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Se suponía que ésta iba a ser “la Década de América Latina”.
Cuando comenzó en 2010, la región aún estaba impulsada por el boom de las materias primas. Su futuro parecía más alentador que en cualquier otro momento desde los comienzos de la década de 1970. Sí, América Latina es conocida por sus altas y bajas, sus ciclos de grandes esperanzas seguidos de desilusiones. Pero aún los más cínicos creían que esta vez sería diferente. Mejoras en la educación, una ventana de oportunidad demográfica única, mayor acceso a teléfonos móviles y otra tecnología revolucionaria, el continuo crecimiento de China, un panorama fiscal saludable y la casi universal expansión de la democracia eran citados como factores que harían que América Latina se destacara en los años por venir.
Desafortunadamente, eso no fue lo que pasó.
En vez de florecer, Latinoamérica ha quedado muy detrás del resto del mundo. Salvo un milagro de último minuto, la región tendrá un crecimiento económico promedio de sólo 2.2% durante la década de 2010, muy por debajo del 3.8% del promedio mundial, rezagada respecto a otros mercados como las economías emergentes y en desarrollo de Asia (7.1%), Africa Subsahariana (4.1%) y Medio Oriente y Norte de Africa (3.3%). La pobreza y el desempleo han subido en varios países, a la par de una preocupante insatisfacción con la democracia. Por supuesto, algunos países lo han hecho mejor que otros. Pero en general, la historia es de decepción (México, Colombia, Argentina), de colapso (Brasil) o de tragedia (Venezuela).
En medio de las diferencias que hay entre los países latinoamericanos, se podría decir que cada década ha tenido una imagen o una identidad ampliamente unificadora. La década de 1970 es recordada como una era de golpes y juntas militares, mientras que la década de 1980 fue una “década perdida”, caracterizada por una crisis de deuda. La década de 1990 fue la del “Consenso de Washington” y la del 2000 estuvo marcada por el auge de las materias primas. La del 2010 podría recordarse como “la resaca”, un período doloroso en el que América Latina luchó por recuperarse de los excesos y las expectativas poco realistas de la década anterior.
¿Cómo llegamos aquí? ¿Cuándo se salió de control la fiesta? ¿Cómo puede la región ponerse de pie y garantizar que los años 2020 no sean tan dolorosos? Para iluminar estas cuestiones, revisé algunos de los pronósticos más optimistas de principios de la década y hablé con los autores para preguntarles qué creen que salió mal. Revisé varios estudios recientes e integrales que evalúan por qué la región no está creciendo más rápido. Y hay buenas noticias: si bien todo el mundo puede tener su propia receta para las resacas en la vida real, en realidad hay cierto consenso en torno a lo que se necesita para curar esta.
Cómo empezó el problema
El destino me llevó a mudarme a São Paulo a mediados de 2010, justo cuando Brasil y otros países estaban llegando a la cima de su auge. La economía de Brasil crecería un 7,6% ese año, la Copa del Mundo y los Juegos Olímpicos estaban a la vuelta de la esquina, y se hablaba de un país cuyo “futuro finalmente había llegado”. Las carreteras estaban llenas, ya que miles de autos nuevos salían a la calle todos los días. En los aviones, muchos viajaban por primera vez; a menudo se podían distinguir por sus sonrisas tímidas mientras buscaban sus asientos. Televisores de pantalla plana, lavadoras y refrigeradores volaban de las tiendas y los restaurantes estaban llenos. Fue un espectáculo realmente sorprendente e inspirador, especialmente para un estadounidense que acababa de pasar la Gran Recesión.
Pero recuerdo una pregunta que me daba vueltas:
“¿Dónde están las grúas?”
Dada la naturaleza histórica del boom, ingenuamente esperaba encontrar un país en construcción, invirtiendo como loco en nuevas carreteras, puertos, escuelas y transporte público. Pero este no fue el caso, y aquí Brasil no era el único. Si bien la inversión en toda América Latina aumentó durante el decenio de 2000 como porcentaje del PIB, se mantuvo más baja que en cualquier otra región importante que no sea el África subsahariana, según un estudio de 2018 del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Se podría decir, algo exageradamente, que América Latina desperdició el golpe de suerte en autos nuevos en lugar de carreteras nuevas, en consumo en lugar de inversión.
