Hoy en día las palabras “nueva relación” se dispersan por Washington con más facilidad que el viento. Después del triunfo y las celebraciones, la fuerza de cambio que el presidente Barack Obama proyectó en su campaña, ha comenzado a ponerse a prueba minuto a minuto, y América Latina no está exenta de este escenario.
Hay optimismo, de eso no existen dudas. Sobre todo después de las designaciones de Dan Restrepo en el Consejo de Seguridad y de la posible nominación de Arturo Valenzuela como Secretario Adjunto para la región. Dos hombres que representan un nuevo aire; que no ven a América Latina a partir de las relaciones con Cuba y que pueden dar un renovado impulso a la maltrecha imagen de Washington en el hemisferio sur.
Las esperanzas también hablan de un nuevo estilo de diálogo, que cambie la verticalidad que se ha dado en el intercambio entre Washington y el resto del hemisferio. Una actitud que sería reemplazada por un presidente Obama con oídos abiertos, dispuesto e interesado a escuchar las opiniones de sus homólogos en la región.
Un panorama al que sin duda, el presidente Lula quiere sacar máximo partido, como lo demostró en su visita a la capital del país donde no vaciló en hablar sobre los “absurdos” impuestos al etanol brasileño y los peligros del vicio del proteccionismo.
Las señales por parte de Estados Unidos parecen ir en esta misma línea. Durante la reciente visita de la secretaria de estado Hillary Clinton a México, el mensaje en un tema tan delicado como inmigración fue claro. “La reforma inmigratoria es una alta prioridad para la administración Obama,” dijo la Secretaria.
Un mensaje que probablemente sea reforzado cuando el presidente de Estados Unidos sea quien cruce la frontera, el próximo 16 de abril.
Sin embargo, las designaciones y los mensajes positivos van de la mano con el contexto internacional, los apremios naturales de la política doméstica de Estados Unidos y sobre todo con las percepciones que entrega el público estadounidense.
Y qué es la confianza, cuando hoy existe un claro aumento de las personas sin hogar en las calles del país. De hecho, ayer conté cuánta gente me pidió dinero desde que salí de mi casa hasta que llegué a mi oficina: cinco. Tres personas más que mi cifra habitual.
Sumados a las 600 mil familias que estaban sin casa durante el año 2007, este año se espera que se anexen cientos o miles más, a pesar de los 1,5 mil millones de dólares que se incluyeron en el paquete de estímulo económico destinado a prevenir la pérdida de viviendas, pago de rentas y depósitos de seguridad.
Entonces, cuando se habla de vientos de cambio y de una nueva relación con América Latina, es importante primero centrarse en lo que realmente se puede lograr con las condiciones actuales de la economía, el pánico emergente del país y la necesidad de implementar medidas rápidas y efectivas para tranquilizar el ambiente.
Un realidad que varios analistas en Washington ven con certeza. De hecho el reporte lanzado a mediados de marzo por el Inter-American Dialogue indicó que no se “debe hablar de una nueva relación”, sino de los desafíos y áreas en las que se pueden concretar avances entre Estados Unidos y América Latina.
Curiosamente fue el mismo Peter Hakim, quien habló en 2006 de un distanciamiento profundo en las relaciones entre Washington y el resto del continente; un quiebre que definió como divorcio, en una interesante entrevista que sostuvimos en su oficina cerca de Dupont Circle.
Un divorcio que para muchos sigue vigente y que sólo puede basarse en mejores marcos de diálogo, pero no en modificaciones a su esencia. La retórica entre Estados Unidos y el resto de la región debe estar menos adornada y ser más concreta. Dejar atrás las frases de buena crianza e ilusiones vanas y enfocarse en lo que sí se puede hacer en sectores específicos.