Es todo un reto relatar a la Argentina sin parecer que uno se alineó con una tendencia política militante u opositora, ambas campeantes en un mundo blanco y negro que se apoderó de este país hace cerca de dos años. En 2010 también yo trasegaba por estas calles y lo que vi, con variados matices, fue un país conmovido hasta la médula por la muerte de Néstor Kirchner (expresidente y exsecretario general de la Unasur), celebrante de los renovados juicios a los dictadores de los 1970s, crítico ya de ciertas políticas económicas que el gobierno kirchnerista consideraba dignas (cancelación de la deuda ante el FMI , la renegociación con el Club de París) y algunos analistas peligrosas; preocupado también por la concentración de poder de la pareja presidencial que hasta este deceso, supuestamente planeaba alternarse la Casa Rosada por décadas.
Pero aún con todos esos puntos de vista, legítimos en una democracia, el debate era respetuoso y las voces en los medios eran más plurales. La polarización se exacerbó en estos dos años en modo y forma complejos, a tal punto que los interlocutores se han convertido en enemigos y los discursos están llenos de odio.
Cómo reconocerle a ambos lados sus razones sin parecer tibio, cómo hacer críticas sin ser satanizado, sin perder amigos o entrar en discusiones sin fin. Cómo analizar el papel de los medios que dejaron de estar del lado del gobierno y se fueron a la otra orilla a pelear una batalla económica y política, en la que los grandes perdedores son los lectores y por supuesto los periodistas que no tienen idea qué va a pasar con sus puestos de trabajo luego del mentado 7D (7 de diciembre, plazo para que el grupo Clarín haga efectivo el artículo 161 de la Ley de Medios que lo obliga a desprenderse de las licencias que exceden los límites fijado por la ley.
Esto es en la práctica, que esas licencias entran a concurso público para que otros sean los dueños y así evitar la concentración de poder.) Para ambos sectores, los medios opositores y el gobierno y los medios oficialistas, lo que pase o no pase el 7D es una afrenta a la libertad de expresión.
Y es que precisamente las fechas, acompañadas de marchas y protestas, se han vuelto la batalla campal de estas dos visiones de país: el 13S (13 de septiembre) y el 8N (8 de noviembre) se cumplieron dos masivos cacerolazos en el que la clase media y alta, -en una reminiscencia de las protestas en las que se golpeaban cacerolas antes del corralito del 2001-, se tomaron las calles para quejarse de todo: de la imposibilidad de comprar dólares cuyo valor en el mercado negro puede alcanzar los AR$8 por dólar mientras el cambio oficial es de AR$4.7; de la inseguridad, de la inflación manipulada por las cifras del INDEC, de la mala condición de los trenes, de la escasa independencia del poder judicial, de la chequera populista del Estado, de la posible segunda reelección de Cristina Kirchner.
Algunos cargaban pancartas con términos desobligantes: “Fuera Cristina”, “Andate Yegüa”, “Abajo la dictadura de Argenzuela”. Términos que tienen una cargada connotación si se tiene en cuenta que este país vivió una de las dictaduras más cruentas en América Latina.
Y al otro lado el oficialismo que considera las demandas una expresión del “corporativismo mediático” que no se agrupa alrededor de una idea coherente y que no reconoce que tiene detrás una “mano negra política” como el macrismo (de Mauricio Macri, intendente de Buenos Aires, gran opositor de los Kirchner y cuyo modelo es de derecha.)
El gobierno realizó actos masivos el 27 de octubre por el aniversario de la muerte de Néstor Kirchner en los que evitó contestar a los cacerolazos, pero planea una movilización nacional el 10D (10 de diciembre) para defender el modelo. Para el kirchnerismo las quejas son de una clase pudiente que con el cepo al dólar no puede pasar sus próximas vacaciones en Miami y que no cree en la distribución de la riqueza. “Gorilas”, “garcas”, “antipatriotas”, son los calificativos de este lado.
Unos y otros tienen argumentos válidos para protestar, para simpatizar, para querer y en el peor de los casos, aunque no sea un sentimiento sano, para odiar. Y aquí se odia con las visceras. Eres K o anti K, no hay grises. Lo primero es ser peronista y lo segundo anti-peronista, no hay grises. Lo primero es estar contra el grupo Clarín y lo segundo es estar a su favor, no hay grises. Lo primero es respetar la democracia, y lo segundo casi querer que vuelva la dictadura. Pocos grises.
Pero lo grave es que unos y otros no se escuchan, solo se defienden desde sus trincheras y han hecho intrínseco cada uno de los discursos por el que están dispuestos a dejar hasta las vísceras en una charla de café. Yo no voto, yo no soy argentina, yo soy todo menos antidemocrática; soy simplemente periodista. Y aún así me cuesta poder describir este país sin que mis palabras se satanicen. Es por eso que es la primera vez que lo hago en cinco meses desde que regresé, espero que no sea la última.
*Jenny Manrique is a contributing blogger to AQ Online. She is a Colombian journalist and editor of Semana.com. Her Twitter account is @JennyManriqueC.