Las campañas electorales en Colombia parecen calcadas una de la otra: los partidos políticos quedan expuestos en la picota pública por avalar a personajes sospechosos; los grandes barones electorales o sus herederos vuelven al curul; las regiones escasamente proponen caras nuevas; y aquellas colectividades que por no alcanzar el umbral requerido de votos en los anteriores comicios perdieron la personería jurídica, respaldan movimientos ciudadanos avalados por firmas, pocas veces nacidos de una genuina intención ciudadana, y en cambio, con una fuerte maquinaria de los políticos tradicionales detrás.
Si las cosas continúan así, tras la jornada electoral a la que Colombia asiste este domingo 9 de marzo para elegir 262 parlamentarios entre Cámara y Senado, el Congreso no tendrá mucha renovación. Salvo a la inquietud de saber finalmente cuántas curules obtendrá la lista cerrada del partido Centro Democrático, encabezada por el ex presidente Álvaro Uribe (entre 15 y 36, según el grado de optimismo y cálculo político de uribistas o antiuribistas), el camino carece de sorpresas.
Nadie duda la llegada de Uribe al Senado y el escenario de álgido debate que este promete en el Congreso. Después de todo, muchos de sus más grandes contradictores estarán allí esperando cuestionarlo por temas tan álgidos como las chuzadas del DAS, la persecución política y judicial de oponentes políticos y periodistas, y las acusaciones públicas que el ex mandatario solía hacer contra sus opositores. En esta lista, figuran senadores que seguro serán repitentes como los del Polo Democratico—Jorge Robledo e Iván Cepeda, los del Cambio Radical como Germán Varon, y los nuevos aspirantes como la investigadora Claudia López de la Alianza Verde, reconocida por su papel en la revelación de los más oscuros pasajes de la parapolítica en Colombia. Habrá que ver si sólo el voto de opinión—es decir, sin la maquinaria clásica que amarra el sufragio en Colombia—le permite a ella y a otros partidos chicos alcanzar el umbral de 450 mil votos para poder participar en estos debates.Esta elección tampoco se escapa de la sombra permanente de los actores armados. Según la Fundación Paz y Reconciliación, de los actuales candidatos que buscan repetir curul, 128 están investigados por Parapolítica. La mayoría de cuestionados están en el Partido Liberal y El Partido Conservador—los más históricos del país—y otros vienen de El Partido Social de Unidad Nacional y Cambio Radical, los cuales han tenido gran protagonismo en el gobierno en la última década. Todas estas fuerzas son parte de las grandes mayorías en el Congreso, agrupadas en la llamada “Unidad Nacional” del presidente Juan Manuel Santos. El mismo Álvaro Uribe es el más investigado: cuenta con al menos 100 denuncias en la Comisión de acusaciones, 27 de ellas por presuntos vínculos con el paramilitarismo.
Las FARC, por su parte, ya venían marcando la agenda electoral al estar sentadas en un proceso de negociación en Cuba, por lo que las banderas de la paz se agitaron entre promotores y detractores de los diálogos. Varios aspirantes se autoproclamaron como candidatos por la paz (manejando el concepto a su antojo) e incluso el debate ha estado centrado en que el Congreso elegido tendrá la responsabilidad de poner en marcha las reformas posconflicto, sobre todo con una reelección presidencial anunciada.
Mientras tanto, la fuerza armada de los guerrilleros en Colombia tiene en riesgo las elecciones en 181 municipios del total de 221 donde, según la Defensoría del Pueblo, el voto ciudadano se ejercerá en condiciones vulnerables.
Y aún con ese escenario, no nos queda más que salir a votar a consciencia este domingo, rever la trayectoria de los candidatos, y entender que un voto regalado o vendido en una decisión única y momentánea nos costará cuatro años de decisiones tomadas por otros. Ese es el costo de la democracia, y por ahora, pese al lugar que parecía cabalgando el mentado voto en blanco (que llegó al 30% en encuestas de opinión) y el de movimientos de indignados, las urnas solo reflejarán que somos un país acostumbrado a repetir la historia.