escuelas de periodismo del país enseñaban un hecho innegable: al tiempo que los actores políticos disminuían su efecto y presencia, los medios de comunicación entraban en acción para sustituirlos. En este escenario, nuevas generaciones de periodistas se fueron tallando. En breve, los medios y sus trabajadores comenzaron a robar protagonismo de las noticias.
Con ese contexto, no es de extrañar que, hace dos semanas, luego de que dirigentes de la oposición divulgaron un audio en el cual, Mario Silva, una de las voces más radicales del chavismo mediático, desentrañaba intrigas palaciegas—con todos los ingredientes para un best seller: corrupción, levantamientos militares y traiciones—el escándalo inicial de las denuncias fuese suplantado, en horas, por la expectativa que generó la caída del vocero y el destino de su programa de televisión.
La veracidad de la grabación aún no ha sido confirmada por expertos. Silva aseguró que se trataba de un montaje, y reclamó que altos funcionarios del chavismo denunciados en ella, como el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, dieran una “aprobación tácita” a la misma. La Fiscalía General de la República abrió una investigación, no sobre el contenido, pero sí sobre su autenticidad. Hasta la fecha, la única consecuencia real de la revelación fue en las ondas: tras el escándalo, la directiva del canal estatal decidió poner fin a La Hojilla, el programa favorito del fallecido presidente Hugo Chávez, donde cada noche, Silva acuchillaba verbalmente a los adversarios del gobierno, adecuándose al rol extraordinario de los comunicadores, en estos tiempos extraordinarios que vive Venezuela.
Pero esa interpretación de los medios como trincheras en la guerra política no fue exclusiva al chavismo. Las transmisiones de La Hojilla fueron, casi desde el comienzo, respondidas desde el palco televisivo opositor: el canal Globovisión. El programa “Buenas Noches” nació como una contraoferta a “La Hojilla”. Transmitidos en el mismo horario, durante años, los espacios acunaron a las voces más intransigentes de ambos bandos, llegando a ser tan claro el enfrentamiento, que en ocasiones las pantallas de las televisoras fueron divididas para mostrar lo que ocurría, simultáneamente, en los dos estudios de grabación.
Con la salida del aire del más acérrimo seguidor del “proceso,” de cierta forma, la oposición ganaba una batalla comunicacional, pero no hubo tiempo para celebraciones, porque ya había perdido la guerra de las antenas: tras meses de negociaciones, Globovisión pasaba a manos de empresarios afines a la revolución, y con la compra, la oposición perdía el único espacio que le restaba en el espectro televisivo nacional. Una de las primeras decisiones editoriales fue la salida del conductor de “Buenas Noches,” Francisco “Kiko” Bautista, un conocido periodista abiertamente crítico al gobierno. La medida devino en el fin del conocido programa. En menos de una semana, oposición y chavismo perdían sus voces más radicales en televisión.
La guerra no terminó; se trasladó a nuevos escenarios, y se desarrolla en otros formatos. En el país hay 6,4 millones de usuarios en twitter. Si adjudicáramos cada cuenta a una persona, podríamos afirmar que 22% del país bombardea la red con mensajes de 140 letras. A pesar de su muerte, Hugo Chávez continúa liderando el ranking de seguidores (4,2 millones), en tanto que Henrique Capriles Radonski se posicionó en tercer lugar (3,4 millones). El presidente, Nicolás Maduro, está en el puesto 32 (1,1 millones).
Aún falta tiempo para saber de qué manera el cambio de la directiva de Globovisión modificará a su audiencia, pero gracias a esta plataforma de mensajería instantánea, podemos constatar la disminución de seguidores en tiempo real: en los últimos cinco días la cuenta oficial del canal ha perdido más de 200 mil personas.
Durante las últimas elecciones presidenciales, Capriles Radonski instó a la población a ser vigilante del proceso. “Hoy todos somos reporteros”, dijo, e instó a los ciudadanos a usar sus herramientas y las redes sociales para denunciar eventuales irregularidades. Y es que una de las preguntas que queda en el aire es si al tiempo que los medios de comunicación en Venezuela se debilitan, los ciudadanos entrarán en acción para sustituirlos. Parafraseando a Izarra, si el país no está en tiempos normales, y está en una guerra, ¿sus habitantes pueden reaccionar a partir de sus roles tradicionales?