Había sido un día particularmente violento en El Salvador cuando Maynor entró a un Mister Donut a las 7 p.m. en punto para una entrevista.
Cuando el país aparece en las noticias internacionales, suele ser a causa de las pandillas. En la mañana de ese miércoles de marzo un tiroteo en el centro de San Salvador acabó con seis personas muertas. Más tarde esa noche nueve personas más murieron en un enfrentamiento entre pandilleros y policías.
Para Maynor, como para la mayoría de salvadoreños, era un día como cualquier otro: sólo estaba intentando seguir adelante con su vida. Había pasado toda la noche en un hostal donde trabaja como conserje y encargado por 300 dólares al mes; ha trabajado desde que tenía 14 años. Su padre, un conductor de taxi sin licencia, y su madrastra se ocupan de cinco niños más pequeños y un bebé, así que necesitan su ayuda para pagar las cuentas. Después de su turno en el hostal fue a la escuela. Cuando entró a la zona de comidas de un centro comercial en Antiguo Cuscatlán, a las afueras de San Salvador, estaba cansado pero justo a tiempo.
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Viendo el menú, prefirió un tamal de pollo en vez de las donas y se puso a conversar mientras esperaba.
Entre la escuela, el trabajo y la iglesia evangélica a la que asiste los sábados y domingos, su tiempo libre es escaso. Pero el que tiene se lo dedica a su primer amor, el fútbol.
Cuando describe sus hazañas como el delantero estrella del equipo de su escuela, su actitud reservada desaparece y es reemplazada por una sonrisa brillante. También comenzó un equipo con sus amigos de la iglesia. La camiseta de fútbol de un rojo brillante que lleva puesta, una copia del equipo italiano Roma, le costó 14 dólares pero valió la pena: en la espalda, en letras nítidas blancas, se lee su nombre.
Se sentó con su comida y un jugo de naranja en sus manos.
“No le caigo bien a algunos chicos, dicen que soy muy serio”, dijo, sin darle importancia.
“Simplemente soy callado. No me meto con nadie. A duras penas salgo”.
Maynor no es un pandillero, pero creció teniéndolos de vecinos y de compañeros de escuela. Ser discreto, mantenerse alerta y evitar salidas innecesarias es todo parte de un cálculo cuidadoso para alejarse de los problemas.
Hasta ahora, Maynor ha logrado evitar cruzarse con las pandillas. El año pasado corrió el rumor de que la pandilla que controlaba la escuela iba a deshacerse de todos los estudiantes que vivieran en territorio enemigo. Maynor inmediatamente cambió de escuela. Historias como esta se esparcen de boca en boca, aumentando los miedos de la población. Una vez se dijo que las pandillas habían prohibido que las mujeres tuvieran pelo rubio o rojo. ¿Quién sabe de dónde salió esto? Según Maynor, cientos de mujeres se tiñeron el pelo castaño de todas maneras.
Las pandillas no son su único problema. Comunidades como la suya vienen con un estigma. Maynor toma precauciones. La dirección en su documento de identidad es la de la exnovia de su padre, aunque Maynor ha vivido en la misma casa toda su vida. Cuando un miembro de la Mara Salvatrucha fue asesinado en su calle, su padre lo acompañó hasta la casa, pasando a los oficiales de policía que estaban reuniendo a hombres de su edad para interrogarlos.
Si insistes, Maynor da una descripción de una palabra del lugar en el que vive (“peligroso”) y cambia de tema. Este centro comercial está afuera de su barrio, pero hay ciertos temas que preferiría no tocar.
Con el paso de las semanas, Maynor se relaja, empieza a hablar más, pero la conversación sigue yendo hacia puntos sin salida. Hablar sobre las pandillas es riesgoso. Hablar sobre la escuela lo hace cohibirse. Maynor tiene 19 años, pero todavía está en noveno grado. Cuando sus padres se divorciaron, dejó la escuela por cuatro años para ayudar a su madre. Ahora es el más alto de sus compañeros, que tienen 15 años, y sobresale por sus modales formales y su preferencia por las camisetas con cuello.
