En octubre de 2006, cuando el invierno comenzaba a despuntar en Alaska, los habitantes de Anchorage—ubicada a 8.600 kilómetros de Caracas—se debatían entre aceptar o no el combustible gratuito que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, había ofrecido para mitigar el impacto económico del cambio de estación en la localidad. Unos querían recibir el combustible debido a la crisis que azotaba a la región, en cuanto otros rechazaban al presidente venezolano por haber llamado “diablo” a su presidente, George W. Bush, durante una reunión de la Organización de las Naciones Unidas en ese año. Chávez nunca había visitado Alaska, pero había dividido a los esquimales.
Venezuela acumuló años de desigualdades sociales amparadas bajo la consigna mundialmente conocida de ser la “democracia más estable de Latinoamérica”. Caracas se convirtió en el ejemplo más claro de la debacle social: mientras los cerros se hinchaban de empobrecidos ranchos, la vida en el valle transcurría en una calma de golf, música y playas. La rabia de los marginados golpeó con la fuerza de un inesperado tsunami en febrero de 1989, amenazando a la adormecida ciudad. Las aguas volvieron a su cauce, pero Chávez, entonces un oficial, calculó el tamaño del rencor. Una década después, electo Presidente, confrontó al valle: lejos de contener las aguas, abriría las compuertas.
Los extensos discursos de Chávez carecían de improvisación. Palabras medidas, frases hechas e historias de impacto, que acentuaban la brecha—por años existente—entre ricos y pobres, fueron calando en el colectivo. Al poco tiempo, la base política del mandatario se fue limpiando de quienes apostaban por cambios en el país y se limitó a quienes exigían reconocimiento y poder después de años de olvido. No era poca cosa, los pobres en el país petrolero eran mayoría, sólo que no lo sabían.
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Paula Ramón is a contributing blogger for AQ Online. She is a Venezuelan journalist based in Brazil.