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Este artículo apoya la campaña del Instinto de Vida (Instinct for Life), un esfuerzo de más de 20 grupos de la sociedad civil y organizaciones internacionales para reducir el homicidio en siete países de Latinoamérica al 50 por ciento en 10 años. Empezando en abril de 2017, la campaña promoverá una reducción anual del 7.5 por ciento en la tasa de homicidio de Brasil, Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras, México y Venezuela, lo que evitaría la pérdida de 364,0000 vidas.
Enfocarse en ciudades, comunidades—incluso calles—donde la criminalidad es recurrente no sólo desplaza a la violencia. Un reporte especial del Instituto Igarapé.
En Bogotá, sólo el 1.2 por ciento de las calles concentra el 99 por ciento de los homicidios del país. En Medellín, el 40 por ciento de los crímenes por semana ocurren en solamente 10 horas.
Quizás más que en ninguna otra parte del mundo, los homicidios en Latinoamérica se concentran en zonas y horarios específicos. Para los políticos que buscan reducir los exorbitantes niveles de crimen violento en la región, esto representa una gran oportunidad.
Con sólo el ocho por ciento de la población mundial, Latinoamérica concentra el 33 por ciento de los homicidios a nivel global, y se ve desproporcionalmente afectada por otros delitos, como los asaltos, los robos y los crímenes contra la propiedad. La mayoría ocurren en un número de escenarios urbanos que se puede contar con las manos. En respuesta, las estrategias de prevención que se focalizan en lugares, personas y horas con actividad criminal recurrente han tenido un éxito notable en la región.
Innovaciones en estrategias policiales y sociales son vitales para la prevención de homicidios. Muchos métodos, incluyendo aquellos de proximidad, comunidad, y de orientación a problemas específicos (POP), han ayudado a reducir las tasas de homicidios hasta entre un 70 y un 90 por ciento en las últimas dos décadas en ciudades donde la criminalidad era especialmente notable, como Medellín, San Pedro Sula, y São Paulo.
A pesar de que estos ejemplos ofrecen un vistazo de lo que es posible, las historias de éxito aún son escasas. Estrategias policiales y de prevención que se enfocan en sitios, personas, o comportamientos de conflicto, necesitan ser urgentemente replicadas.
Hay varias maneras en las que esto se puede hacer una vez de que se identifican las razones por las cuales la criminalidad se concentra. Como es de esperar, las condiciones sociales juegan una parte importante en la determinación de dónde ocurren los crímenes. Si los lazos sociales dentro de una comunidad son muy débiles como para influenciar cómo se comportan las personas, la criminalidad, en especial entre los jóvenes, es muy probable. Igualmente, donde hay pocas oportunidades y altos niveles de desigualdad y desempleo juvenil, el crimen violento es más comAdicionalmente, entes, el crimen violento se vuelve m de desventaja y desigualdad altos y niveles altos de desempleo juvenil y tún.
Adicionalmente, la manera en que un vecindario está geográficamente puede potenciar o reducir el riesgo de criminalidad. El crimen se da, en gran medida, en función de la rutina de los ciudadanos. Posibles perpetradores suelen considerar los riesgos y los beneficios de cometer un crimen específico, y ello varía de un lugar a otro. Delincuentes potenciales tienden a cometer crímenes más cerca de sus hogares y en áreas que les son familiares.
El crimen también se concentra por razones menos esperadas. En términos absolutos, uno de cada cuatro homicidios en el mundo ocurren solamente en cuatro países—Brasil, Colombia, México y Venezuela—. Dentro de Latinoamérica, el triángulo del norte de Centroamérica—Guatemala, Honduras y El Salvador—consistentemente registra algunas de las tasas de homicidio más altas del mundo. Pero, si se mira más de cerca, esta distribución no es del todo uniforme.
Por ejemplo, en El Salvador, las tasas de homicidio son mucho más altas en municipalidades en la región oeste del país que en el este. Cuando se observan las municipalidades, este esquema de concentración criminal continúa. Igualmente, en los estados brasileños de São Paulo, Paraná y Paraíba, las ciudades del interior y las zonas periféricas son las más vulnerables al homicidio. La mayoría de los países y estados siguen patrones similares.