Eso sin duda explica el tráfico horrendo y también fue la razón principal por la que la década de 2010 ha sido tan decepcionante. Los gobiernos y los consumidores creían que los buenos tiempos durarían más de lo que duraron. Así que dejaron pasar una oportunidad de oro para lograr mejoras duraderas en la productividad, lo que podría haber mantenido el crecimiento de las economías una vez que cayeran los precios de las materias primas. “Desafortunadamente, creo que es una prueba de que en América Latina hemos tendido a manejar las crisis mejor que las oportunidades”, me dijo el presidente del BID, Luis Alberto Moreno. “Nos excedimos”.
Moreno probablemente fue el primero en popularizar la noción de “la Década de América Latina” el título de una columna que escribió en 2010 para el Financial Times. La idea fue tomada por otros como el publicista Martin Sorrell o el expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos. Aún en países donde el auge de las materias primas nunca fue algo real, como por ejemplo Costa Rica, también vivían en esa euforia. Enrique Peña Nieto asumió la presidencia en México en 2012 prometiendo un crecimiento anual de 6% y nadie se rió de eso. Una portada de The Economist proclamó que Latinoamérica no era “el Patio de Nadie” y llamó a una “nueva actitud” acerca de la región “al norte del Río Bravo”.
En verdad, todos estos artículos optimistas estaban llenos de “si”. El primer problema potencial que Moreno mencionó en su artículo del FT fue la situación fiscal de la región, que comenzó la década de 2010 en buena forma. En toda la región, los déficits fiscales promediaron el 2,3% del PIB, y la deuda pública total fue aproximadamente la mitad de la de Europa y los Estados Unidos. Esta estabilidad macroeconómica fue en sí misma una gran conquista, gracias a las difíciles reformas presupuestarias y las privatizaciones que muchos países emprendieron en los años ochenta y noventa.
Lamentablemente, esta fue la otra gran área donde las cosas se derrumbaron. Cuando los precios de las materias primas empezaron a caer en serio entre 2012 y 2013, los gobiernos que hicieron el mejor trabajo para adaptarse a la “nueva normalidad” tendieron a escapar de los peores efectos económicos. Colombia, Chile y Perú nunca permitieron que sus déficits fiscales estuvieran por encima del 3% del PIB; tal vez por eso sus economías superaron el promedio latinoamericano cada año en esta década. En contraste, el gobierno de Brasil redujo los impuestos y abandonó sus metas fiscales en un fatal intento por mantener los buenos tiempos en marcha; el déficit alcanzó un mínimo del 9% del PIB en 2015, y la recesión que siguió se convirtió en la peor registrada. El déficit de Argentina llegó al 6% en los últimos años. El caso de Venezuela es tan extremo que casi debe tratarse por separado, pero el problema subyacente es el mismo: un gobierno derrochador que pensó que la bonanza duraría para siempre.
Existe un debate actual entre los economistas sobre si los problemas fiscales de la región han sido la causa o el síntoma de los males recientes. Pero no hay duda de que el tema ha dominado la atención de los políticos y ha saboteado muchos sueños. Mauricio Cárdenas, entonces del Instituto Brookings, publicó un artículo en 2011 titulado “La década de América Latina: una oportunidad única en la vida”. Un año después, fue nombrado ministro de Hacienda de Colombia, en un momento en que los precios del petróleo, su principal producto de exportación, se desplomaron tan rápido que los ingresos cayeron un 51% sólo en un año.
“Durante cuatro o cinco años, realmente tuvimos que centrarnos en el ajuste, el ajuste –asegurarnos de que no hubiera una crisis importante”, me dijo Cárdenas. “Así que no fue realmente una conversación sobre el futuro. Mucho de eso, lamentablemente, se perdió”.
