Hosni Mubarak finalmente ha dejado el gobierno de Egipto luego de treinta años en el poder, obligado por la furia popular. Pero ¿por qué podría importar a un país como Bolivia un hecho como ese, sucedido a miles de kilómetros, al otro lado de mar, en un mundo completamente ajeno a no ser por los libros escolares de historia que nos cuentan de pirámides, camellos y faraones? ¿Tenemos algo en común?
Antes de la “era del Internet”—que a Bolivia llegó lentamente hace un par de décadas pero estalló de pronto como estrella de rock—Egipto era para nosotros probablemente lo mismo que la Cochinchina. Pero ha sido justamente el acceso a Internet, más que los medios de comunicación locales, lo que nos ha permitido no sólo conocer algo más de ese país sino seguir paso a paso, a través de Facebook o Twitter, la reciente revuelta social que acabó con el régimen de Mubarak. Y esa es justamente nuestra primera coincidencia: compartimos con Egipto la paradoja de vivir entre la (extrema) pobreza tercermundista y el ícono del desarrollo futurista del Internet.Un tercio de los 80 millones de habitantes de Egipto vive por debajo de la línea de la pobreza (con sólo dos dólares diarios para gastar) y tiene como alimento fundamental el pan subsidiado por el gobierno. Egipto es el mayor importador de trigo del mundo porque sólo produce la mitad de lo que consume. No contempla reservas para épocas de crisis y, según creen analistas de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO), a Egipto le pasa lo que a gran parte de los países pobres: “Están acostumbrados a que países exportadores de alimentos como Estados Unidos o las naciones europeas almacenen por ellos.” Ups! No hay políticas de producción y las subvenciones pervierten el mercado. Están acostumbrados a la ayuda internacional. Y por supuesto que con ese nivel de pobreza, la gente gasta el 80 por ciento de su ingreso en alimentos y no le sobra para mucho más.
Es decir, un panorama absolutamente familiar para Bolivia y más vigente que nunca. Ahora mismo la gente hace largas filas en las calles para conseguir azúcar; la harina escasea y también se importa y subvenciona, el gas se va al contrabando a causa de la subvención que hace de éste un buen negocio; y los precios de todos los alimentos están por las nubes después de un frustrado gasolinazo con el que el gobierno de Evo Morales quiso frenar la subvención que desangra las arcas del Estado. Pero reculó, debido justamente a la furia popular de su propio electorado dispuesto a echarlo de la presidencia por muy Evo que fuese. Las medidas populistas de Morales, plagadas de bonos, comenzaron a cobrarle factura. La gente reclama más producción y menos política mientras el descontento crece.
Un dictador en el poder también nos es familiar. Tuvimos 37 gobiernos de facto a lo largo de la historia. Hasta 1982, Bolivia ocupaba la lista de los “top 10” dictadores del momento. Seis presidentes y una junta de gobierno en sólo cuatro años (1978-1982). Pero también conocemos revueltas populares que derrocan presidentes. En el año 2003, con la salida forzosa de Gonzalo Sánchez de Lozada de la presidencia, Bolivia ingresó en la lista del descalabro de la tarima presidencial latinoamericana. Hasta el año 2003, la crisis ecuatoriana había cambiado 5 presidentes en sólo 7 años. Luego vendrían más. Antes, la bronca popular había pedido las cabezas de Fernando Collor de Melo en el Brasil y Carlos Andrés Pérez en Venezuela. Luego sería el turno de Alberto Fujimori en el Perú y Antonio De la Rúa en Argentina. Y aunque Chávez se mantuvo a ras del suelo hoy el panorama mundial le está diciendo otra cosa.
Evo Morales acaba de crear un Ministerio de Comunicación. Acaso es porque la fuerza de las redes sociales es hoy un amenaza latente para quienes se aferran al poder. A falta de pan (y azúcar) el pueblo ha encontrado un nuevo modo de cuestionar las tiranías por muy sutiles que sean. Gracias al Internet y las redes sociales, Egipto ya no es para Bolivia un espejismo, sino casi un espejo.
*Cecilia Lanza es una bloguera que contribuye a AQ Online y vive en La Paz, Bolivia.