Este artículo está adaptado de la edición impresa de AQ sobre la paz y oportunidad económica en Colombia | Read in English
Gustavo Petro, un tipo de baja estatura, flaco y de gafas, propenso a pasarse horas debatiendo temas complicados como la geopolítica latinoamericana, no es la típica figura que uno se imagina al pensar en un agitador de la política.
Pero, con una mezcla única de confianza en sí mismo y retórica explosiva, este antiguo líder guerrillero y exalcalde de Bogotá ha movilizado a muchos colombianos con sus denuncias contra la corrupción y la desigualdad. Colombia es un lugar perfecto para su mensaje y su promesa de acabar con el status quo. La oportuna campaña de Petro lo tiene en la cima, o cerca, de las encuestas para las elecciones a la presidencia de Colombia de 2018.
Petro también es temido por muchos en el sector de los negocios, pues allí es visto como un arrogante Hugo Chávez tardío, y muchos han disparado las alarmas al verlo mantener un apoyo constante. Pero la arremetida solo lo ha fortalecido ante sus seguidores.
“Entre más me atacan, más apoyo recibo”, Petro le dijo a AQ en una entrevista reciente.
“Cuando te dedicas a descubrir la hipocresía de la política en este país, tocas muchos intereses”
En varias ocasiones, los colombianos han coqueteado con candidatos presidenciales de izquierda, pero a estos políticos rara vez les ha ido bien y nunca han ganado, en parte porque se cree que apoyan a grupos guerrilleros impopulares. Pero tras el acuerdo de paz del año pasado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que terminó una guerra civil de cinco décadas, puede que ese tabú se haya acabado.
Como resultado, muchos colombianos podrían sentirse inclinados a votar por cualquier candidato que pueda aprovechar el ambiente antiestablecimiento generalizado. Según la encuesta nacional Opinómetro, publicada en septiembre por Datexco, dos tercios de los adultos creen que el país va por el camino equivocado. En la encuesta, el presidente saliente Juan Manuel Santos tuvo una tasa de aprobación de apenas 25 por ciento, mientras que la aprobación de la clase política en general descendió a apenas un 7 por ciento, un tercio de la misma tasa en febrero.
El malestar puede contrastar con la imagen internacional más optimista que existe hace unos años de una Colombia que dejó atrás la mayoría de sus males con el acuerdo con las FARC y que ha visto la violencia urbana disminuir precipitadamente desde los días de Pablo Escobar y los carteles de la década de 1990. Pero la furia creada por una ola de escándalos de corrupción, la calidad del sistema de salud, los niveles de desempleo y una economía que ha tenido problemas a causa de los precios bajos del petróleo y de algunos errores en la política pública, son algunos de los temas más importantes para la mayoría de votantes.
Petro cree que está preparado para enfrentar estas preocupaciones y más.
Él se llama a sí mismo un “progresista de izquierda”, no un marxista, y se ríe de las comparaciones con Chávez. “Tengo más en común con Pepe Mujica”, dijo Petro haciendo referencia al muy popular expresidente uruguayo, quien hizo parte de la guerrilla de Tupamaros de su país. “Pero Pepe Mujica ya no asusta a nadie, así que se inventaron” las comparaciones con Chávez y con el fallecido Fidel Castro, en algo que la derecha colombiana ha bautizado como “castrochavismo”.
Petro dijo que, como presidente, le apuntaría al dominio del poder que tiene la élite colombiana, pero también trabajaría para prevenir el cambio climático y para encontrar nuevos modelos de desarrollo económico que no sean tan dependientes de las industrias extractivas como la del petróleo. Durante su alcaldía, Petro enfocó varias de sus políticas hacia la población de bajos recursos de los barrios más pobres y cada vez más extensos de Bogotá, garantizando el acceso al agua potable, subsidiando el transporte público y reconociendo la labor de los recicladores informales. También se concentró en reducir la brecha de riqueza en la capital de un país que, según por lo menos una medida, tiene la peor desigualdad de toda América Latina, con excepción de Haití.
“Mi vocación es cambiar a Colombia, hacerla más igualitaria, buscar incluir a aquellos que han sido excluidos por tantas décadas”, dijo.
Petro se enfrenta a la policía durante una marcha en Cartagena en 2004
Pocos colombianos estarían en contra de esas metas. Pero Petro genera tanto rechazo como apoyo (o quizás incluso más). En una encuesta realizada en una reciente convención de líderes de negocios, sólo el 1,5 por ciento dijo que votaría por Petro. En total, el 56 por ciento de los encuestados de Opinómetro dijo que tenía una “imagen negativa” de él, una de las peores tasas en este campo.
Esa imagen controvertida, de lo amas o lo odias, tiene mucho que ver con su pasado militante.
De guerrillero a político
Petro mostró su naturaleza rebelde desde joven, cuando hizo que un sacerdote tuviera que irse de su pueblo tras denunciar que el religioso tenía una esposa e hijos.
