Desde que inició el proceso de paz del gobierno colombiano con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la Habana, es innegable que el tema de encontrar una salida política al conflicto ha hecho que muchos coincidan o discrepen sobre los posibles escenarios. Como todo en política.
En la marcha del pasado martes fue inevitable que amigos y enemigos de la paz se sentaran en diversas orillas según sus nuevas apuestas. De un lado, el presidente Juan Manuel Santos, el alcalde de Bogotá Gustavo Petro, el movimiento Marcha Patriótica liderado por Piedad Córdoba e Iván Cepeda—quienes recientemente recibieron un reconocimiento en Copenhague—, indígenas, campesinos, afrocolombianos, policías, soldados y las mismas FARC desde la Habana, coincidieron en que es necesario que los colombianos blinden el esfuerzo de los negociadores en Cuba. Durante años, estos personajes tuvieron visiones aparentemente irreconciliables y se denunciaron unos a otros sin tapujos sobre temas de alto calibre, tales como la responsabilidad del Estado en relación a los llamados falsos positivos.
Del otro lado se encontraron quienes han hecho un ruido permanente en el proceso: los sectores más ultraconservadores encabezados por el ex presidente Álvaro Uribe y recientemente por el ex mandatario Andrés Pastrana—quien durante su gobierno no logró alcanzar los acuerdos pretendidos con la guerrilla—acompañados por el Polo Democrático Alternativo, uno de los partidos más antiuribistas de Colombia. A pesar de sus diferentes matices, a todos en este grupo les preocupa que la paz se convierta en una campaña por la reelección—un escenario absolutamente obvio para Santos en el contexto en que se juega todo su capital electoral.Aunque no llegó al millón, la marcha recordó la manifestación del 2008 que—a diferencia de ésta—rechazaba las prácticas de la guerrilla. “Un millón de voces contra las FARC: no más secuestros, no más muerte, no más FARC” se gritó al unísono ese 4 de febrero en 193 ciudades de Colombia y el mundo. Este 9 de abril, un día de alto simbolismo para las víctimas, el número alcanzó los casi 500 mil asistentes principalmente en Bogotá, demostrando que el espaldarazo al proceso todavía es bastante débil en las regiones, y que el baile del gobierno entre el hermetismo y el exceso comunicativo no ha logrado hacer entender a los ciudadanos qué es lo que se negocia y en qué es lo que no se cede.
No obstante, el número no controvierte la intención y las imágenes en las calles son un importante medidor ciudadano: no es que Colombia no quiera la paz, sino que le cuesta entender los modos y las formas para lograrla, porque le han enseñado por décadas que el único camino es la guerra.
Si todas estas alianzas representan un nuevo espectro político en Colombia es una conclusión difícil de alcanzar: son escenarios inusitados que cambiarán mañana, como cambian los actores políticos y los intereses. Lo que sí es seguro es que las elecciones de 2014 medirán el pulso de qué tanto los modos de ver la paz serán banderas de campaña, un hecho del que no dudan ni las tempranas encuestas.
Falta ver si, tal como coreaban en algunos tramos de la concentración, “Uh ah, por la paz, Santos es capaz.” En otras palabras, si el presidente logrará que una de sus promesas como candidato en 2010 se firme en este periodo, o si logrará la reelección tan solo por haber abierto un camino en la Habana con las FARC.
Con lo sorpresivo de la política, todo parece indicar que tendrá que enfrentarse electoralmente a su propio primo, Francisco Santos, quien se vislumbra como el seguro candidato del uribismo y quien jamás se sentaría con la guerrilla.