Este artículo fue adaptado de la edición impresa de AQ sobre Venezuela después de Maduro. | Read in English
El ALTO, Bolivia – Mientras que la multitud aplaudía y cantaba, cinco jóvenes mujeres que llevaban puesta una versión estilizada del conjunto arquetípico boliviano (falda con volantes, manto y bombín) bailaban, dejando mostrar sus enaguas de colores brillantes
Me encontraba entre los asistentes a un show de modas organizado por Ana Palza, una diseñadora de ropa y joyería que enfatiza la estética boliviana en su trabajo. El vertiginoso rotar de las faldas (también llamadas polleras) de las mujeres encaja perfectamente con el edificio que las rodea, una mezcla en Technicolor de verdes y naranjas brillantes inspirados en los colores de los tejidos indígenas. La audiencia comía galletas de quinoa y de otros granos andinos.
Bolivia ha cambiado, me dijo Palza, señalando la escena que combinaba tradiciones indígenas con una nueva riqueza y confianza.
“Antes había mucha discriminación y poco dinero”, dijo. “Ahora la gente es más libre, ves a mujeres con polleras por todas partes, con dinero para gastar, luciendo su estilo con orgullo. No hay marcha atrás”.
En ninguna parte esto es tan tangible como en El Alto. Esta bulliciosa ciudad de más de un millón de habitantes, la mayoría indígenas, ubicada en una planicie andina a más de 4.000 metros (13.100 pies) por encima del nivel del mar, jugó un papel crucial en las manifestaciones populares que llevaron a Evo Morales Ayma, el primer presidente boliviano de ascendencia indígena, al poder en 2005.
El Alto, Bolivia
Desde entonces, la economía se ha disparado, ayudada por los precios en aumento de las exportaciones bolivianas de gas y minerales. La demanda reventó y las políticas de redistribución de Morales ayudaron a repartir el botín. Más de 1,2 millones de personas, o más o menos el 10 por ciento de la población, ha entrado a hacer parte de la clase media. Esto le ayudó a Morales a ser reelegido en 2009 y luego de nuevo en 2014.
Hoy, sin embargo, El Alto está intranquilo.
Muchos siguen agradecidos con Morales por haber cambiado radicalmente un país en el que dos tercios de la población es de ascendencia indígena, pero la minúscula élite casi siempre estaba compuesta por personas con orígenes europeos. Las mujeres que usan polleras, aunque antes eran discriminadas en los espacios públicos, ahora ocupan cargos prominentes en la política y en el comercio. Hay incluso restaurantes elegantes, especializados en ingredientes particularmente bolivianos, que están siendo inaugurados en barrios exclusivos.
En El Alto, cientos de nuevas y vistosas viviendas son testigos del ascenso y el empoderamiento de una nueva burguesía aymara. Muchas de esas construcciones son diseñadas por Freddy Mamani, el arquitecto más reconocido de Bolivia, cuyo uso de serpientes, cóndores y pumas en fachadas y frisos internos fue inspirado por las ruinas preíncas de Tiwanaku, a unos 30 kilómetros, en la orilla del Lago Titicaca. No es coincidencia que el primer edificio de “estilo andino” de Mamani haya sido inaugurado el mismo año que Morales llegó al poder.
“Queríamos reflejar nuestra cultura, quiénes somos, nuestra capacidad”, dijo Joaquín Quispe, un chef cuya familia le encargó una casa a Mamani. “Siempre tuvimos el talento. Solo nos faltaba la oportunidad”.
El interior de un edificio diseñado por Mamani
Pero, a pesar de estos logros, muchos en El Alto se están volviendo contra el presidente, específicamente contra su intento de lanzarse a un cuarto período presidencial, algo inaudito en Bolivia. En febrero, los habitantes de El Alto se unieron a las protestas que le exigían a Morales que respetara un referendo de 2016 en el que los votantes rechazaron la propuesta de cambiar la constitución para eliminar los límites temporales de la presidencia. Muchos llevaban letreros que decían “No es no” y “Respeta mi voto”.
Cuando les pregunté a varios alteños (como se conocen los habitantes de la ciudad) sobre Morales, varios, desde un vendedor de sombreros en un mercado al aire libre, pasando por un tejedor que hace mantos de alpaca, hasta un vendedor callejero ofreciendo dulces en una esquina, me respondieron con el mismo refrán. Una frase tan cariñosa como clara: “que descanse”. Que alguien más tenga la oportunidad de gobernar.
Todas estas personas eran aymara y todos estaban en la zona angosta que separa a la casi clase media de la pobreza en lo que sigue siendo el país más pobre de América del Sur, con un producto interno bruto (PIB) per capita que es apenas la mitad del del vecino Brasil. Todas estas personas necesitan que Bolivia continúe la transformación que comenzó Morales. Pero aún así, todas estaban listas para tener un nuevo presidente.