Cuando tenía 17 años, Petro se unió a la guerrilla urbana del Movimiento 19 de Abril. Los miembros de esta guerrilla, mejor conocida como M-19, se definían más como reformistas que como revolucionarios y eran más cercanos a las enseñanzas del héroe de la liberación suramericana Simón Bolívar, que a las de Marx. Petro adoptó el nombre de guerra “Aureliano” por el protagonista de la novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad.
Poco tiempo después de unirse a la guerrilla, Petro llamó la atención de veteranos como Ricardo Rosanía, quien lo llamó “un joven prometedor”. Petro escaló rápidamente por el liderazgo del brazo político del grupo y dijo que nunca participó en acciones armadas.
Ya era una miembro activo, pero clandestino, del M-19 cuando fue elegido como mediador de su pueblo en 1981. Su doble vida le pasó factura en 1985 cuando fue arrestado por el Ejército por posesión de armas (que Petro dice que fueron plantadas para inculparlo) y fue torturado por cuatro días en los establos del Ejército.
“Estuve en la cárcel, solo y torturado”, dijo. “Fue difícil”.
Durante los 16 meses que Petro pasó en la cárcel, el M-19 organizó su ataque más sangriento, asaltando el Palacio de Justicia en 1985 y tomando a más de 300 personas de rehenes, incluyendo a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Para cuando las tropas del gobierno tomaron el control del edificio 27 horas después, más de 100 personas estaban muertas o desaparecidas.
El ataque sigue siendo tristemente célebre, incluso para estándares colombianos, y muchos aquí todavía se niegan a perdonar al M-19 o a sus exmiembros. Pero el M-19 también fue uno de los primeros grupos guerrilleros en desmovilizarse y buscar un rol en la política tradicional, lo que hicieron en 1990. Petro ganó una curul en el Congreso, lo que comenzó una larga carrera legislativa en la que, en 2002, obtuvo la mayor votación de la Cámara de Representantes.
Petro con Presidente Santos durante un evento para conmemorar la desmovilización del M-19
Ese año Petro encontró una nueva vocación como uno de los principales opositores de Álvaro Uribe, quien tuvo dos períodos presidenciales entre 2002 y 2010 en los cuales hubo una reducción dramática de la violencia, pero también hubo violaciones generalizadas a los derechos humanos. Petro le presentó al Congreso pruebas de que políticos y líderes paramilitares habían colaborado entre sí y que implicaban al presidente y a sus aliados. Los acusados se defendieron, pero los cargos permanecieron y muchas de las personas señaladas por Petro fueron eventualmente condenadas.
Esta cruzada le implicó recibir amenazas de muerte, por lo que Petro comenzó a dormir con un rifle bajo su cama.
Durante todo esto, ha demostrado tener una lengua afilada. “No me gusta la diplomacia”, dijo. “Digo las cosas como las veo”
¿Peligroso para el país?
Últimamente, Petro se rodea de viejos compañeros de sus días en la guerrilla y prefiere los libros a las fiestas ruidosas. Su creciente biblioteca personal, con libros en español y francés, incluye títulos como La teoría marxista hoy, En tiempos de catástrofes y Democracia y transformación social.
Durante la primera campaña de Petro a la presidencia en 2010, logró conseguir más de un millón de votos. No le alcanzó para llegar a la segunda vuelta, que Santos eventualmente ganó aplastantemente contra el izquierdista moderado Antanas Mockus. Pero a Petro, en general, se le vio un brillante futuro.
Desde entonces, dos controversias le han ganado más simpatizantes y enemigos.
La primera es su relación con Chávez y con su sucesor Nicolás Maduro, en un momento en el que Venezuela se movía hacia la dictadura y la crisis humanitaria.
Antes de la elección de Chávez como presidente en 1998, Petro fue cautivado por los ideales venezolanos moldeados por Bolívar. Pero Petro dijo que reconsideró su posición al ver el autoritarismo de Chávez y se dio cuenta de que el socialismo del siglo XXI de Venezuela se parecía mucho al fallido modelo cubano del siglo XX. También criticó la cercana relación de Chávez con las FARC, un grupo que Petro consideró radical y ve como responsable de varios abusos contra los derechos humanos.
Aún así, cuando Petro asistió al funeral de Chávez en 2013, se preguntó en voz alta: “¿por qué me distancié de él?”, según recordó Hollman Morris, un concejal de Bogotá que fue con él.
Por estos días, los críticos ven una ambigüedad preocupante en la opinión que Petro tiene de Maduro. Aunque ha condenado el “silenciamiento de la disidencia” de Venezuela, Petro también urge a los colombianos a concentrarse primero en los problemas propios, como el asesinato de miles de jóvenes civiles a mediados de la década del 2000 a manos del Ejército para poder aumentar artificialmente los números de bajas de guerrilleros de las FARC, o la persecución y la vigilancia ilegal a miembros de la oposición, que él mismo sufrió.
“Criticar a Venezuela es una manera que tenemos los colombianos para esconder nuestras propias verdades de nosotros mismos”, dijo.
El otro capítulo espinoso es el tiempo que Petro pasó como alcalde de Bogotá.
