Con seis años consecutivos al frente de la Cancillería venezolana, si algo podía esperarse del estreno de Nicolás Maduro como presidente era fluidez en la política exterior. Sin embargo, en sus tres primeras semanas al mando del país, el heredero del fallecido líder, Hugo Chávez, ya acumuló cuatro desencuentros internacionales manejados con reacciones poco diplomáticas.
Al canciller español, José García Magallo, lo mandó a “sacar sus narices de Venezuela” cuando manifestó su disposición a “hacer algo” para “garantizar una Venezuela en paz”. Al representante de la diplomacia peruana, Rafael Roncagliolo, le dijo haber “cometido el error de su vida” al presentar un pedido a la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) para evaluar un comunicado que solicitara a Caracas “tolerancia y diálogo”. Tildó al mandatario americano, Barack Obama, de ser “el jefe mayor de los diablos” y acusó, sin formalizar su denuncia, al ex Jefe de Estado colombiano, Álvaro Uribe, de encabezar un “complot” para asesinarlo.
En medio de una crisis de legitimidad nacional, debido a que su contendiente, Henrique Capriles Radonski, solicitó la impugnación de las elecciones del 14 de abril que le concedieron la victoria con un estrecho resultado electoral de 225 mil votos, Maduro se embarcó en su primera gira internacional. Escogió países amigos: Uruguay, Argentina y Brasil, y fijó visitas breves que tuvieron, entre los objetivos centrales, garantizar alimentos para paliar la persistente escasez registrada en Venezuela.
“Parte de la gira que arranca es para garantizar y fortalecer nuevamente la reserva alimentaria de productos básicos de nuestro país a tres meses”, comentó Maduro el pasado martes antes de abordar el avión que lo llevaría a Montevideo, su primera parada.
Hugo Chávez, oriundo de la región ganadera del país, enfatizó en sus discursos la importancia de librar a Venezuela del yugo petrolero, impulsando el agro nacional y garantizando la “soberanía alimentaria”. Pero, en la práctica, su gestión estuvo marcada por expropiaciones, nacionalizaciones y experimentos económicos que desarticularon y afectaron de forma severa la cadena productiva.
En 1999, según cifras oficiales, el país importaba 49,34 por ciento de los alimentos que consumía. Hoy, el valor se elevó a 70 por ciento. Hasta una década atrás, Venezuela se abastecía de carne bovina, café y arroz, productos que ahora escasean con frecuencia de los anaqueles. Ni los alimentos que requieren ciclos cortos de producción y superficies pequeñas de terreno han logrado subir sus niveles. El control de precios, falta de divisas para adquirir los insumos y la falta de conocimiento de los “nuevos propietarios de la tierra” fueron factores claves para explicar la caída del agro nacional.
Lo que en otros países habría supuesto una debacle, fue disfrazado en Venezuela gracias a la renta petrolera que ocupa 90 por ciento de los ingresos nacionales. La gestión Chávez, lejos de impulsar políticas que garantizaran el futuro alimenticio del país, se ocupó de crear una red de mercados pública, abastecida con alimentos importados, que distribuiría los bienes básicos que comenzaban a faltar en los establecimientos privados. En los picos de emergencia, aliados como Brasil, no sólo suministraron productos, sino que lo hicieron con una rapidez inusitada.
Las importaciones de alimentos en Venezuela pasaron de representar US$2,9 millones en 2011, a US$5,4 millones en 2012. Una vez más el discurso jugó un papel estelar: lo que el sector privado negaba, el Estado—claramente representado por Chávez—distribuía, y a precios controlados. Estos precios, insostenibles para los productores, han sido también subsidiados en la red pública gracias al excedente petrolero.
A pesar del paliativo, en los últimos tres años ningún mercado casero se resuelve en un día. Las personas transitan por varios establecimientos para conseguir todos los bienes que necesitan, y en más de una ocasión pierden horas en una fila para comprar papel higiénico, pollo o harina. El racionamiento también se volvió una constante, por lo que no es de extrañar ver una familia completa en línea para llevar varios ítems.
Este año comenzó con una escasez de alimentos de 18,2 por ciento, según cifras del Banco Central de Venezuela, el pico más alto en los últimos tres años. Para marzo—un mes antes del estreno de Maduro en la Presidencia—el valor disminuyó a 17,7 por ciento. En continuidad con las políticas de Chávez, el mandatario confronta a lo que queda del sector privado en el país, y promete garantizar la canasta básica nacional con importaciones. A cambio, ofrece lo único que puede, petróleo, el eterno as bajo la manga de los mandatarios venezolanos.
El debut internacional de Maduro ha sido cuestionado puertas adentro, desde críticas por los gastos y la comitiva que ocupó tres pisos de un hotel cinco estrellas en Montevideo, a señalamientos por descartar el diálogo nacional, desconociendo que a casi un mes de su victoria electoral, la mitad de la población continúa protestando y desconociendo el estrecho margen de votos que permitió su proclamación.
Tal vez la diplomacia que Maduro derrocha en la Casa Rosada, podría ser echada en falta en los círculos empresariales nacionales, en el Parlamento o en el despacho de su contendor, Henrique Capriles Radonski. Pero, reclamos a un lado, el timing de esta gira internacional podría revelar algo de su aprendizaje como Canciller de Chávez: la soberanía venezolana en tiempos de revolución no se negocia en casa.