Patricia de Ceballos podría haber hervido de la rabia después de que su esposo, Daniel Ceballos, el alcalde de la ciudad venezolana de San Cristóbal, fue encarcelado tras una protesta nacional en 2014. Pero decidió no ser, dijo a AQ, “la esposa del prisionero que se queda en la casa y sólo lucha contra el gobierno con palabras”. Así que esta madre de tres, que entonces tenía 30 años, decidió lanzarse al cargo del que habían despojado a su esposo. Su victoria dos meses más tarde la transformó virtualmente de la noche a la mañana en un símbolo nacional de resistencia.
Su nueva carrera comenzó con una conversación sigilosa en la cárcel de máxima seguridad de Ramo Verde, donde su esposo fue recluido junto a Leopoldo López, otro líder de la oposición, después de que las protestas contra el presidente Nicolás Maduro dejaran 43 muertos. El gobierno había acusado a Ceballos de incitar a la violencia por dejar basura en las calles para que los protestantes utilizaran en sus barricadas.
Como su liberación inmediata era muy poco probable, la pareja acordó que Patricia tendría un impacto más grande si tomaba el rol que Daniel fue forzado a abandonar. “Nunca antes había pensando en involucrarme tan de lleno”, de Ceballos, ahora con 33 años, le dijo a AQ.
Inspirados por su mensaje en pro de la libertad, los votantes de la ciudad de un millón de habitantes cerca de la frontera con Colombia, la premiaron con una victoria del 73,62 por ciento, 6 por ciento más de lo que había conseguido su esposo. Apoyar a de Ceballos se había convertido en una manera de desafiar al gobierno y ella, como Lilian Tintori y otras esposas de figuras políticas encarceladas, también se había convertido en una vocera de la indignación de la oposición. “A mí no sólo me duele que mi esposo esté preso, me duele que toda Venezuela esté presa” dijo la alcaldesa en una protesta de 2015.
Ya en su cargo, de Ceballos inmediatamente enlazó su imagen pública a la causa política de su esposo, se tatuó la palabra “libertad” con la caligrafía de Daniel en su brazo y se cortó el pelo para mostrar solidaridad cuando unos funcionarios le raparon la cabeza a su esposo en la cárcel mientras él estaba en huelga de hambre.
Pero su rol de administrar la ciudad requería de mucho más que simbolismo. Su vida se convirtió en una ajetreada lucha por balancear sus responsabilidades como madre y como alcaldesa. Tuvo que tomar un curso relámpago en administración pública para implementar las políticas públicas por las que abogaba su esposo, un esfuerzo que se vio complicado por restricciones al presupuesto impuestas a las alcaldías de oposición. “Lo que el gobierno nacional nos da ni siquiera cubre un tercio de la nómina” dijo de Ceballos, quien usa el plural a propósito cuando habla de su cargo y menciona a su esposo en todas las conferencias de prensa.
A pesar de las restricciones, de Ceballos ha logrado progresar en algunos de los problemas que su esposo no pudo resolver en su período de 77 días, como en mejorar los servicios higiénicos de la ciudad. Aunque de Ceballos ha admitido que no ha logrado tanto como hubiera deseado, sí cree que su tiempo en el cargo ilustra que “trabajando con la buena voluntad de servir, con honestidad y transparencia, se puede innovar y progresar”.
A pesar de que su esposo fue transferido a un arresto domiciliario en Caracas en agosto de 2015 para esperar otro juicio, su reciente nuevo arresto, apenas unos días antes de las marchas contra el gobierno del 1 de septiembre, sembró más dudas sobre la lucha de su familia por la justicia. Mientras que de Ceballos contempla servir el resto de su período de cuatro años bajo estas difíciles circunstancias, ella sigue comprometida a ser una voz intrépida de sus desesperados compatriotas. “Ahora mismo (Venezuela) necesita gente que haga cosas sin resentimiento o sin el propósito de dividir”, dijo entre lágrimas. “Quiero estar de ese lado de la historia”.
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Krygier es una pasante editorial en AQ