Este artículo fue adaptado de la edición impresa de AQ sobre la política del agua en América Latina | Read in English
Medellín — Durante gran parte del siglo XX, el río Medellín fue una cloaca a cielo abierto que recogía los residuos humanos e industriales no tratados del Valle de Aburrá.
Extendiéndose por el centro del valle, Medellín —una ciudad en rápido crecimiento con reputación de emprendedora— giró su espalda colectiva y cerró su nariz colectiva. Los almacenes y las vías férreas protegían a la ciudad de las aguas malolientes, alimentadas por los cientos de arroyos que comenzaban cristalinos en lo alto de la ciudad, pero que recogían las aguas residuales mientras se abrían paso a través de los barrios, a menudo informales, que gradualmente se expandían hacia las colinas.
“El río tenía olores muy fuertes”, recordó Lucia Restrepo, de 82 años, quien ha vivido en el barrio de los Conquistadores cerca del río durante las últimas tres décadas. “El agua era de colores: un día rojo, y al día siguiente azul.”
“Ahora parece normal.”
Dijo esto mientras paseaba con su nieta de 29 años, Verónica Bustamante, a lo largo de un tramo de Parques del Río, un elegante espacio verde a orillas del río que, una vez terminado, se extenderá a lo largo de un corto tramo del río, con parques a ambos lados conectados por puentes peatonales. Con su malecón, su instalación artística y su metódica vegetación autóctona, recuerda notablemente al High Line de la ciudad de Nueva York.
Lucia Restrepo dijo “el agua a veces apareció roja, luego azul, pero ya normal.”
El parque se llena rutinariamente los fines de semana. Pero incluso en esa tarde de día laborable, las familias paseaban, una pareja con camisetas del popular equipo de fútbol Atlético Nacional se besaba en un banco, y media docena de cometas se elevaban por los aires. Un tramo de la carretera que alguna vez rugió a lo largo del río ahora corre por debajo, invisible y silenciosamente, a través de un túnel.
La construcción del complejo del parque es uno de los pasos que Medellín ha dado para convertirla en lo que muchos expertos llaman la historia más dramática de América Latina en materia de conservación y manejo del agua. Si bien es cierto que Medellín está relativamente bendecida con una precipitación anual de 65 pulgadas, eso no es ninguna garantía de éxito en este campo; São Paulo, con 53 pulgadas, tuvo que recurrir a un severo racionamiento de agua hace poco, en 2014. Además, es cierto que la gestión del agua no es sólo una cuestión de cantidad, sino también de calidad —y en este aspecto Medellín se ha convertido realmente en la envidia de sus pares.
El hito más reciente fue la inauguración en 2018 de Aguas Claras, una planta de tratamiento de agua de última generación de 1.6 billones de pesos (casi 500 millones de dólares) que puede procesar 6.5 metros cúbicos de agua por segundo, las 24 horas del día. Los sedimentos fangosos resultantes del proceso pasan por una máquina centrífuga de deshidratación y terminan como biosólidos, que se distribuyen a los agricultores locales. La producción resultante de biogás —en su mayor parte metano y dióxido de carbono— cubrirá eventualmente una parte de las necesidades energéticas de la planta. En total, ésta y otra planta tratan el 84% de las aguas residuales del valle, comparado con menos del 40% en América Latina y el Caribe en su totalidad y una cifra asombrosa en un país donde algunas ciudades no tratan casi nada de sus aguas residuales.
No todo es perfecto; gran parte de las orillas del río permanecen aprisionadas por carreteras paralelas, y arruinadas en varios lugares por la basura. Pero la historia de cómo Medellín llegó tan lejos abarca varias décadas y una amplia variedad de disciplinas. No se trata de una historia sobre dinero per se, sino sobre una gestión cuidadosa, la construcción de relaciones efectivas con la comunidad y una mezcla inusualmente cómoda de valores de los sectores público y privado. Medellín también se ha ganado elogios a lo largo de los años por transformar lo que fue la capital mundial del asesinato en la era de Pablo Escobar en la década de 1990 en una ciudad mucho más segura hoy en día; el descenso del 80% en su tasa de homicidios se estudia de manera rutinaria en los círculos de política de seguridad. Resulta que también es una especie de celebridad en la comunidad mundial del agua.
“Están aprendiendo a cuidar el recurso, algo de lo que se sienten muy orgullosos”, dijo Julián Cardona, coordinador de seguridad hídrica de The Nature Conservancy para el norte de los Andes y el sur de América Central.