“Alzamos nuestras voces”
Para saber más sobre qué hizo de Morales un político atractivo y por qué este apoyo se estaba desvaneciendo incluso entre los que ganaron más de su presidencia, fui a la universidad de El Alto. Si la ciudad sirve como una brújula política de Bolivia, la Universidad Pública de El Alto (Upea) es la aguja que señala el camino.
Era el principio del semestre. Los hipsters de jeans apretados y gafas a la moda estaban departiendo con mujeres jóvenes con bombines: los hijos de la clase media de El Alto. Mientras nos sentábamos afuera y los veíamos seguir sus rutinas, Ronald Bautista, un profesor de periodismo, me comenzó a contar sobre las épocas en las que este mismo campus se llenó de protestas en los turbulentos años antes de la primera elección de Morales.
El regreso de la democracia a Bolivia en la década de 1980 llevó a años de instabilidad y una economía complicada que no mejoró la vida de la mayoría de bolivianos. El descontento estalló en 2003, cuando Gonzalo Sánchez de Lozada, un presidente apoyado por Estados Unidos que hablaba español con un acento estadounidense, anunció el impopular plan de exportar el gas natural de Bolivia a los Estados Unidos a través de Chile. Los alteños marcharon en protesta. Como todos los bolivianos pobres, ellos no tenían un acceso adecuado a combustibles, aunque eran producidos en el país, y tenían que hacer filas para comprar sus pipetas amarillas de gas de cocina.
La violencia que siguió dejó unos 60 muertos, la mayoría de ellos en El Alto. Aunque la Upea apenas tenía tres años en ese entonces, los estudiantes y profesores dirigieron protestas y sufrieron grandes bajas. La consiguiente caída de Sánchez de Lozada fue motivo de orgullo: reveló el poder político de la universidad, del pueblo y de la población principalmente indígena que lo consideraba su hogar, según dijo Bautista.
“Alzamos nuestra voz”, dijo Bautista, quien también es de ascendencia aymara. “Tumbamos a un presidente que no nos representaba”.
La manifestación popular, conocida como la Guerra del Gas, pavimentó el camino para el ascenso político de Morales. El Alto fue su base en las siguientes elecciones, pues el 77 por ciento allí votó por él en 2005, el 87 por ciento en 2009 y el 72 por ciento en 2014.
El presidente sabía cuál era su audiencia. Un día antes de posesionarse, vistió la túnica roja de los sacerdotes preíncas y les habló a los bolivianos desde un templo en Tiwanaku, prometiendo acabar con 500 años de discriminación y colonización.
También cumplió con las promesas que salieron de la Guerra del Gas. En su día número 100 en el cargo, nacionalizó las reservas de petróleo y gas de Bolivia, enviando a los militares a asegurar los yacimientos y dándoles a las compañías extranjeras seis meses para cumplir con las nuevas regulaciones o irse. En 2009, lloró al presentar una nueva constitución que era más inclusiva con los indígenas y los pobres: “aquí empieza la nueva Bolivia”, dijo.
“Antes, el gobierno era de blancos y nosotros éramos muy maltratados”, dijo Silvia, una mujer con un vestido tradicional que vende fetos de llama secos y otros artículos usados en rituales andinos en el Mercado de las Brujas en El Alto. “Ahora las cosas están mejor para personas como yo”.
En efecto, desde que Morales se posesionó, el PIB ha crecido en un promedio de 5 por ciento al año. El boom de los bienes básicos ayudó, pero la economía boliviana ha seguido siendo resiliente, incluso cuando otras economías basadas en recursos, como Venezuela y Brasil se han desplomado. El gobierno de Morales tuvo un superávit presupuestal durante los años buenos (entre 2006 y 2014) y usó el flujo de dinero para pagar la deuda del sector público y fortalecer sus reservas internacionales, creando un buen colchón desde entonces.
En 2017, Bolivia logró tener un incremento del 4 por ciento de su PIB, lo que la convirtió en una de las economías más atractivas en una región que promediaba un crecimiento del 1,9 por ciento ese año. Mientras tanto, los programas de redistribución de ingresos le ayudaron al boliviano promedio a tener una parte de este botín: el PIB per capita creció más de tres veces durante el gobierno de Morales, llegando a un récord de 3.393 dólares en 2017.
“Bolivia siempre ha sido un país muy rico en recursos naturales, pero cuando miramos nuestros bolsillos, no teníamos nada”, explicó el ex ministro de finanzas Luis Arce durante una conferencia. Morales “tradujo eso a beneficios para la gente”.