Su futuro es incierto: sugiere que le gustaría convertirse en diseñador gráfico, o quizás en un mecánico de automóviles.
“No sé si voy a seguir estudiando el próximo año”, dijo casualmente.
Al menos por ahora sigue en la escuela y en su equipo de fútbol. El año pasado, cuando era nuevo, perdían de mala manera y terminaron últimos. Ahora es el capitán del equipo y se le pidió que leyera el juramento que los atletas recitan al comienzo del campeonato. Mostrando su sonrisa brillante, dijo que usará su camiseta de la Roma.
“La profesora ni siquiera me preguntó, sólo me dijo que yo sería el encargado”, expresó. “Soy el mejor”.
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Guzmán es una periodista que vive en El Salvador
Deportes
Para los jóvenes salvadoreños como Maynor, los deportes proveen un espacio protegido de la violencia y la inseguridad económica con la que tienen que lidiar regularmente. Pero sólo cerca del 10 por ciento de las escuelas públicas del país tienen a instructores deportivos en sus nóminas, e incluso menos tienen acceso a espacios adecuados para educación física. Durante los últimos 30 años organizaciones sin fines de lucro han comenzado a ofrecer programas de educación física gratuitos o de bajo costo para jóvenes fuera de los horarios escolares. Nuestra organización, por ejemplo, atiende a más de 40.000 niños anualmente a través de sus varios programas. Muchos de estos jóvenes luego consiguen becas deportivas en universidades nacionales o internacionales; algunos incluso pueden llegar a tener la oportunidad de tener carreras deportivas profesionales. Pero para todos ellos el deporte les ofrece un medio para aprender sobre el trabajo en equipo, para retarse y para aumentar su autoestima.
—Armando Nuila, director comercial de FESA (Federación Educando un Salvadoreño)
Violencia y Educación
En El Salvador, la violencia y la falta de seguridad siguen siendo algunos de los mayores obstáculos para que los jóvenes tengan acceso a educación y empleo. El país tiene una de las tasas de homicidio más altas del mundo: 80,94 por cada 100.000 habitantes en 2016. Jóvenes de comunidades de alto riesgo son estigmatizados, lo que hace aún más difícil encontrar y mantener un trabajo. Pero hay ciertas maneras en las que los empleadores, los gobiernos y la sociedad civil puede ayudar a personas como Maynor a ser exitosos: los programas de desarrollo juvenil y de entrenamiento crean habilidades para la vida para crear perseverancia y carácter al enfrentar la adversidad; los programas de entrenamiento vocacional apoyan las transiciones de la escuela al trabajo; asociándose y educando al sector privado reduce las barreras de entrada para los jóvenes con mayor riesgo. Todo lo anterior ha resultado efectivo y debería ser profundizado.
—Celina de Sola, cofundadora y vicepresidente de programas, Glasswing International
Empleo del Sector Informal
Las dudas de Maynor son muy familiares para los jóvenes de América Latina: ¿conseguir el diploma y una oportunidad de obtener un trabajo bien remunerado, o desertar para ayudar a tu familia? Para la mayoría de los jóvenes vulnerables, la presión económica para ganar dinero en vez de aprender es simplemente demasiado fuerte. Hay una gran necesidad de programas de desarrollo de habilidades que rompan con esta dicotomía. Los programas de entrenamiento laboral y de equivalencia de diplomas deben ser dinámicos y lo suficientemente flexibles para llegar a los jóvenes antes de que queden atrapados en empleos informales poco remunerados. Más del 50 por ciento de la juventud salvadoreña está actualmente atrapada ahí. Además de sueldos bajos y de tasas más altas de pobreza, esto implica menos acceso a beneficios sociales, servicios bancarios y préstamos, e incluso a ciertas protecciones legales como contratos vinculantes. Graduarse u obtener el entrenamiento en habilidades apropiado a esta edad fundamental es esencial, tanto para los jóvenes, como para el crecimiento de la economía.
—Caleb Shreve, director ejecutivo de la Global Fairness Initiative.