“Medellín es uno de los casos más exitosos de los países en vías de desarrollo”.
La nueva planta de tratamiento de aguas de Medellín produce biogas y fertilizantes.
Público, pero independiente
El personaje central en cualquier discusión sobre el agua aquí es Empresas Públicas de Medellín (EPM). Establecida en 1955 con la participación de líderes empresariales locales que creían que los servicios públicos confiables eran cruciales para la fuerza laboral de la ciudad emprendedora, EPM es una entidad pública venerada con una presencia en la ciudad que es difícil de exagerar. El descabellado logo de EPM es omnipresente, no sólo en los uniformes de los trabajadores, sino también en edificios de oficinas, parques, bibliotecas e incluso en un elegante Museo del Agua; parte de sus beneficios se reinvierten a las arcas de la ciudad; y cuenta con una fundación que supervisa extensos proyectos educativos, culturales y comunitarios. Sus subsidiarias trabajan en otras regiones de Colombia, y se extienden hasta América Central y Chile.
De acuerdo con Santiago Ochoa Posada, vicepresidente de agua y saneamiento de EPM, el éxito de la entidad es, en parte, el resultado de estar parcialmente protegida de los ciclos de cuatro años de las elecciones para la alcaldía. Aunque el alcalde de Medellín es el presidente de la junta directiva de EPM, la compañía ha operado históricamente con un grado considerable de autonomía. ”A diferencia de lo que sucede en el resto de Colombia y otros países latinoamericanos”, dijo Posada, “esto ha permitido a la empresa hacer planes a más largo plazo, más allá del mandato único de un alcalde”. (Los alcaldes colombianos no pueden servir dos períodos consecutivos).
Sin duda, está lejos de ser perfecto. Su proyecto de construir la represa hidroeléctrica más grande de Colombia en el río Cauca, un proyecto conocido como la presa de Ituango o Hidroituango, se ha retrasado años y ha generado indignación pública después de una serie de casi calamidades. Pero EPM sigue siendo mirada con gran reverencia. Los líderes empresariales la calificaron como la empresa más admirada de Colombia en 2015, 2016 y 2017; después de Hidroituango, cayó a la segunda posición en 2018.
“EPM es una institución muy fuerte”, dijo a AQ Sergio Fajardo, alcalde de la ciudad de 2004 a 2007 y ahora una importante figura de la política nacional. “Es un ejemplo extraordinario, una empresa que genera riqueza pública, riqueza para la comunidad y tiene excelentes relaciones con el sector privado, aunque sea una entidad pública”. Con sede en el centro de la ciudad, en un edificio enorme con balcones repletos de vegetación y un interior que se parece más a Google que al gobierno, la empresa es conocida por sus generosos beneficios y programas de desarrollo profesional.
Pero como empresa pública puede centrarse menos en la maximización de las ganancias, algo esencial en una región donde la experiencia de los proveedores de agua privados ha sido variada. “Durante mucho tiempo —diría que desde los años sesenta— esta empresa ha tenido la misión de llevar servicios a toda la ciudad”, dijo Ochoa.
Se refiere a toda la ciudad. Aún más extraordinario que el 84% de las aguas residuales que EPM logra tratar es el 97% de los hogares que están conectados al sistema oficial de agua y el 95% al desagüe —ambas cifras son enormes valores atípicos en América Latina. El impulso más reciente ha sido Unidos por el Agua, un programa multifacético para conectar hogares que, por una u otra razón, no forman parte del sistema oficial. Está previsto que a finales de 2019 se conecten más de 40,000 familias adicionales a los servicios oficiales de agua y saneamiento.
Federico Gutiérrez, alcalde de Medellín.
La distancia extra cuesta arriba
La mayoría de esas casas están ubicadas en las laderas del centro de Medellín, en barrios como Unión de Cristo, una serie de improvisadas casas de ladrillo y hojalata encima de empinadas laderas que fueron ocupadas primero —o invadidas, si se prefiere— por colombianos enfrentándose a la violencia en lugares como el departamento del Chocó en el Pacífico.
En una soleada tarde de septiembre, Fabián Matallana y Arnulfo Álvarez, empleados de un contratista que trabajaba como parte del programa Unidos por el Agua, estaban agachados sobre un orificio de un pie de profundidad en un estrecho sendero en Unión de Cristo. Con chalecos anaranjados y cascos amarillos, los hombres se preparaban para conectar una línea de tubería de polietileno de alta densidad que traerá agua potable de la ciudad a la casa de un hombre que ellos conocen como Don Pedro.