Viejos amigos, nuevos rivales
Por todo El Alto, los llamativos proyectos de obras públicas les recuerdan a los votantes esta prosperidad. La cara de Morales está estampada sobre las puertas de los teleféricos que cruzan la ciudad y la conectan con La Paz, un sistema de transporte inmensamente popular en esta muy congestionada área metropolitana. Su imagen se ve encima de canchas artificiales de fútbol y saluda desde vallas que anuncian arreglos de autopistas, como para recordarles a los votantes a quién agradecerle por esta generosidad.
A pesar de la bonanza, los signos de la vena cada vez más autoritaria de Morales está preocupando a los bolivianos. Estos signos incluyen su inquebrantable apoyo al régimen no tan democrático de Venezuela, incluso cuando su población se sume más y más profundo en una crisis humanitaria. Pero, más importantemente, los bolivianos se preocupan por las medidas que está implementando en el país, como llenar a la corte constitucional con los simpatizantes que luego invalidaron el referendo de 2016 sobre los límites temporales de su cargo, lo que generó un rechazo generalizado tanto en el exterior (incluyendo de la Organización de Estados Americanos) como en casa.
“Un período, dos, tres… Bueno, eso está bien”, dijo Ricardo Nogales, el decano de la UPEA. “¿Pero ahora? Parece que él cree que tiene el poder absoluto de hacer lo que sea”.
Morales también está reafirmando su control sobre sectores claves de la sociedad e imponiéndoles un trato duro a los opositores, incluso (o quizás especialmente) a aquellos que alguna vez fueron simpatizantes.
La expansión rápida de la exploración de gas, la producción de soya y la minería (incluso en parques nacionales) enfureció a ambientalistas y grupos indígenas. Morales dijo que sus críticas eran parte de un plan de Occidente para frenar el crecimiento de Bolivia y en 2013 su administración aprobó una ley que obliga a las ONG a seguir las políticas del gobierno si no quieren irse del país.
“No necesitamos ONG que usen movimientos sociales y ambientales para crear oposición y conspirar”, dijo ante algunos periodistas en 2015.
Las tensiones estallaron en agosto después de que el gobierno rompiera su promesa de evitar que un parque nacional, conocido como Tipnis, fuera partido en dos por una autopista. Activistas ambientales marcharon junto a grupos indígenas en La Paz y fueron recibidos con gases lacrimógenos.
Con el paso de 2017, los conflictos se multiplicaron. En diciembre, una elección para cargos judiciales, en la que todos los candidatos habían sido preaprobados por el gobierno, se convirtió en un referendo sobre Morales cuando la mayoría de los votantes depositó votos en blanco.
Antes de que se acabara el año, un nuevo código penal más restrictivo llevó a una gran variedad de bolivianos a las calles. Entre los afectados estaban los evangélicos, los periodistas, los sindicalistas y los doctores, quienes hicieron una huelga de 47 días que cerró hospitales durante las fiestas de fin de año y obligó a echar para atrás el código.
“Hay tres áreas que el gobierno ha intentado controlar: los medios, la justicia y las organizaciones sociales”, dijo Raúl Peñaranda, un analista político y periodista. “Lo ha hecho con éxito relativo, con la idea de permanecer en el poder”.
Enfrentados a esta creciente amenaza, un grupo transversal de activistas de los trabajadores, académicos, defensores de derechos humanos, organizaciones barriales y grupos religiosos han relanzado una organización política conocida por haber luchado contra la dictadura militar de la década de 1970 y de principios de la década de 1980. Los organizadores mantuvieron el nombre, CONADE, para enviar un mensaje, dijo Ricardo Calla, uno de los académicos involucrados.
“Esto ya no se trata de derecha o de izquierda”, dijo Calla. “Queremos recordarle a Bolivia que, una vez más, estamos en riesgo de perder nuestra democracia”.
Si no es Morales, ¿entonces quién?
El signo más claro de la insatisfacción creciente de El Alto con Morales ocurrió en 2014, en forma de una candidata de la oposición a las elecciones a la alcaldía que era joven, mujer y aymara. Soledad Chapetón se enfrentó al entonces alcalde, apoyado por el Movimiento Al Socialismo, o MAS, de Morales, en 2014, y ganó imponentemente con su mensaje anticorrupción y prodemocracia.
Aunque Morales fue reelegido como presidente ese año, los candidatos de la oposición se quedaron con 8 de las 10 alcaldías más importantes del país. Chapetón, la nieta de campesinos indígenas que fue criada en El Alto y que suele usar jeans apretados y tacones en vez de polleras, interiorizó el eslogan “El Alto con vuelo propio”.
“No es solo un hombre o una mujer quien tiene la capacidad de resolver nuestros problemas”, dijo Chapetón. “Hoy en Bolivia exigimos respeto por la democracia”.
