El estado mexicano de Michoacán es famoso por sus bellezas naturales y sus hermosas ciudades. Cuna de la antigua civilización purépecha, posee importantes sitios arqueológicos y pueblos coloniales declarados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, así como fiestas declaradas también Patrimonio Intangible de la Humanidad. Sus artesanos están considerados como grandes maestros en el mundo entero, y año a año llegan a Michoacán millones de mariposas monarca provenientes de Canadá en busca de un clima más moderado para pasar el invierno.
Sin embargo, nada de esto le ha permitido a esta región sustraerse del clima de violencia provocada por el narcotráfico en su lucha con las autoridades. Buena parte de su geografía está en poder del grupo de narcotraficantes conocido como “Los Templarios,” que pelean el territorio con Los Zetas y el Cartel del Golfo. Ni el ejército ni la policía han podido impedir esto y, de hecho, la corrupción en este último cuerpo de seguridad ha propiciado que, más que defender a los ciudadanos del estado, muchos policías participen en labores de protección de los grupos delictivos.
La ausencia de un gobierno estatal estable ha contribuido significativamente al caos que reina en la entidad. El gobernador anterior, Leonel Godoy, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), dejó el cargo en medio de serias acusaciones de corrupción. El nuevo gobernador, Fausto Vallejo, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), ha ejercido de manera intermitente el poder por motivo de una salud muy deteriorada, dejando las riendas del mismo durante sus constantes ausencias en manos de Jesús Reyna, su secretario de gobierno. Este vacío de poder ha provocado un aumento en la fuerza de los grupos delictivos y ha propiciado que algunos grupos pidan que el Congreso de la Unión declare la desaparición de poderes en el estado.Aunado a esto, algunos pueblos michoacanos se han visto asediados por grupos de narcotraficantes y de talamontes, quienes han llegado incluso a expulsar a varios presidentes municipales y han asesinado a otros, así como a diputados locales y jefes de policía. A causa de esto, en algunos lugares han surgido las llamadas “policías comunitarias,” grupos paramilitares surgidos en el municipio de Cherán y formados por los mismos pobladores del estado que buscan defender sus pueblos del acoso que sufren tanto de policías como de soldados y de delincuentes. Han sido numerosos los enfrentamientos y últimamente el gobierno federal ha ordenado el desarme de estos grupos—a pesar de que cuentan con el beneplácito de buena parte de los habitantes del estado que ven en ellos a los únicos que pueden defenderlos.
Pero la violencia no ha dejado de extenderse en Michoacán. Lugares otrora tranquilos como Zitácuaro, Pátzcuaro, Uruapan y Morelia, ahora son de los lugares más peligrosos de México. Y no sólo hablo de asesinatos, sino también de secuestros, extorsiones, venta de protección y un sinnúmero más de delitos con los que el hampa tiene aterrorizados a los pobladores. Especialmente las extorsiones se han vuelto algo terrible, pues éstas van desde el cobro de un peso por kilo a cortadores de limón y aguacate hasta incendiar bodegas y camiones de grandes empresas como Sabritas. Hace unos días, grupos armados atacaron 18 subestaciones de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y le prendieron fuego a varias gasolineras, en un claro reto a las autoridades. Con esta acción, dejaron sin energía eléctrica a medio millón de personas.
La reacción del gobierno ha sido la misma en los últimos siete años: enviar al ejército y a la policía federal para enfrentarse directamente a los grupos delictivos. Pero esto, en lugar de mejorar la situación, la he empeorado sensiblemente, sobre todo por la corrupción y el poco entrenamiento en materia de derechos humanos que tienen ambos cuerpos de seguridad.
Hace muchos años, una canción comparaba a Michoacán con el paraíso, y el que esto escribe así lo pudo constatar tras vivir un tiempo en esa entidad. Ahora, en cambio, la única comparación posible es con el infierno.