Como congresista y como candidato, Petro estaba abierto a recibir opiniones y disfrutaba debatir políticas y propuestas. Pero en 2011, cuando se posesionó en el Palacio Liévano, sede de la alcaldía de Bogotá, comenzó a mostrar un lado autócrata, según dijo un antiguo colaborador que prefirió no ser identificado, pues aún considera que Petro es su amigo.
“Él no quería escuchar a las personas que lo criticaban”, recordó este colaborador. “Simplemente dejó de escuchar. Era su manera de decirle al mundo: ‘yo soy el jefe aquí'”.
Incluso algunos simpatizantes cercanos a él rechazaron esta actitud. Antonio Navarro, un respetado político de izquierda que Petro nombró como secretario de gobierno y que había sido su comandante en el M-19, renunció tan solo unos meses después de su posesión. Más de otras 20 personas que habían sido nombradas en varias secretarías en el gobierno de la ciudad siguieron el ejemplo.
Al rodearse de personas que no le llevaban la contraria, la mayoría de los cuales conocía de sus días en el M-19, Petro se tomó los poderes políticos y económicos que controlan Bogotá, según dijo Rosanía, el exguerrillero que luego se convertiría en uno de los asesores de Petro.
“Es un hombre que busca fracturas”, dijo.
Más allá de las políticas y de la ideología, esta es la razón por la cual los empresarios le temen a Petro: lo ven como un catalizador de divisiones en la sociedad colombiana. Es “peligroso para el país”, dijo el director general de una firma manufacturera que prefirió mantenerse en el anonimato pues teme represalias si Petro llega al poder.
Tiempo de cambios
Cuando todavía era alcalde, Petro dejó que los contratos de recolectores privados de basuras se vencieran en un intento por reformar el sistema e incluir a los recicladores informales. Antes de poder implementar el nuevo modelo, pilas de basura se acumularon en las esquinas, lo que provocó una enorme reacción ciudadana.
El problema estuvo resuelto casi del todo en tres días, pero un año después el ultraconservador procurador general de Colombia usó este incidente para destituir al alcalde y prohibirle presentarse a cargos públicos por 15 años. El ahora exprocurador general, Alejandro Ordóñez, argumentó que Petro había violado los principios del libre mercado y había puesto en riesgo la salud pública.
Los recicladores informales salieron en apoyo a Petro después de que fue destituido de la alcaldía
Petro dijo que su destitución había sido una retaliación por su gobierno progresista, que también había prohibido las corridas de toros, había intentado frenar a los promotores inmobiliarios y había defendido los derechos de los homosexuales. Desde el balcón del Palacio Liévano, Petro dio discursos apasionados por tres días ante decenas de miles de personas. La multitud incluía simpatizantes, pero también críticos de Petro que no estaban de acuerdo con su destitución.
“Puede que algunas personas no fueran simpatizantes de Petro, pero respetaban la democracia y la estaban defendiendo”, dijo Morris, quien entonces era el director de Canal Capital, un canal de televisión propiedad de la ciudad que transmitió las protestas y los discursos en vivo.
Petro apeló la decisión y ganó; tras un mes fuera de la alcaldía, fue restituido. Envalentonado, Petro continuó enfadando a la clase política: anunció un plan para construir viviendas de interés social en uno de los barrios más ricos de Bogotá y restringió los permisos de construcción para limitar la expansión urbana.
Para Petro, los días de balcón, como sus simpatizantes los llaman, fueron el pináculo de su carrera, un momento en el que recibió los elogios que tanto ansía, al tiempo que luchaba contra el sistema. Petro ahora cree que el Procurador General le hizo un favor.
Jorge Rolón, un profesor de capacitación profesional de 30 años que enseña en algunos de los barrios más pobres de Bogotá, es uno de los simpatizantes de Petro. Recientemente firmó una petición para permitir que Petro pueda lanzarse a la presidencia como candidato independiente en las elecciones de 2018, aunque no cree que vaya a ganar.
“Firmé para ver si las cosas cambiaban en este país de una vez por todas”, dijo. “Estamos cansados de la misma gente”.
Es posible que Petro aún tenga que superar obstáculos para convertirse en candidato, incluso si su campaña logra conseguir alrededor de 400.000 firmas que necesita para inscribirse. Algunos abogados que se oponen a él creen que un fallo de la Contraloría de Bogotá, que le impuso a Petro una multa de 80 millones de dólares por perjuicios causados a las finanzas públicas cuando subsidió el transporte público, debería ser suficiente para prohibirle ocupar cargos públicos. Petro y otros están en desacuerdo con esta posición, aunque un pronunciamiento oficial sobre si se puede lanzar aún está pendiente.
Sin importar si él queda al mando o no, Petro dijo que el futuro del país depende de la habilidad del próximo presidente de implementar el acuerdo de paz con las FARC y combatir la corrupción, dos cosas que requerirían de una persona de izquierda que no haga parte del establecimiento político tradicional.
“Si (los progresistas) no ganan, Colombia podría caer en una nueva espiral de violencia”. Petro dijo ésto como una dura advertencia que probablemente enfurecerá más a sus contradictores y le traerá más apoyo de sus simpatizantes.