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El Escenario de la Paz en Colombia



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Lo impensable hace un mes, se estaba cocinando en secreto hace por lo menos un año: unas conversaciones exploratorias entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para la consecución de la paz en Colombia. La alocución este martes del presidente Juan Manuel Santos confirmó en modo, tiempo y lugar las noticias sueltas sobre unos acercamientos entre las partes que resultaron sorpresivos por haber manejado con éxito algo de lo que se ha carecido en anteriores procesos de paz: la discreción.

Y es quizá este factor el que hace revestir de optimismo este cuarto intento de paz en las últimas dos décadas, luego de frustrados diálogos durante los gobiernos de Belisario Betancur (1983) César Gaviria (1991-1992) y Andrés Pastrana (1999). El último es el más tristemente célebre por haber permitido que la guerrilla se fortaleciera militarmente y se metiera sin aspavientos (aún más) en el camino del narcotráfico. Su desmadre catapultó el escenario para que Álvaro Uribe fuera elegido como el presidente de la mano dura, propiciando ocho años más de conflicto en el que la palabra guerra fue el sustantivo preferido del Estado.

Hoy dos años después de que Uribe—el popular presidente y ruidoso expresidente—cediera su lugar a Santos, quien fuera su ministro de defensa y parece desmarcarse paulatinamente de la derecha, las FARC y el Gobierno han confirmado públicamente que hubo cerca de 10 rondas exploratorias en La Habana, que confían en la seriedad del otro y que se la están jugando a fondo por la paz. Este martes las FARC también hicieron dos alocuciones televisadas. Una de ellas, la más diciente, la del comandante ‘Timochenko” quien aseguró que llegan a la mesa de negociaciones “sin rencores, ni arrogancia” y otra que pasó casi desapercibida:  un rap desafiante en el que un grupo de guerrilleros cuenta las bajas y éxitos que ha tenido la guerrilla, se muestran felices por irse para La Habana y porque a pesar de que los han llamado narcoterroristas durante décadas, el gobierno se sienta a conversar con ellos.

Aunque los resultados no pueden ser predecibles ahora, es rescatable que en estos últimos meses las conversaciones no se fueron al traste pese a que en el país sucedían hechos como la muerte del líder de la guerrilla Alfonso Cano, y acciones armadas de las FARC, con víctimas civiles, en todo el territorio nacional. También es innegable que la guerrilla que se sienta a negociar no es la de hace ocho años que tenía 14.000 hombres alzados en armas—hoy tiene 8.000—o cientos de secuestrados canjeables en su poder.

El resultado de esos encuentros fue el llamado “Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera” que trata seis temas de fondo: política de desarrollo agrario integral;  participación política; fin del conflicto; solución al problema de las drogas ilícitas; víctimas y verdad; e implementación de los acuerdos.

No obstante su ambición, hay que subrayar que es por ahora una agenda planteada entre dos actores armados que no representan todo el espectro del conflicto social y político que vive el país. La agenda de las FARC no es la de los movimientos sociales pues esa guerrilla hace rato no representa al pueblo por el que dijo armarse. La agenda del gobierno tampoco es la de la sociedad que se ha visto afectada por el conflicto armado en múltiples formas y en temas sustanciales como la inequidad social. Temas como los conflictos mineros que son la base del desplazamiento y el despojo del territorio están excluidos, así como la corrupción y la concentración de las élites políticas que no han permitido que el espectro democrático sea tal y que ha acabado la oposición que no está armada. La misma en la que esperan constituirse los futuros desmovilizados de la guerrilla.

Y ahí hay otra lección más que aprender: de vaticinios sobreviven los predicadores pero la realidad es más lenta que la esperanza. Es válido pensar en escenarios posconflicto sobre todo cuando se están diseñando herramientas legales como el Marco Jurídico para la Paz y la Ley de Víctimas, pero unas ambiciones electorales—la relección de Santos, por ejemplo—no pueden permear la agenda. Que un movimiento político resultado de la desmovilización de las FARC pueda estar presente en las elecciones del 2014 y que la Marcha Patriótica sea el escenario natural para que lo haga—aún con el miedo al fantasma de lo que pasó con el exterminio de la Unión Patriótica—es el debate que aflora por estos días cuando no hemos llegado ni siquiera a un cese al fuego.

La anhelada paz, se construye, se enmienda, se transforma, se destruye. Por eso es tan importante que el diálogo no se congestione, que los negociadores del Gobierno y de las FARC escuchen lo que proviene del diálogo social, que se respeten los tiempos, los ritmos, y que las formas de comunicar sean tan idóneas que no parezca que se está negociando de espaldas al país sin el apoyo popular ni de cara al protagonismo mediático.

Son tiempos diferentes, es cierto. La guerrilla del Ejército de Liberación Nacional—ELN—también anunció su participación, y Cuba, Noruega, Chile, y Venezuela han sido más expeditas que en otras mediaciones, los militares parecen rodear al gobierno pues no es poco simbólico que hayan acompañado al presidente en su alocución, al mismo tiempo que su gabinete en pleno.

Pero aún existen los extremistas de las partes, como los llamó el columnista Antonio Caballero, quienes siempre querrán sabotear el proceso y mover sus fichas en direcciones contrarias. El expresidente Uribe en primer lugar, quien anunció recientemente la creación del movimiento Puro Centro Democrático con miras a las elecciones del 2014 agrupando a la rancia derecha que no cree en diálogo político alguno. El día que supo la noticia envió mas trinos por minuto que en todo su ejercicio como expresidente tuitero, haciendo eco de su discurso eterno de que con los terroristas no se negocia.

No obstante lo que hace un mes era impensable, podría estar sucediendo precisamente dentro de un mes: el 5 de octubre se instalan las conversaciones formales en Oslo, Noruega. Solo entonces y de acuerdo a la voluntad de las partes veremos si en realidad no se levantarán de la mesa sin suscribir un acto de paz que ponga fin a más de 50 años de conflicto, como prometieron. O si una vez más, se les dará la razón a los señores de la guerra que en ese quinquenio se han lucrado de ella. O a los pacifistas. O al ruidoso expresidente Uribe.

Jenny Manrique is a contributing blogger to AQ Online. She is a Colombian journalist and editor of Semana.com. Her Twitter account is @JennyManriqueC.


 

ABOUT THE AUTHOR

Jenny Manrique es una bloguera contribuidora para AQ Online. Ella es una periodista colombiana que ha escrito para medios como Semana, Votebien.com, El Espectador, Latinamerican Press y Folha de São Paulo. Actualmente trabaja como periodista freelance. Su cuenta de Twitter es: @JennyManriqueC.

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