Este fue el telón de fondo con el que el humor de la gente comenzó a agriarse. Actualmente, sólo el 16% de los latinoamericanos dice estar “satisfecho” con la economía de su país, la mitad que en el año 2010. América Latina ha pasado de ser una región donde los presidentes que buscaban reelegirse (o los sucesores que ellos elegían) casi siempre ganaban las elecciones, a un lugar donde pareciera que cada voto se va al cambio más extremo posible. Incluso el mayor logro de la década, el movimiento contra la corrupción que ha enviado a prisión a políticos y líderes empresariales intocables desde Guatemala hasta Perú, puede atribuirse, al menos en parte, al malestar económico. Numerosos jueces y fiscales me han dicho que, si la gente hubiera estado más feliz, nunca habría existido el clamor generalizado de justicia que ayudó a hacer posible sus casos.
Mirando hacia adelante
La buena noticia respecto a las resacas es que no son el fin del mundo y son curables.
Incluso con un 2,2%, el crecimiento económico de esta década habrá sido mejor que la expansión del 1,8% que tuvo América Latina en promedio de 1983 a 2000. Muchas ganancias del auge siguen intactas; la pobreza se ha mantenido estable en esta década en alrededor del 30% (frente al 45% en 2002), mientras que la desigualdad ha seguido disminuyendo, aunque a un ritmo menor, según la CEPAL. Incluso la situación fiscal podría ser peor: la deuda bruta del sector público de la región cerrará la década en alrededor del 65% del PIB, según el Fondo Monetario Internacional. Esto son 10 preocupantes puntos porcentuales desde 2015, pero todavía hay tiempo para evitar un desastre. Los nuevos gobiernos en Brasil y Colombia parecen enfocados en desactivar la bomba de tiempo fiscal, mientras que las perspectivas en Argentina y México son menos certeras.
La mala noticia es que el mundo ha avanzado, y los desafíos como la automatización y la inteligencia artificial se avecinan. América Latina está envejeciendo rápidamente, lo que hace que las reformas a los sistemas de pensiones sean particularmente urgentes. Mientras tanto, las clases medias que han probado la prosperidad, y pueden ver cómo vive la otra mitad en Instagram, van a exigir más y reaccionarán si no lo consiguen. “Me preocupa una desalineación entre las expectativas y la realidad”, dijo Cárdenas. “En muchos países, el debate realmente no parece ser sobre los temas que importan”.
Esto podría deberse a que las soluciones no son atractivas ni particularmente nuevas. Para empezar, casi todos están de acuerdo en que América Latina simplemente debe encontrar una manera de invertir más. El estudio del BID mencionado anteriormente encontró que, si la región hubiera invertido tanto y tan eficientemente como los países asiáticos emergentes en los últimos 50 años, América Latina sería aproximadamente el doble de rica que hoy. Ese puede ser el tipo de realidad alternativa con la que sólo los economistas fantasean, pero el mensaje es lo suficientemente claro.
Por su parte, un estudio del FMI de 2018 trató de evaluar los mayores obstáculos para una mayor inversión en América Latina, basado en encuestas de líderes empresariales y otros datos. En orden de importancia, los desafíos fueron: burocracia gubernamental ineficiente, corrupción, impuestos, inestabilidad política y calidad de la infraestructura. Afortunadamente, la perspectiva en varios de estos frentes no es sombría. La investigación conocida como “Lava Jato” en Brasil y otras investigaciones han generado la esperanza de una reducción significativa y duradera de la corrupción; las asociaciones público-privadas están demostrando ser una herramienta efectiva para construir puertos y carreteras; varios países han emprendido una guerra contra la burocracia. “La mayoría de las reformas macro se han hecho”, dijo Susan Segal, directora ejecutiva de AS / COA. “Ahora es el momento de las micro reformas que mejorarán el clima de negocios”.
Por supuesto, existen otros obstáculos para un crecimiento más rápido, desde la educación hasta el acceso al financiamiento y el costo económico real de la desigualdad y la violencia. El FMI espera que la próxima década comience como esta, con un crecimiento de sólo 2.5% en 2020. Mientras tanto, existe el riesgo de que la economía mundial ahora se ralentice, justo cuando la región se ponga de acuerdo. Pero parte del desafío será aprender las lecciones de las decepciones de la década de 2010 sin desanimarse demasiado por ellas. “Siempre es fácil y seguro ser negativo con respecto a América Latina”, me dijo Michael Reid, editor regional de The Economist. Tal vez políticas más equilibradas, junto con expectativas realistas, sea la mejor cura para la resaca.