Este artículo fue adaptado de la edición impresa de AQ sobre las políticas del agua en América Latina | Read in English
CIUDAD DE MÉXICO — Distribuir agua en Iztapalapa durante los últimos 13 años ha puesto a Jesús Martínez en el lado equivocado de un arma más de una vez.
A veces, cuando las llaves se secan en este complicado barrio que está en el corazón de la crisis del agua de la Ciudad de México, los residentes desesperados —o los ladrones en potencia— desvían los camiones cisterna a punta de pistola para satisfacer sus necesidades.
“Es básicamente un secuestro”, dijo Martínez a AQ.
Otros explotan ilegalmente pozos en las afueras de la ciudad y llenan ellos mismos los camiones cisterna no regulados. El agua robada de dudosa calidad puede servir a los barrios necesitados o venderse a un precio muy alto para satisfacer la demanda, especialmente durante una sequía o cuando el sistema de la ciudad está en reparación.
Aún bajo circunstancias normales, el servicio de agua en Iztapalapa es un tema polémico. Casi el 15% de los 1.9 millones de habitantes del municipio afirman que carecen de acceso regular al agua corriente. En la ciudad en su totalidad, la cifra se sitúa en torno al 10%. En la unidad habitacional Germanio, donde Martínez fue recientemente enviado para una entrega, los residentes se quejaron de que les habían cortado el agua durante meses y meses.
Parte del problema es la geografía. El agua entra a la Ciudad de México por el oeste y pierde presión a medida que se abre paso a través de la zona este del municipio. El suelo blando y movedizo hace que las tuberías sean propensas a romperse y difíciles de mantener. El crecimiento caótico, especialmente en forma de comunidades irregulares y aisladas, ha empeorado las cosas. El área metropolitana de más de 21 millones de personas ha crecido alrededor de 100 millas cuadradas desde 2010.
“Tener esta presión sobre el sistema de agua pone en riesgo la vida de las personas”, explicó a AQ Jorge Arriaga Medina, director ejecutivo de la red de investigación sobre el agua de la Universidad Nacional Autónoma de México. “Y las comunidades de bajos ingresos son las más vulnerables.”
De hecho, en toda América Latina y el mundo en desarrollo, son los pobres quienes pagan el precio más alto por la escasez y mala gestión del agua. Las familias de bajos ingresos, especialmente las rurales, son las que menos probabilidades tienen de tener acceso regular a los sistemas públicos de abastecimiento de agua, lo que significa que a veces pagan entre 10 y 20 veces más por el agua en términos absolutos que sus contrapartes adineradas, de acuerdo con las Naciones Unidas.
El gobierno ofrece algo de alivio, pero no lo suficiente como para cubrir todas las necesidades de los pobladores.
El agua que llega a las comunidades pobres a menudo no es tratada o es de baja calidad, lo que provoca problemas de salud que hacen que la pobreza sea mucho más difícil de superar. En toda la región, las enfermedades transmitidas por el agua afectan a miles de personas cada año. En México, el agua contaminada es la principal causa de muerte entre los niños de uno a cinco años de edad.
El servicio público de camiones cisterna que provee a muchos residentes de Iztapalapa con agua para ducharse, lavar los platos y preparar la comida se ofrece sin costo alguno. Pero las familias que dependen de él conservan y reutilizan mucho más de lo que les corresponde. Mientras que los barrios ricos de la Ciudad de México consumen entre 800 y 1,000 litros de agua por persona por día, los barrios pobres utilizan sólo 28 litros, según un informe de la Comisión de Derechos Humanos de la ciudad.
A pesar de que las comunidades pobres conservan lo poco que tienen, el acuífero que provee a la Ciudad de México con más de la mitad de su agua está siendo utilizado el doble de rápido de lo que está siendo reabastecido. Al ritmo actual, los expertos dicen que podría durar unos 40 años.
Pero el drama del agua en la ciudad ya ha comenzado.
Tuberías improvisadas
Los paquetes de cables negros que cruzan las calles de Tierra Colorada se parecen al cableado eléctrico y de televisión que se ve en gran parte de la Ciudad de México, hasta que se oye el goteo de agua dentro.
Tierra Colorada, una comunidad de casas en su mayoría informales que se aferran al lado del volcán Ajusco, es el hogar de uno de los desafíos de política pública más complejos de la Ciudad de México —y de un tipo diferente de uso irregular del agua.
Pocas, si es que hay alguna, de las 2,000 familias que viven aquí tienen acceso al sistema público, y gran parte del vecindario es inaccesible para los camiones cisterna. Los gobiernos anteriores comenzaron a construir infraestructura para proporcionar agua corriente hace aproximadamente una década, pero los residentes dicen que nunca han visto una gota. (Eso no ha impedido que algunos hayan recibido facturas por el servicio).
Tubería improvisada, colgada sobre las calles de Tierra Colorada.
En cambio, los residentes de Tierra Colorada dependen de un sistema de tuberías autoinstaladas para extraer agua de pozos improvisados excavados a una milla o más de la montaña. Los grupos organizados contribuyen con dinero y mano de obra para mantener los pozos, tuberías, cisternas y llaves que proveen a sus hogares con lo suficiente para sobrevivir.
“Tenemos que tener cuidado con lo poco que sale”, le dijo la vecina Alicia Cruz a AQ. “En la estación de secas, uso la misma agua dos o tres veces para lavar la ropa, y luego la vuelvo a usar para el baño”.
Ajusco significa “donde florece el agua” en náhuatl. Pero los cambios en los patrones climáticos han hecho incluso más difícil el contrabando. Subiendo la montaña para limpiar el pozo de su grupo una mañana reciente, Angelo Guzmán señaló barrancas secas que en años normales se habrían desbordado de agua. El pozo en sí era poco más que un charco de barro alrededor de sus botas.
“Si no llueve este mes, no tendremos suerte”, dijo Guzmán. “Tendremos que ir a coquetear con el alcalde”.
Respuesta de emergencia
De los 311 litros por persona que entran en el sistema de agua de la Ciudad de México en un día cualquiera, alrededor de 134 desaparecen —perdidos por fugas, robos o tomas de agua no reguladas. Las autoridades dicen que sería muy útil si pudieran reducir la cantidad de agua que se está perdiendo para disminuir el estrés hídrico diario.
Las administraciones anteriores han invertido dinero en nuevas infraestructuras, pero no han invertido lo suficiente en tecnología para ayudarles a comprender el sistema y a encontrar y reparar rápidamente las fugas, argumentó Arriaga.
Hay esperanza de que esto pueda cambiar con Claudia Sheinbaum, una científica ambiental que se convirtió en jefa de gobierno el año pasado. Ella y la directora de Sacmex, la autoridad del agua de la ciudad, dicen que mejorar el monitoreo en tiempo real del sistema es una prioridad absoluta. Este año, el presupuesto de Sacmex es de 6 mil millones de pesos (300 millones de dólares), el doble de lo que era en 2018.
La nueva administración también está trabajando con una organización no gubernamental local en planes para instalar 10,000 unidades de captación de agua de lluvia en Iztapalapa y en otros lugares para finales de este año.
Pero mientras tanto, el servicio sigue fallando. En septiembre, el gobierno redujo la presión del agua en gran parte de la ciudad debido a la falta de lluvias, lo que hizo que el robo —y encontrar agua— fuera un problema grave.
“Nadie se va a oponer a la idea del agua como un derecho humano”, dijo Arriaga. “Pero hacer eso realidad es otra cosa.”
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Russell es editor senior y corresponsal de AQ en la Ciudad de México.
Fotos por Alicia Vera