De manera crucial, Unidos por el Agua no se trata sólo del agua, sino que también tiene aspectos de un programa de alcance comunitario. Matallana, de 36 años, y Álvarez, de 25, estaban entre los 20 trabajadores del proyecto que fueron contratados en el barrio, por eso conocen a Don Pedro. “Aquí estamos todos unidos”, dijo Matallana, que vive a unas cuadras de distancia con su esposa y su hija de seis años. “Donde sea que estemos trabajando, alguien sale y dice: “¿Qué pasa, vecino?” y luego sale otro. Nos conocen en todas partes”. Esto ha ayudado al programa a evitar el tipo de escepticismo u hostilidad que a veces enfrentan los trabajadores de servicios públicos en vecindarios similares de otras ciudades latinoamericanas.
Unidos por el Agua también ha ignorado con eficacia una pregunta que a menudo se hace a estas iniciativas: ¿Conectar a los vecindarios “irregulares” a los servicios públicos fomenta la aparición de más vecindarios de este tipo? Los funcionarios de la ciudad han preferido centrarse en los beneficios de salud pública y en un mensaje más amplio de inclusión. “Es nuestra manera de decirle a la gente, miren, ustedes son parte de una sociedad, no están solos”, dijo a AQ Federico Gutiérrez, el actual alcalde. “Es un programa integral, no es sólo acerca del agua. El agua es una excusa para entrar, para que el gobierno pueda entrar con intervenciones integrales”. Medellín también tiene un famoso sistema de teleférico que une a los barrios más pobres de las colinas con el único metro de Colombia.
Fuente: World Health Organization SDG 3.9.2
La ciudad también es flexible cuando se trata de regulaciones diseñadas para “vecindarios más formales”, reconociendo que la instalación de sistemas de agua en vecindarios de bajos ingresos a menudo trae consigo complejidades únicas. En algunas zonas, por ejemplo, sería imposible instalar tuberías a la profundidad que exigen las normas sin riesgo de desestabilizar la tierra, lo que podría provocar avalanchas de tierra. Sin embargo, esa tierra ya estaba siendo desestabilizada por lo que los colombianos llaman sistemas “artesanales” de agua y alcantarillado instalados por los residentes locales, así que, según ese razonamiento, si se suavizaran las reglas, de hecho se obtendrían resultados más seguros.
El trabajo va más allá del trabajo manual. “Generamos apropiación y empoderamiento dentro de la comunidad”, dijo Oscar Betancur, especialista en planificación y desarrollo social de EPM. Llama a la obra “70% social y 30% técnica. Lo construyen como si fuera suyo, realmente suyo”.
Esto ayuda a establecer una cultura de pago por los servicios de agua —para muchos, es la primera vez que se paga por el uso de agua— y reduce las posibilidades de vandalismo.
El trabajo también implica una cierta cantidad de mediación de conflictos. En una tarde reciente, Betancur estaba caminando en La Iguaná, un barrio recientemente conectado por Unidos por el Agua, cuando fue abordado por una irritada María del Rosario Aristizabal, quien urgentemente quiso presentar una queja sobre una caja de equipo para la casa de al lado que los trabajadores habían instalado en su propiedad.
“Puede que sea ignorante porque no he estudiado, pero conozco mis derechos”, dijo. Betancur la calmó y tomó nota de su información. Fue, explicó más tarde, un ejemplo de lo sensibles que pueden ser los residentes con respecto a la propiedad de la que ni siquiera tienen título legal. Otro día, en Unión del Cristo, señaló a un ingeniero forestal de EPM que había sido llamado para ver si se podía salvar un querido árbol casco de vaca durante una construcción.
“Hay algunas situaciones que sólo se resuelven en el día a día”, dijo.
Aprendiendo a pagar
Programas similares en otros lugares han colapsado —o han tenido problemas de recursos— porque los nuevos clientes no pagan sus cuentas de agua. Varios programas hacen que los servicios sean más manejables para las familias que antes recibían agua gratis, aunque de forma no oficial y poco confiable. El Mínimo Vital de Agua Potable de la ciudad, un programa fundado hace diez años y que desde entonces se ha extendido a otras partes de Colombia, proporciona gratuitamente a los hogares de bajos ingresos que reúnen los requisitos 2.5 metros cúbicos (unos 660 galones, según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud sobre las necesidades mínimas de agua) por persona. Como parte del programa, los trabajadores sociales capacitan a los participantes para ahorrar agua, por ejemplo, cerrando los llaves mientras lavan los platos o se cepillan los dientes y reutilizando el agua del ciclo final de la lavadora para lavar el baño.