En efecto, la confianza boliviana en la democracia sigue siendo más fuerte (está en 59 por ciento) que el promedio regional de 53 por ciento, según Latinobarómetro, una firma encuestadora. El apoyo a Morales, sin embargo, se está desvaneciendo. Tan solo el 30 por ciento de la población quería que se lanzara a un cuarto período, según una encuesta de Ipsos de 2017.
Silvia, la vendedora de amuletos y pociones del Mercado de las Brujas, dijo que los aymara desconfían de quienes se quedan en el poder demasiado tiempo. En los pueblos, el liderazgo pasa de familia en familia. El poder crea una sombra sobre quienes lo ejercen, permitiendo que se creen alianzas y compromisos impropios.
Silvia, al fondo, vende amuletos y pociones en el Mercado de las Brujas
Esta es la razón por la cual los simpatizantes de Morales lo están abandonando: no porque la economía se haya desplomado, o porque no haya logrado cumplir sus promesas, aunque hay descontento en varios sectores.
En cambio, así como su primera elección representó una victoria democrática importante (quizás la más significativa de la historia política moderna de Bolivia), su intento por conseguir un cuarto período ha terminado por significar la subversión de esos mismos principios.
A pesar de esto, Morales oficialmente lanzó en febrero su campaña por un cuarto período en 2019.
Hay una posibilidad de que lo consiga. Mientras que solo el 22 por ciento de la población dice que votaría por él de nuevo, eso es suficiente para que lidere la contienda, como lo demostró una encuesta publicada por Página Siete, un medio de La Paz. Esto se debe principalmente a que por ahora Morales no enfrenta ninguna oposición significativa.
El conjunto de candidatos rivales es desorganizado y débil y está compuesto por expresidentes (Carlos Mesa lideraba la encuesta más reciente, pero declaró que no se postularía), rivales tradicionales como Rubén Costas, el gobernador de Santa Cruz, y el centrista Samuel Doria Medina; y nuevos actores como Félix Patzi. Ninguno de ellos hasta ahora ha dado una visión que capture la imaginación popular.
Los partidos políticos tradicionales, incluyendo a la oposición tradicional, han perdido buena parte de su credibilidad, dijo Peñaranda, el analista. Él le apuesta a los movimientos comunitarios que están incitando marchas a lo largo del país, así como lo hicieron durante el período de desconcierto que precedió el ascenso de Morales.
“Hay muchas protestas, marchas que son casi espontáneas, autoorganizadas, muchas veces contradictorias, casi cada día”, dijo. “De entre esta efervescencia obtendremos un líder”.
No hay marcha atrás
Incluso ahora que la resistencia de base a Morales crece, es claro que la nueva Bolivia creada por su gobierno está prosperando. Apartándonos de la política, El Alto está prosperando y planeando su futuro.
La ciudad es vibrante y joven, siete de cada 10 habitantes tiene menos de 25 años. La Upea ahora tiene más de 40.000 estudiantes y envía a profesores al campo, ofreciéndoles a las comunidades indígenas las habilidades que necesitan tener y así evitando una migración disruptiva. También es la capital emprendedora del país, con 119.000 empresas, 93 por ciento de ellas pequeñas y medianas, dijo Roberto Alba Monterey, director de una red de desarrollo empresarial de El Alto.
El Alto se ha convertido en una suerte de puerto seco, el enlace entre las vastas planicies indígenas y La Paz, enclavada en un cañón más abajo, dijo Alba. Sin hablar de política por un momento, prefirió discutir lo que considera es el futuro de El Alto: su clima de negocios. “Ahora tenemos nuestra propia agenda, nuestras propias necesidades”, dijo, listando entre ellas un mayor diálogo entre los sectores público y privado e inversión en infraestructura.
Este es un clima fértil para el arquitecto Mamani, quien sigue construyéndose un futuro, una construcción en Technicolor a la vez.
Nos encontramos en el sitio de una obra y hablamos por encima del ruido de sierras y de un pequeño radio con pop en español. Mientras que obreros cubiertos de yeso miraban, Mamani puso un lápiz sobre una columna blanca y esbozó, allí mismo, los detalles que quería añadir. El dueño, aymara como Mamani y los trabajadores, observaba y asentía.
A su debido tiempo, cuando su reputación y sus ingresos crezcan, quiere construir un museo en El Alto para compartir su visión de una arquitectura singularmente boliviana y quiere llevar su trabajo al exterior. Pero es paciente.
“Todas las revoluciones toman tiempo”, dijo.
Es cierto, pensé. La revolución de Bolivia apenas está comenzando.
Fotos: by Noah Friedman Rudovsky