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Todos hemos leído los titulares: Petrobras, la empresa estatal de petróleos de Brasil, se ha convertido en los últimos años en un sinónimo de disfunción y corrupción, el epicentro del llamado escándalo de Lava Jato en el que por lo menos 5.000 millones de dólares fueron hurtados de las arcas públicas.
Así que, ¿cómo fue que Brasil recientemente logró sobrepasar tanto a Venezuela como a México para convertirse en el principal productor de petróleo de América Latina y el décimo productor más grande del mundo?
La respuesta está en las victorias que ha acumulado la compañía desde finales de los 90, los recientes problemas de los competidores regionales de Petrobras, un giro dramático en la dirección de la compañía durante el último año y quizás algo de suerte. En resumen: parece que el Partido de los Trabajadores (PT) no acabó por completo con la compañía, después de todo.
Una historia de altibajos
La volátil historia de Petrobras se remonta a 1953, cuando la compañía fue fundada por Getúlio Vargas, el entonces presidente de Brasil. Esto sucedió después de que las compañías petroleras estatales de Argentina, Bolivia y México hubieran sido fundadas y durante un boom económico tras la Segunda Guerra Mundial que creó un incremento significativo en la demanda global del petróleo. Durante las siguientes cuatro décadas, la constitución brasileña les prohibió a las compañías petroleras extranjeras operar en el país, lo que le otorgó a Petrobras un monopolio.
En 1997, el presidente Fernando Henrique Cardoso (1995-2003) logró conseguir suficientes votos en el Congreso para cambiar eso. En ese momento, Brasil producía un millón de barriles de petróleo al día (en comparación con los tres millones de México y los 3,5 millones de Venezuela), pero de todas maneras necesitaba importar petróleo para suplir la demanda local. Cardoso argumentó que abrir el sector no sólo haría que Brasil fuera energéticamente autosuficiente, sino que además, eventualmente, la apertura transformaría al país en un gigante de la energía.
El plan de Cardoso funcionó. El capital extranjero llegó, la inversión en exploraciones aumentó y las compañías multinacionales petroleras esparcieron la tecnología y el conocimiento necesario para ubicar y extraer de reservas submarinas complicadas. En 2006, durante el gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010), del PT, Petrobras y sus nuevos socios BG y Galp Energía anunciaron el descubrimiento de un gigantesco yacimiento marítimo en un área profunda ubicada debajo de una capa de sal en el fondo del Océano Atlántico.
Era el descubrimiento de petróleo más grande hecho en el Hemisferio Occidental en varias décadas. Se estimaba que la extensión completa del “yacimiento subsal” podría contener 50.000 millones de barriles, o un valor de 2,5 billones de dólares en precios actuales. Al anunciar el descubrimiento, Lula declaró que “Dios es brasileño”, reflejando la euforia de una emocionante década para Brasil.
Aún faltaban varios años para que el petróleo fuera extraído, pero la dirigencia brasileña inmediatamente comenzó a hacer planes de qué hacer con el dinero. La presidente de Petrobras Dilma Rousseff, quien luego sería presidente de Brasil entre 2011 y 2016, declaró que la riqueza subsal sería la clave para grandes programas educativos y sociales que sacarían a millones de la pobreza e impulsarían a Brasil aún más en su camino hacia la modernidad. En 2010, Petrobras emitió una de las mayores cantidades de acciones en la historia, reuniendo 70.000 millones de dólares para financiar la extracción subsal.
Poco después comenzó el espectacular colapso de Petrobras. La mayoría de ese colapso podía atribuírse a la corrupción y a los malos manejos que suelen ocurrir en los países ricos en recursos, como describió memorablemente el profesor de Princeton Michael Ross en su libro La maldición del petróleo. La compañía se convirtió en un cajero automático que financiaba varios partidos políticos, mientras que entre 2011 y 2014 Petrobras gastó un estimado de 40.000 millones de dólares para subsidiar las importaciones de combustible para que los precios de la gasolina en las estaciones se mantuvieran artificialmente bajos para los brasileños. Luego, desde mediados de 2014, los precios del petróleo colapsaron. La deuda neta de la compañía, agravada además por el surgimiento del escándalo de Lava Jato, aumentó a la extraordinaria cifra de 128.000 millones de dólares a finales de 2014.