“Vienen todos los años”, dijo Adriana Amalla López, que vive en La Iguaná. “Actualizan nuestra información, nos preguntan cómo estamos, y siempre nos felicitan ya que usamos menos de lo que nos asignan, así que la cuenta se reduce a cero”. Alrededor de la mitad de las 51.000 familias participantes no pagan nada.
Para los demás, está la opción de prepago, en la que los residentes pagan por el agua a medida que la consumen, de la misma manera que lo harían con un plan de teléfono celular prepagado. Incluso esa tarifa está subvencionada: Colombia divide su población en seis estratos socioeconómicos oficiales, y cada estrato paga los servicios públicos (entre otras cosas) según una escala móvil. Los estratos 5 y 6 subvencionan 1, 2 y 3; el estrato 4 paga la tarifa de mercado.
El barrio de la ladera Unión de Cristo plantea desafíos físicos para la instalación de tuberías.
Mientras tanto, Medellín y la región están presionando a sus ciudadanos para que interactúen con el suministro de agua en formas que van más allá del parque en la ribera del río. Hace años, cuando los tanques de agua situados en las colinas circundantes fueron absorbidos por la expansión urbana que surgía a su alrededor, muchos terminaron siendo espacios oscuros y prohibitivos, rodeados de cercas y vigilados por las fuerzas de seguridad. Catorce en la ciudad (y dos en el exterior) se han transformado en centros y parques comunitarios de gran atractivo llamados UVAs, o Unidades de Vida Articulada.
“Uno de los objetivos de las UVAs era iluminar los rincones oscuros de Medellín”, dijo Edison Raigoza, educador que imparte talleres en la UVA La Armonía, en el barrio de Santa Inés.
La Armonía es ligeramente diferente a otras UVAs: su tanque de agua es subterráneo, su parte superior está expuesta, dándole más el aspecto de una piscina, con un “géiser” que rocía agua hacia el cielo. No se puede nadar en el agua potable de la ciudad, pero una tarde reciente, los niños jugaban en caños que salpicaban regularmente a lo largo de sus bordes, mientras dos jóvenes de 18 años, Dayron Rodas y Cristián Durán, miembros de una escuela local de artes escénicas, practicaba una rutina de salsa cerca.
Este nuevo parque en el barrio de La Armonía se encuentra en la cima de un tanque de agua gigante.
“Es un espacio muy agradable”, dijo Rodas, “porque no es sólo un parque para jugar, sino un lugar que integra arte y cultura”. Atrae a tantos visitantes de día y de noche —hay un ciclo de cine permanente— que han surgido negocios a su alrededor, como la Cafetería UVA y un restaurante llamado Delicias La Armonía.
Esa tarde, los adolescentes se agazaparon sobre sus teléfonos afuera de las cinco aulas del centro, succionando el wi-fi gratuito, y un grupo de estudiantes de primaria estaba participando en una clase sobre narración de cuentos digitales dictada por una maestra de la Universidad de Antioquia. Ella había pedido a los estudiantes que identificaran las emociones representadas por los rostros que iba mostrando en la pantalla, incluyendo niños sonrientes (“¡Felicidad!”) y un Malcolm McDowell de Naranja Mecánica frunciendo el ceño (“¡Ira! ¡Venganza!”)
Considerando los abundantes recursos hídricos de Medellín y la enorme presencia de EPM, es tentador concluir que la ciudad podría ser un ejemplo difícil de imitar. El alcalde Gutiérrez, sin embargo, cuestiona este hecho.
“Nosotros empezamos en algún momento”, dijo. “Creo que cualquier ciudad, cualquier sociedad puede perseguir los objetivos y el modelo de ciudad que quiere. Y también es un mensaje de que lo público también puede ser eficiente. A menudo se ha dicho que las entidades públicas son ineficientes, una cuestión de la izquierda. Pero para mí, llevar agua a una comunidad no es una cuestión de derecha o izquierda”.
“Es como la seguridad: es un derecho humano.”