El grado en el que el homicidio se concentra geográficamente también varía dentro de cada ciudad, e incluso dentro de cada comunidad. En Ciudad de México, por ejemplo, cuatro municipalidades registran más de un cuarto de todos los crímenes. En Caracas, por su parte, solamente tres municipalidades concentran más del 50 por ciento de los homicidios. Un estudio reciente de cinco países latinoamericanos encontró que el 50 por ciento del crimen ocurría entre tan sólo el 3 y el 8 por ciento de las calles.
Factores temporales—el momento del día, el día de la semana y el período del mes—también están intrínsecamente relacionados con la incidencia de los homicidios violentos. En ciudades brasileras como Ilhéus y São Paulo, la violencia letal es más común cuando la gente tiene tiempo libre—durante las vacaciones, en las tardes y los fines de semana. Los crímenes son más comunes los sábados tarde en la noche y los domingos temprano en la mañana, cuando la gente se junta para salir de bares y clubes.
Finalmente, el perfil de la gente más afectada por la violencia también varía de lugar en lugar. Mientras hombres de bajos recursos y no blancos son los que más en riesgo están de ser víctimas en toda la región, dentro de ese grupo hay subgrupos con diferentes niveles de riesgo. En Ciudad de México, por ejemplo, la desigualdad económica y las familias desintegradas juegan un papel importante, mientras que, en Monterrey, el desempleo y la presencia de colegios es especialmente saliente. En Ciudad Juárez, ser inmigrante de más de 15 años viviendo cerca de hogares abandonados y en lugares con acceso limitado al agua, son factores fuertemente relacionados con altas tasas de criminalidad.
Todo esto sugiere que mayor investigación sobre cómo la violencia se concentra en las ciudades latinoamericanas contribuiría a que los recursos policiales y de seguridad social sean destinados efectivamente. Programas policiales que lidian con sitios y personas específicas ya muestran clara evidencia de éxito, y no necesariamente sólo desplazan al crimen a otros lugaros sino que, de hecho, lo eliminan en términos absolutos. Entender cómo los países son afectados por la violencia—de región en región, ciudad en ciudad, y calle en calle—ayudaría a los políticos a reducirla.
Las implicancias de los estudios que se han hecho son cada vez más claras. Estudios de organizaciones como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Latinoamericano de Desarrollo, y la Organización de Estados Americanos, muestran que, cuando iniciativas de crimen preventivo combinan este tipo de estrategias policiales con programas socioeconómicos, la violencia letal se reduce. La experiencia de Colombia con el Plan Cuadrantes es un buen ejemplo. Experimentos similares en Belo Horizonte, Recife, Rio de Janeiro, São Paulo y Santiago de Chile proporcionan más soporte.
Otro aspecto importante para reducir el homicidio es invertir en restaurar las relaciones de las comunidades más vulnerables con la policía. Las zonas que viven las más altas tasas de homicidios son típicamente comunidades donde hay un muy bajo nivel de confianza en la policía. Estrategias policiales orientadas a problemas específicos son prácticas para lidiar con los mecanismos que causan el crimen y pueden construir las bases requeridas para mejorar las relaciones entre las comunidades y la policía. La adopción de principios POP ha sido efectiva en lidiar con problemas complejos de bandas y crimen organizado al igual que con el homicidio doméstico.
Los políticos también deberían reconocer las oportunidades que resultan de la intervención temprana. Investigaciones alrededor de toda la región muestran convincentemente que la edad y la educación son factores claves en el moldeamiento de la tendencia al crimen violento, y que políticas públicas de ingreso garantizado pueden jugar un papel importante en reducir el riesgo de incidencia en la delincuencia. Intervenciones que se enfocan en apoyar el desarrollo positivo de los niños, habilidades paternales, empleo de jóvenes (incluyendo aquellos que hayan cometido crímenes o que presenten alta vulnerabilidad a la delincuencia), programas de orientación, y de participación en programas sociales (particularmente para adolescentes) son estrategias de bajo costo, efectivas, y con alto impacto positivo.
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Robert Muggah es co-fundador y director de investigaciones del Instituto Igarapé y de la Fundación SecDev, donde Katherine Aguirre es investigadora. Spencer Chainey es el principal asociado de investigación en el Jill Dando Institute of Security and Crime Science del University College of London.