El daño se esparció rápido y por todas partes. Varios exdirectivos de Petrobras han sido enviados a la cárcel por su rol en el escándalo; Rousseff fue destituida, Lula fue acusado de corrupción y sentenciado a pasar un tiempo en la cárcel, mientras que el presidente de la Cámara Eduardo Cunha fue enviado tras las rejas por haber recibido coimas. Mientras tanto, Petrobras (y la economía brasileña en general), se fue de lleno al abismo. Petrobras reportó pérdidas en tres años consecutivos entre 2014 y 2016, incluyendo el récord de pérdidas anual de casi 10.000 millones de dólares en 2015.
El reciente regreso
Esa es la historia que todos conocen.
Este año, Petrobras volvió: en el primer trimestre, la compañía estatal reportó ganancias por 1.400 millones de dólares, que le atribuyó a aumentos en la producción, menores costos y un aumento en las exportaciones. En junio, la Agencia Nacional de Petróleo (ANP) anunció que por primera vez la producción subsal sobrepasó a todo el resto de la producción.
Una explicación es que la cantidad de dinero robado en el Lava Jato, aunque asombrosa, palidece si se compara con los miles de millones de dólares que Petrobras invirtió en el yacimiento subsal. Es difícil encontrar una cifra total de inversión, pero Petrobras dijo en un informe de 2014 que había invertido 24.000 millones de dólares entre 2004 y 2013 en el área submarina. Se proyecta que la inversión subsal entre 2014 y 2018 estará cerca a los 100.000 millones de dólares. Es justo decir que hay que darles crédito a los gobiernos de Lula y Rousseff por haber tomado un riesgo tan grande en el yacimiento subsal y haber decidido invertir fuertemente en el área.
El cambio también tiene que ver con el nuevo director general de Petrobras, Pedro Parente, y con las políticas del nuevo presidente de Brasil, Michel Temer, quien lo nombró en el cargo. Parente fue el jefe de personal del gobierno entre 1999 y 2002, durante el gobierno de Cardoso, y ayudó a diseñar la legislación que le abrió las puertas de la competencia y la inversión privada a Petrobras. Después, Parente usó su experiencia en el sector público para forjarse una carrera empresarial exitosa que incluyó una posición como director general en Brasil del gigante agroindustrial Bunge, donde se le recuerda como alguien que cambió la suerte de la empresa.
Aunque Petrobras sigue siendo la empresa petrolera más endeudada del mundo, ya que debe unos 30.000 millones de dólares entre 2017 y 2018, la compañía está deshaciéndose de activos y sigue firme en la creencia de que logrará su objetivo de desinversión de 21.000 millones de dólares para el período 2017-18.
Temer también ha ayudado a traer la fe de vuelta. En noviembre del año pasado, el presidente firmó una ley que le quita restricciones a las empresas internacionales de exploración y producción en yacimientos subsal. Temer también ha reformado las reglas de contenidos locales, lo que les ha facilitado a las empresas petroleras el contratar equipos y servicios más baratos en el extranjero.
En una reciente conferencia con inversionistas, Petrobras dijo que el dinero estaba fluyendo de nuevo.
“Todas las fuentes de financiación, locales y extranjeras, nos han recibido de nuevo”, dijo Ivan Monteiro, el director financiero.
Hoy, Brasil produce 2,7 millones de barriles de petróleo al día. Por ahora eso es suficiente para quedarse con el primer lugar de América Latina, en parte debido a los problemas de los competidores de Brasil. Las predicciones son todavía más positivas. La Empresa de Investigación Energética (EPE, por sus siglas en portugués) de Brasil espera que la producción de crudo llegue a 5,2 millones de barriles al día en 2026, impulsada por nueva producción en los yacimientos de Libra, Búzios y Atapu ubicados cerca a la costa sureste. Eso convertiría a Brasil en el cuarto productor más grande del mundo, detrás de Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia.
Después de dos años de inactividad, Brasil se está preparando para su período de ofertas más congestionado desde finales de los 90. Este año se realizarán cuatro licitaciones y en 2018 y 2019 habrá otras seis. Mientras tanto, los precios del petróleo están comenzando a aumentar.
Así que la pregunta es, ¿cómo puede el país evitar el fracaso del pasado reciente?
Ross dice que la manera de combatir la maldición del petróleo es alterando el tamaño, la fuente y la confidencialidad del negocio. Una manera de hacer esto es minimizando el poder y el alcance de Petrobras. La compañía estatal parece estar mejor cuando se adoptan al máximo las prácticas del sector privado. La reciente flexibilización de las reglas de contenidos locales y los requisitos obligatorios de Petrobras en yacimientos subsal también pueden ser vistos positivamente para esto. Si uno da una mirada a largo plazo, contra todo pronóstico, parece que las cosas van por buen camino para Petrobras.