En un verdadero pulso de poder se han convertido las últimas semanas de campaña a la presidencia en Colombia. Nunca en la historia reciente hubo tantas denuncias tan graves sobre financiación e infiltración de las campañas, y nunca tampoco el país había estado tan polarizado entre dos fuerzas de derecha. Nunca se agitaron con tal vehemencia dos fantasmas para asustar al electorado: el supuesto castro-chavismo que podría encarnar el presidente que busca su reelección, Juan Manuel Santos, y el regreso al autoritarismo de Álvaro Uribe que podría encarnar su candidato del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga.
En el medio de esas extremas, cuñas publicitarias sobre la guerra buscan poner a los mismos militares contra el gobierno que se atrevió a negociar con las Farc, connotados columnistas y hasta empresarios piden rodear el proceso de paz, y una buena parte de la prensa nacional está a favor de Santos, mientras la regional coqueteándole a Zuluaga.
Encuestas que un día dan como ganador a Santos y otro a Zuluaga solo permiten concluir que habrá un empate técnico—y que el término “final de infarto” tan mentado en deportes y en política aplica perfectamente a lo que se vivirá este domingo en las urnas.
Y sin embargo, en medio de todo eso que los hace tan diferentes, si se miran sus propuestas, Zuluaga y Santos podrían estar en el mismo equipo de campaña. Ambos prometen mantener la mentada “confianza inversionista,” dos palabras que el exmandatario Uribe logró meter en el ideario colombiano, soslayando cuánto de ello deja coletazos al sector campesino y con qué mecanismos se mitiga. Ambos proponen acceso al crédito para nuevos negocios, la creación de nuevos empleos, combatir el negocio de la minería ilegal e incrementar la producción de hidrocarburos.
Proponen el uso de alternativas de transporte no contaminantes en las ciudades, un plan nacional de bilingüismo, el mejoramiento a los sueldos de los docentes y los médicos, y la reducción de la pobreza como condición sine qua non para cumplir con los Objetivos del Milenio. En el plano internacional, plantean seguir con la cooperación Sur-Sur y la Alianza del Pacífico, y convertir a Colombia en líder regional.
Pero aunque sus modelos económicos y de desarrollo sea tan cercanos, lo que los hace lejanos podría determinar si en una década, Colombia es un país u otro: si hay más guerra o hay un camino de reconciliación; si hay más bala o menos muertos.
Si el proceso de paz en La Habana no estuviera en peligro, no se habrían firmado de manera tan expeditas acuerdos como el reconocimiento de víctimas por parte de las FARC, un cese al fuego para la segunda vuelta y el anuncio de diálogos exploratorios con la guerrilla del ELN, que no pocos calificaron de oportunista.
Aunque en todo lo demás sean casi iguales, las condiciones que ha ventilado Oscar Iván Zuluaga para seguir el proceso terminaran por romperlo, en momentos en que hay un reconocimiento tácito de ambas partes (guerrilla y ejército) de que no se pueden derrotar militarmente, y que cuesta más hacer la guerra que negociar la paz.
No solo humanitariamente hablando, hasta los recursos de plan Colombia que aportan los Estados Unidos se han reducido en una tercera parte desde que los diálogos se iniciaron en Cuba, y la comunidad internacional le dio un espaldarazo a esa búsqueda incesante de un valor con el que sueñan todas las sociedades democráticas: la paz.
De lo que pase en las urnas este domingo, dependerá qué tan cerca o lejos estamos de ella. No importa qué tan cerca o qué tan lejos estén de sí mismos quienes quieren gobernar Colombia los siguientes cuatro años. La decisión está en los votos.