Este artículo ha sido adaptado del informe especial de AQ sobre Uruguay | Read in English | Ler em português
Uruguay ha logrado tantos éxitos en los últimos años que resulta tentador considerarlo un caso atípico, demasiado pequeño y único para que pueda repetirse en otros lugares. Bajo muchos parámetros, es el país económicamente más próspero de América Latina, el menos corrupto y el que tiene la democracia más sólida. El PIB puede crecer un 3% este año, el doble del promedio regional; está felizmente libre de las protestas y la inestabilidad política que sacuden a países como Brasil y Perú.
Pero, de hecho, la historia de Uruguay resulta mucho más “cercana” de lo que los observadores de fuera podrían esperar, escribe Brian Winter, redactor en jefe de AQ, quien pasó una semana en Montevideo para escribir el artículo de portada de este número. Hace sólo 20 años, la tasa de pobreza del país era del 40% (frente al 7% actual), y su política estaba en ruinas, como consecuencia de una grave crisis económica. La democracia no regresó sino hasta 1985, tras un periodo de violencia guerrillera y un gobierno militar represivo. Los logros actuales no son obra de un único líder o de una sola ideología, sino de un esfuerzo concertado a lo largo de muchos años.
En realidad, es mucho lo que el resto de América Latina, y de hecho del mundo, puede aprender de la relativa prosperidad de Uruguay. Entre las enseñanzas más importantes está: Disponer de una sólida red de seguridad social, como hace Uruguay, puede fortalecer el capitalismo al ofrecer a los ciudadanos un nivel mínimo de seguridad, haciéndolos menos propensos a arremeter contra el sistema o a elegir líderes populistas. Los partidos políticos fuertes de Uruguay están integrados a la sociedad y tienen ideas coherentes, en lugar de ser meros vehículos de líderes personalistas.
Por supuesto, Uruguay no es perfecto: se enfrenta a retos como una ola de delincuencia realmente aterradora, tasas de abandono escolar y un reciente escándalo de corrupción. El ritmo de vida, y de la política, puede ser frustrante: las reformas suelen llevar años. Pero “lo que puede parecer lento desde fuera es a menudo una búsqueda democrática de diálogo y consenso”, como nos dijo Yamandú Orsi, un destacado intendente. Teniendo en cuenta lo que está ocurriendo en otros lugares estos días, ser predecible, e incluso un poco aburrido, parece un buen problema.